Sombrerazos y excomuniones
La Iglesia católica se mueve con dificultad, de manera errática y fuera de tiempo en las sociedades contemporáneas. Se resiste a entender que su papel es orientar a sus feligreses, pero no imponer al conjunto de ciudadanos sus concepciones éticas. Una cosa es opinar en temas tan polarizantes como la despenalización del aborto, y muy otra, como lo hacen los iracundos clérigos, echar mano de amenazas y recurrir a la pedagogía del terror que tan buenos frutos les dio en otros siglos.
En la Arquidiócesis de México, empezando por su cabeza, el cardenal Norberto Rivera Carrera, se han expresado desatinos y exageraciones que demuestran la gruesa capa impermeable que visten los jerarcas, vestimenta que impide se les filtre la más mínima sensibilidad hacia temas que tienen múltiples ángulos y distintos puntos de vista. En la cúpula eclesiástica tienen daltonismo, que les hace mirar en una gama muy estrecha lo que en realidad es multicolor, con matices que no se pueden uniformizar al gusto de quienes prefieren o todo claro o todo oscuro.
El camino seguido por Rivera Carrera y quienes lo apoyan, sus colegas del Episcopado Mexicano y organizaciones católicas, ha sido el de lanzar imprecaciones, descalificar con adjetivos inmisericordes a los legisladores y legisladoras que en el Distrito Federal apoyan el derecho a decidir de las mujeres sobre si concluyen o no su embarazo con el nacimiento de un bebé. Su campaña señala a esos representantes populares como asesinos, descendientes de Hitler, terroristas, totalitarios, diabólicos, perseguidores, desnaturalizados, engendros del mal, ignorantes, irresponsables, y una larga lista de improperios. Es la vieja técnica de los gritos y sombrerazos que busca mediante la vociferación evitar que el adversario pueda exponer sus razones. Nada más que mientras alzar la voz y amagar con el sombrero al contrincante podía ser hilarante en las viejas películas mexicanas, hoy estas formas utilizadas por fúricos autonombrados defensores de la vida pueden ser interpretados, por parte de extremistas católicos, como avales para agredir físicamente a los legisladores que no les son gratos.
Hugo Valdemar, vocero de la Arquidiócesis de México, ha sido prolijo en arrebatos verbales. El lunes se proclamó primer perseguido político de la administración de Marcelo Ebrard. Incluyó en esa categoría al presidente del Colegio de Abogados Católicos, Armando Martínez Gómez.
Valdemar fue más allá y señaló a Víctor Hugo Círigo, diputado perredista y presidente de la Comisión de Gobierno de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, de abusar de su cargo y el fuero constitucional "para acusar calumniosamente a un ciudadano (el propio Valdemar) que no está en las mismas condiciones". Pues para ser perseguidos su lucha cuenta con recursos vedados a quienes enfrentan al poder con toda clase de limitaciones. Porque tienen a su favor medios de comunicación, respaldos financieros para hacer sus campañas radiofónicas y televisivas; además cuentan con el dejar hacer de las autoridades de la Secretaría de Gobernación.
Lo que les espera a quienes respaldan la despenalización del aborto, a los que participen directamente o coadyuven a las mujeres que decidan recurrir a la interrupción de su embarazo es, a decir de las altas esferas clericales, simple y sencillamente la excomunión. Aunque ésta no es una decisión de esas esferas, sino alineamiento con lo que señalan las leyes del catolicismo romano. Para que no se sientan solos frente a sus perseguidores, Benedicto XVI envió una carta para animar a los dirigentes episcopales mexicanos que sostienen su oposición a la controvertida ley despenalizadora. También llegó el espaldarazo a los clérigos por parte de Angelo Amato, secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Condenó el aborto y la eutanasia porque "son terrorismo de rostro humano". Como conspicuo integrante de lo que antes se llamó el Santo Oficio, la Inquisición, evocó tiempos mejores para la Iglesia católica, cuando tenía el control de las sociedades y podía decretar cuáles debían ser los hábitos privados y públicos: "Desafortunadamente no podemos cerrar las bibliotecas del mal ni destruir sus cinetecas que se reproducen como virus infectos".
Al observar los rostros de los obispos, arzobispos y cardenales cuando con tanto encono lanzan sus agudos epítetos contra los legisladores que se amparan en la vigencia del Estado laico para despenalizar algo que no debería darse, pero se da: el aborto, recuerdo a otros dirigentes religiosos que en el primer siglo de nuestra era fueron incólumes contra lo que ellos consideraban el mal: los fariseos. La hipocresía de estos personajes, su exigirle pureza moral y ritual a los demás, pero hacerse de la vista gorda ante sus propias incoherencias, su martirizante interpretación de la Torah que hacia imposible el gozo de la vida a las personas, provocó que el pueblo los comparará con Jesús y concluyera: "Cuando Jesús terminó de decir estas cosas (el Sermón del Monte), las multitudes se asombraban de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tenía autoridad, y no como los maestros de la ley" (Mateo 7:28-29).