Usted está aquí: miércoles 25 de abril de 2007 Política Un día de izquierda en Monterrey

Abraham Nuncio

Un día de izquierda en Monterrey

En Monterrey sólo hay dos climas: el verano, que dura seis meses, y los Garza Sada que duran todo el año.

Es ese clima el que desde hace décadas ha hecho posible derrotas históricas para los trabajadores, retrocesos en los avances sociales conseguidos por los gobiernos posrevolucionarios anteriores a Miguel de la Madrid, el nacimiento y/o despliegue de expresiones conservadoras de muy diverso matiz: la Coparmex, la Acción Cívica Nacionalista, el Partido Acción Nacional, el Pacto Obrero-Industrial de los 40, la Alianza para la Producción de los 70, el Opus Dei, los Legionarios de Cristo, la Liga de Empresarios Nacionalistas, el neopanismo, el priísmo empanizado (y el fruto de ambos: el bipartidismo PAN-PRI hasta ahora invicto).

Fue por ello digno de registro el nivel de votación obtenido por Andrés Manuel López Obrador en la campaña que (a medias) culminó el 2 de julio de 2006. Nunca un candidato de izquierda a la Presidencia de la República había obtenido en Nuevo León más de 6.5 por ciento de la votación total. Ahora el porcentaje fue mayor a 15 por ciento.

Me pregunto si la inercia desfavorable a la izquierda ha empezado a cambiar en el Monterrey metropolitano, que concentra más de 80 por ciento de los recursos materiales y humanos del estado. La visita, el mismo día, de Michelle Bachelet a la Universidad Autónoma de Nuevo León, y de Felipe González al Instituto Tecnológico de Monterrey (ITESM), pudieran ser una leve señal de respuesta afirmativa. Pero mejor no dejar que el optimismo de la voluntad le gane al pesimismo de la inteligencia.

El vocablo izquierda escapa a la interpretación unidimensional. Hoy, empero, se torna más esquivo y difícil de anclar que en otros tiempos. Y es que la realidad donde encarna se ha tornado más compleja.

Felipe González no dejó duda de esa complejidad. Con motivo de la conferencia sobre "Liderazgo y Derecho", que dictó en la Cátedra Eduardo A. Elizondo del ITESM, a su audiencia -clase media y alta identificada con el mundo de los negocios- le hizo saber de la molestia que le inspira la izquierda latinoamericana. Los suyos son los mismos aburridos discursos de hace 25 años, dijo. Sabía que la presidenta chilena estaba en la ciudad, pero ni siquiera por eso se ahorró el gesto antidiplomático de tal descalificación. Su conferencia no fue muy distinta de la de un motivador profesional, pero es posible que su juicio sobre la izquierda latinoamericana le haya provocado risa a sus destinatarios.

En el curso de las dos últimas décadas, la izquierda de nuestros países se fue quedando sin el apoyo o la solidaridad que antes tuvo de la URSS o de los partidos comunistas de Francia o Italia. También el PSOE fue en algún momento puntal de los partidos y los movimientos ubicados en esa corriente política.

Pero vino el viento globalizador y todo lo que había de lazos fraternales se llevó. De España, por ejemplo, lo que cuenta ahora son sus bancos que vinieron en las nuevas carabelas financieras para recolonizar sus antiguos territorios de Indias. Y Felipe González o Rodríguez Zapatero serán muy socialistas, como dijo Julio Hernández (Astillero), pero aquí vienen a defender los intereses del capital. Lo cual no los distancia en suelo ajeno de las acciones proselitistas que José María Aznar hizo durante su visita, por cierto, al mismo ITESM.

En México, la mayoría de la izquierda socialista se decidió, como escribió Enrique Semo, por la socialdemocracia consecuente. El problema que ahora enfrenta es uno e inevitable: ¿qué hacer cuando la izquierda socialdemócrata consecuente se enfrenta a un golpe de Estado técnico como el que muy probablemente fue el que elevó a Felipe Calderón al poder? Por ahora ha asumido que no hay otra que continuar en la brega para crear las condiciones propicias y así poder llegar al poder en 2012. La pregunta es, ¿y si en 2012 vuelve a ocurrir lo mismo? Resulta que la burguesía mexicana es la más reacia al posible ejercicio del poder por un partido o coalición de izquierda. Quiere todo y se jacta de pregonarlo: "Vamos por todo".

Derechistas o liberales de todos los matices suelen echarle en cara a la izquierda socialista sus prevenciones respecto a la democracia y la legalidad (ver, por ejemplo, el número 336 de Nexos). Elevando la ley y la democracia (sin adjetivos, por supuesto) a rango de sacramentos, la izquierda que no los acepte deja de ser democrática y legal. Pero mal hará la izquierda, cualquier izquierda visto que son numerosas y diversas, si acepta que la democracia y la legalidad sólo pueden tener el contenido que les asigna la clase dominante. Peor aun si no se atreve a discutir lo que está en la base de sus definiciones y de lo que hoy tiene al planeta semidestruido y desgarrado: la propiedad de perfil monopólico de los medios de producción, circulación y comunicación. Y el poder que la escolta.

 
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