Editorial
Luis Posada Carriles, terrorista de Washington
La excarcelación bajo fianza del terrorista Luis Clemente Faustino Posada Carriles, decidida ayer por un tribunal estadunidense, pone en evidencia la hipocresía del gobierno de Estados Unidos y la falsedad de su pretendido compromiso en el combate al terrorismo internacional.
Nacido en Cienfuegos, Cuba, en 1928, este sujeto encarna mejor que nadie más en este continente la definición de terrorista internacional: informante de la policía durante la dictadura de Fulgencio Batista, tras el triunfo de la insurgencia encabezada por Fidel Castro se convirtió en experto en explosivos al servicio de las fuerzas contrarrevolucionarias. Abandonó la isla en 1960, apareció en Fort Benning, Georgia, Estados Unidos, en donde fue entrenado para realizar atentados contra civiles, y en 1965 la CIA lo ubicó en Veracruz, México, en donde pretendía colocar una bomba en un barco soviético. Para entonces Posada Carriles era ya empleado de esa agencia de espionaje, la cual lo envió a asesorar a los cuerpos represivos de Venezuela, Guatemala, El Salvador, Chile y Argentina. En 1976 fundó el Comité de Organizaciones Revolucionarias Unidas (CORU), que atacó a bombazos oficinas y empresas cubanas en Portugal, Costa Rica, Jamaica, Barbados, Colombia y Puerto Rico. En ese año Posada Carriles participó en calidad de autor intelectual en el atentado contra el vuelo 455 de Cubana de Aviación, en el que murieron 73 personas. Encarcelado por el gobierno de Caracas, el terrorista escapó nueve años más tarde. Desde entonces sirvió a los regímenes militares centroamericanos en tareas de contrainsurgencia y participó en el complot organizado por el gobierno de Ronald Reagan para abastecer de armas a los grupos contrarrevolucionarios nicaragüenses, mediante una triangulación entre narcotraficantes, la dictadura salvadoreña y agentes encubiertos que adquirían el armamento en Irán. En 2000 fue detenido en Panamá y acusado de fraguar el asesinato del presidente cubano, quien se encontraba de visita en ese país, pero poco más tarde fue indultado por Mireya Moscoso en su último acto de gobierno. A principios de abril de 2005 ingresó en forma clandestina a Estados Unidos y al mes siguiente fue arrestado en Florida.
A pesar de la petición de extradición fincada por el gobierno venezolano, Washington se limitó a fincarle cargos por delitos migratorios, y con base en ellos permaneció encarcelado hasta ayer. El tribunal a cargo de su caso le fijó una fianza de 250 mil dólares, la cual fue cubierta de inmediato, lo que pone en evidencia el enorme poder económico de los grupos terroristas cubanos afincados en Miami y de los cuales el excarcelado forma parte.
El hecho central es que Posada Carriles recibe protección del gobierno de George W. Bush, el cual se muestra dispuesto a impedir que este criminal sea procesado por sus gravísimos delitos, en Venezuela o en Cuba.
La razón es simple: a pesar de sus alegatos justicieros, la Casa Blanca no va a permitir que uno de sus propios terroristas comparezca ante la justicia. Y es que, en el pasado reciente, Washington ha sido el principal promotor del terrorismo en este continente: bajo sus órdenes, individuos como Posada Carriles hicieron estallar aviones civiles, sembraron bombas en diversos países, desestabilizaron a gobiernos democráticos como el de Jacobo Arbenz en Guatemala y el de Salvador Allende en Chile, y participaron en crímenes de lesa humanidad como la aniquilación de poblados enteros en Centroamérica. Para ello, la Casa Blanca montó una maquinaria de guerra sucia en la que tuvieron un papel destacado los sectores extremistas del exilio cubano en Florida. Esas atrocidades siguen, en su gran mayoría, impunes, y la actual administración estadunidense está empeñada en que permanezcan así. En tanto no se deslinde de su propia inclinación al terrorismo, Washington carece de autoridad moral para exhortar a la lucha contra ese ominoso fenómeno.