El músico dirigió concierto celebratorio auspiciado por la UAM
Diemecke se rencontró con ''su casa'', el Palacio de Bellas Artes
Noche de contrastes, entre pifias de atrilistas y la aclamación de un público entregado, incondicional. Así fue el regreso del director Enrique Arturo Diemecke al Palacio de Bellas Artes, la noche del martes.
El rencuentro se dio a cinco meses de que el músico guanajuatense dejó la batuta de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN), tras 16 años de relación laboral, y fungir ahora como titular de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires del Teatro Colón, en Argentina.
''Siento que no he salido de aquí. Bellas Artes fue mi casa durante 20 años. Como director estuve cuatro años con la Orquesta de la Opera y 16 y medio, casi 17, con la Sinfónica Nacional; pero antes venía como músico con la orquesta del estado de México, con la de Guanajuato, la Filarmónica de la Ciudad de México", señaló en entrevista al final del concierto.
''Siempre he estado activo en el Palacio de Bellas Artes, es un un edificio que me trae muchos recuerdos".
Este rencuentro, en el cual participó la Orquesta Sinfónica Metropolitana, se dio a iniciativa de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), la cual organizó el concierto con propósito celebratorio y el ánimo de reunir a las máximas autoridades de esa institución educativa, académicos, alumnos y ex alumnos.
Por cierto, al término del mismo, el rector general de la UAM, José Lema Labadie, dejó entrever la posibilidad de que la casa de estudios cuente con una orquesta sinfónica. ''Sí, hay planes. Estamos teniendo este primer acercamiento", afirmó.
Bolero & fiesta brava fue el título del programa, integrado por obras del repertorio, entre ellas tres partituras del español Manuel de Falla.
Se sumaron Capricho español, de Nicolai Rimsky-Korsakov, acaso la obra que mayor concentración demandó del director y en la que mejor sonó la orquesta; una selección de la ópera Carmen, de Bizet, que provocó arrebato entre el público, no obstante que su interpretación resultó plana, sin alma, y Bolero, de Maurice Ravel.
Si bien ovacionada en sus primeros acordes y al término de su ejecución, esta última obra resultó la puntilla para la orquesta, sobre todo a partir del solo de trombón, que sonó como vaca en agonía.
Aunque recibió los aplausos del público e inclusive vítores con el Huapango, de Moncayo, tocado como segundo y último encore, la Sinfónica Metropolitana distó mucho de ser lo que se publicitaba en el cartel de mano: ''los mejores músicos de México reunidos". Su desafinación fue constante e incurrió en varias fallas garrafales.