De Bellas Artes a la bolsa de valores, puntos en el itinerario del turibús
Tedio y acordes de Amorcito corazón en ''el recorrido turístico más atractivo'' de la urbe
El tedio de un viaje que no acaba se impone cuando por cuarta vez suena la versión instrumental de Amorcito corazón, a bordo del turibús que da vuelta en la glorieta Simón Bolívar, en Reforma. Avanza bajo el intenso sol de abril, en Semana Santa, gusano rojo en medio de una avenida amplia: huella del tráfico que un día fue. La melodía cede ante la explicación en varios idiomas sobre los recintos que se encuentran a su paso.
El templo de San Hipólito fue construido con estilo barroco en el siglo XVIII y por una razón acaso milagrosa ahí no se venera a San Hipólito, sino a San Judas Tadeo, patrono de las causas imposibles.
Se prometió ''el recorrido turístico más atractivo de la ciudad de México" y, desde el Auditorio Nacional, el camión de dos pisos enfiló sobre Paseo de la Reforma donde, a baja velocidad, puede apreciarse Oraciones de piedra: templos y palacios mesoamericanos, la exposición fotográfica de Arturo Chapa.
Después, el obligado paso por los puestos del Metro Chapultepec, iridiscente hervidero de plásticos rojos y verdes, hasta alcanzar el templo Del Carmen.
Luego entramos a la colonia Condesa, donde existen ''residencias en estilo art decó".
Por 115 pesos los sábados, domingos y días festivos (100 pesos el resto de la semana), el viaje permite ''adentrarse en los rincones más hermosos, visitar calles y museos, además de disfrutar de excelentes restaurantes". Y es cierto, por lo menos para quien visita por primera vez la capital. Acaso por eso quienes más parecen aburrirse sean, además de los niños, cuyos padres los obligan a poner atención, los turistas nacionales.
Más acostumbrados, en cambio, los extranjeros dejan de forzar la memoria y despliegan la mirada, aflojan las piernas y los brazos.
El autobús hace escala en 24 puntos. Al comprar el boleto también se adquiere un brazalete para bajar y subir a cualquiera de los turibuses que, entre las 9 y las 21 horas, pasan cada 30 minutos.
''Sí, así es en Londres y en Roma; se paran donde una quiera", dice una señora que se hace aire con una revista. Ya frente a la Fuente de la Cibeles, en la colonia Roma, la invisible guía indica que la plaza España fue inaugurada en el contexto del primer centenario de la Independencia. ''Mira, mamá, aquí podríamos bajarnos a comprar mi vestido exprés", agrega una pasajera, quitándose el audífono, al encuentro del Palacio de Hierro; ''otro día venimos y vemos la fuente mejor".
A bordo van un señor de sombrero amarillo y viejo, comprado como nuevo, un joven de anteojos, short y tenis con las agujetas sueltas; los niños que se cambian de lugar, se alejan, gritan efusivos, se despiden de quien se deje, la señora enojada por el lugar con escasa vista y que recoge imágenes con una cámara, mujeres a la última moda: medias ajustadísimas, vestido entallado, lentes grandes y negros, con bolsa de Liverpool en la mano.
En ese ''afuera" que son la prolongación de calles, se encuentran las avenidas amplias, los cafés llenos; la Casa Lamm, construida en 1911 por el arquitecto Lewis Lamm, que nunca llegó a habitarla; la colonia Roma -''esos eran los tiempos de don Porfirio Díaz", dirá una turista-; el Monumento a la Independencia, ''el más famoso de México", con unos 30 metros de altura e inaugurado en septiembre de 1910; las 77 esculturas de personajes de la Reforma, en el paseo desde El Angel hasta Peralvillo, cuyo emplazamiento se inició en 1887.
Están también las glorietas de Cuauhtémoc y de Colón, la Lotería Nacional, la más antigua de América Latina, fundada en 1770, así como la Alameda Central, que data de 1592.
Si bien este servicio comenzó en 2002, en la ciudad de México aún es la novedad fotografiable por los peatones sobre las banquetas. El Grupo ADO, empresa que lo administra, informó que durante los primeros cuatro años 70 mil personas al mes, lo utilizaron.
Cesa ahora la melodía instrumental de Reloj, de Roberto Cantoral, para la explicación sobre el Palacio de Bellas Artes, se informa del arquitecto Adamo Boari, que su construcción comenzó en 1900 pero, pueblo revolucionario que somos los mexicanos, fue inaugurado hasta 1934; pesa unas 84 mil toneladas y se hunde, ''por eso no se pudieron añadir las escalinatas que estaban proyectadas".
Cuánto desconocimiento
La Plaza de la Constitución se llama así porque en 1813 ahí se juró la Constitución Política de la monarquía española, promulgada en Cádiz, un año antes. La enorme plancha es la base de un gran monumento a la Independencia que Antonio López de Santa Anna encargó, en 1843, y que no llegó a realizarse.
''¡Cuánta cosa sin saber que una tiene!", dice la persona que anduvo por Roma y Londres. A un lado de la Catedral Metropolitana, los turistas ansiosos hacen doble fila y después viene la Plaza Tolsá, en honor al escultor y arquitecto valenciano Manuel Tolsá (1757-1816).
Entonces Amorcito corazón vuelve a sonar, el turibús gira en la glorieta Simón Bolívar, recorre el Monumento a la Revolución que más bien es cúpula de un Palacio Legislativo, que no llegó a hacerse y vuelve a tomar Reforma. Salvo el Museo Nacional de Antropología, en adelante el viaje se torna turístico.
¡Uuhh! La Bolsa Mexicana de Valores. ¡Aahh! Que estamos entrando a Polanco ''¡Mira, el Zara! ¡y Cartier! ¡Ooh! ¿Qué tal esa fachada? Después el júbilo instantáneo que no llega a prolongarse cuando el turibús se dirige a Chapultepec Mágico, a Papalote Museo del Niño, al Museo Tecnológico de la Comisión Federal de Electricidad.
La montaña rusa agita el ánimo que no dura hasta cuando se pasa por el cárcamo de Tláloc, pintado por Diego Rivera, en los años 50. Los turistas se instalan en el cansancio de la tarde de quienes se subieron a los cientos de juegos, chuparon naranjas y paletas, se mojaron y llegaron a pensar que ahora sí, vacaciones como éstas ninguna.
Todavía, sin embargo, alguien se da impulso:
-¿Y no pasa por Los Pinos?
-...
-¡Pues debería!, ¿no? Pues debería.
Luego de casi tres horas, por fin se arriba al Auditorio Nacional. Nuevos pasajeros se trasladan de sus camionetas al turibús. En las escalinatas del inmueble comienza a formarse el público que mira a quienes harán el viaje, ¿qué se sentirá ''andar'' en el turibús? Los turistas que descienden se sacuden entumecidos.
''Se acabó el veinte", dice alguien. Luego se dirige al Metro, el otro gran viaje subterráneo que hace ruido y acelera hasta que no deja ver más ya nada.