Todos ganan, la Iglesia pierde
Una ley que dispone deberes vuelve a éstos obligatorios para todos aquellos que caen en el supuesto de la ley. Una norma que otorga derechos no hace a éstos de ejercicio obligatorio para todos, sino para quienes, en uso de las libertades establecidas en la Carta Magna, quieran ejercerlos. Todos ganan. Es el caso de la disposición que amplía la despenalización del aborto en el Distrito Federal.
Quienes están en contra de la iniciativa pueden no darse por enterados de la nueva norma o pueden usarla como papel de baño, pero por supuesto están obligados a respetar los nuevos derechos de todos los ciudadanos, y en este caso particular de todas las ciudadanas que quieran ejercerlos.
No se trata, por otra parte, de cualquier derecho, sino del de protección a la vida. De acuerdo con el reportaje de Milenio Diario del domingo pasado, un feto o embrión abandonado en la calle cada 10 días, dos mujeres muertas por semana, ganancias ilegales por al menos mil 100 millones de pesos anuales e impunidad de 99 por ciento son las consecuencias de los 100 mil abortos que cada año se practican clandestinamente en México (Consejo Nacional de Población).
Estos espeluznantes datos no importan a los antiabortistas. Muy bien. Allá y su moral. Que con su pan se la coman. Si les sabe mejor con vino de consagrar, pues mejor.
Que la ley es favor de la vida, es fácil de entender. Basta con despejar la confusión entre vida e individuo biológico, como en una lección de conocimientos elementales que escribió con meridiana claridad en estas páginas, el sábado pasado, Julio Muñoz Rubio: ni el cigoto ni los embriones ni el feto son individuos biológicos, sino células con vida, como todas las de los organismos vivos.
Una célula es la "unidad mínima de un organismo capaz de actuar de manera autónoma. Todos los organismos vivos están formados por células, y en general se acepta que ningún organismo es un ser vivo si no consta al menos de una célula. Algunos organismos microscópicos, como bacterias y protozoos, son células únicas, mientras que los animales y plantas son organismos pluricelulares que están formados por muchos millones de células, organizadas en tejidos y órganos. Aunque los virus y los extractos acelulares realizan muchas de las funciones propias de la célula viva, carecen de vida independiente, capacidad de crecimiento y reproducción propios de las células y, por tanto, no se consideran seres vivos" (Célula, Enciclopedia Microsoft Encarta Online 2007. http://mx.encarta.msn.com. 1997-2007).
Si los antiabortistas creen que dar término a la vida de un conjunto de células se llama asesinato, entonces el oscurantista cardenal López Trujillo comete asesinato cuando se come una zanahoria o se empaca un pollo. ¿Trivializo el tema? Sí, es lo que hacen el fascista Señor de las Tangas o el señor Norberto Rivera, este último sospechoso de ligas con la pederastia, cuando hablan de procesos biológicos ajenos a la estrecha lengua religiosa.
Aunque con la ampliación de derechos todos ganan, la Iglesia católica y sus más fieles (porque tienen fieles que no están en contra) leyeron, como siempre, al revés: todos pierden.
No es extraño. La ampliación de derechos de los individuos, significado real de la iniciativa para la ampliación de la despenalización del aborto, socialmente se traduce, en este caso a fortiori, en pérdida de poder para la Iglesia. ¡Champán para todos! La Iglesia pierde. ¿Por qué pierde?
Es simple: las anteojeras de la Iglesia están hechas para leer al revés. En el transcurso de los siglos del proceso de hominización de los bichos que nos dieron origen, los hombres inventaron dioses al por mayor en todas las culturas. Estos eran símbolos que representaban creencias, que a su vez se volvían principios para organizar su vida: una estrategia de supervivencia para unos seres aún desprovistos de conocimiento. En algunos casos, como en el de la religión cristiana, el proceso de abstracción con el manejo de los símbolos desembocó en "un solo dios justo y verdadero". El monoteísmo. Precioso: los hombres inventaron a los dioses, hasta culminar en el invento de uno solo, al que atribuyeron haber inventado a los hombres. Así fue que se plantaron las anteojeras que leen al revés. Divino: sólo el dios inventado tiene el poder de dar o quitar la vida; nosotros, sacerdotes, que representamos al ser supremo y administramos su poder en la Tierra, amenazamos con el infierno a quienes no crean en nuestra creencia. Pero si los hombres demuestran que pueden transformar la vida celular, vegetal o animal, la humana en particular, y hasta reproducirla por el manejo del genoma, el poder del todopoderoso decae. Así, pues nada de abortos. ¡Uf! El príncipe ha quedado desnudo. Sus anteojeras son inservibles. El siguiente paso, tendremos que esperar, es del dios uno al dios cero.