Los perros
Invitada a develar la placa de fin de temporada -al parecer, una muy larga temporada- de Los perros de Elena Garro en dirección de Mauricio Pimentel Maqueda, asistí a Pátzcuaro a cumplir la muy honrosa encomienda junto con Luis de Tavira y el artista plástico local, Francisco Rodríguez Oñate, y a presenciar la escenificación. Es sabido que Tavira ha sentado sus reales en lo que fue casa de descanso del general Lázaro Cárdenas, cedida por el gobierno del estado, desde donde realiza una espléndida labor al frente de El centro dramático de Michoacán, llevando a poblaciones alejadas buen teatro a bordo del carromato Rocinante diseñado por Philippe Amand. Esperemos que esto sea por largo tiempo y que los recortes presupuestales no lleguen a eliminar la empresa, sino al contrario, que surgieran muchos Rocinantes a todo lo largo de la República, aunque pocos sean los teatristas que tienen la pasión de este maestro.
Las obras breves de Elena Garro no siempre son bien comprendidas por directores que, imbuidos de la idea del sustrato mágico de la dramaturga, los llenan de recursos falsos e inútiles y si hace algunos años Sandra Félix realizó un excelente trabajo con algunas de ellas, de allí en fuera no había yo visto un buen entendimiento hasta ahora, con la dirección de Pimentel. Es una lástima que no se reedite el volumen hecho por la Universidad Veracruzana en 1958 que las contiene bajo el título de Un hogar sólido y, por otra parte, a muchos nos alegró que la Compañía Nacional de Teatro diera marcha atrás al montaje de Sócrates y los gatos en donde la talentosa pero demente escritora volvió sobre su escandalosa postura ante los sucesos de 1968: hay que recordar a la Garro por algunas de sus obras y olvidarnos de sus enfermizos delirios y de otros textos que no confirman su importancia.
Los perros es una pequeña obra maestra en que el realismo de la violencia sexual que se ha hecho durante largo tiempo contra mujeres y niñas envuelve aspectos mágicos, como la creencia en algunos pueblos de que el día del santo patrono, en este caso el arcángel Gabriel, se puede apresar un día en las gasas que suben al cielo y según vaya ese día serán los otros del año. Además, la premonición de Manuela de que si Ursula habla de su temor hacia Jerónimo se repetirá su triste historia con Antonio Rosales y que, de hecho, ésta se repita contiene también un elemento mágico en que la superstición quedara refrendada. Algo de tragedia y de destino contiene la pieza en ese eterno retorno del que nos podemos imaginar los sucesos posteriores.
El grupo Echeri Teatro construyó en una bodega derruida de lo que ahora es la sede del Centro Dramático Michoacán un cuarto, asiento de la escenificación, con una escenografía de Alfonso Hernández consistente en un camastro en cuyo rincón está un pequeño altar dedicado a san Gabriel Arcángel y, sobre todo, un brasero de troncos encendidos en donde Manuela echará las tortillas y que, por momentos, es la iluminación única del recinto gracias a la iluminadora Verónica San Miguel. Allí Mauricio Pimentel maneja a sus actores, sobre todo a las dos actrices principales, con una técnica vivencial muy diferente a las propuestas de su maestro Luis de Tavira, lo que habla muy bien de maestro y discípulo acogidos en el mismo proyecto pero que tienen conceptos casi opuestos en la dirección de actores.
Pimentel incluye unas rezanderas al inicio de la acción a las que sólo se atisba por ventana y puerta abiertas y que serán las encargadas de encobijar a la joven, así como enviadas del destino. Inicia con la madre bañando a la hija para acudir al pueblo en tan señalado día, antes de que se ponga el vestido rojo -no rosado como pide el original- con vestuario de Rocío Acuña. Son, junto a dar entrada a Benita que para la autora es sólo una voz, los únicos cambios que introduce en el texto y que lo realzan de alguna forma. Adán Reyes Farías está bien como el ambivalente Javier, pero son las dos actrices las que destacan. Lorena Guzmán Alcalá como la inocente y reacia Ursula, con todos los matices que necesita su papel y sobre todo Rafaela Luft Dávalos (que abandona momentáneamente la actuación para fungir como directora de Fonart) en el difícil y muy largo parlamento, casi inmóvil mientras echa tortillas, en que narra a la hija sus desdichas. Mauricio Pimentel se va consolidando como uno de los muy pocos excelentes teatristas que rehuyen las tentaciones del centro.