Usted está aquí: jueves 22 de marzo de 2007 Opinión La presidenta Bachelet y la otra izquierda

Adolfo Sánchez Rebolledo

La presidenta Bachelet y la otra izquierda

La visita de la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, se quiere aprovechar para asentar en el imaginario nacional la idea de que la izquierda no es forzosamente negativa, como se colige de las interpretaciones más corrientes difundidas en medios y por comentaristas habitualmente contrapuestos a esa corriente ideológica. Hay, según esto, una izquierda "buena", moderada, dispuesta a colaborar con y desde el gobierno para alcanzar objetivos comunes. Es la otra izquierda, contrapuesta a la amenaza "populista", la que ha dejado atrás los radicalismos y las estridencias de otras épocas para lanzarse hacia la modernidad en alianza con la derecha, ahora vestida de centro. Su notoriedad proviene, siempre según sus intérpretes locales, de su capacidad de adaptación a las exigencias objetivas de la globalización, tanto que los signos de identidad y los grandes propósitos ideológicos de antaño han perdido toda razón de ser.

Sin embargo, tan idílica versión, sostenida entre otros notables por el presidente Calderón, prescinde de la historia real chilena, mexicana o latinoamericana. Conjura los problemas sociales con un pase mágico de simple voluntad política, los alarga en el tiempo, los disminuye hasta hacerlos invisibles pero no inocuos. Prefiere la amnesia histórica, pero tampoco es capaz de discutir en serio el presente y, por ser una visión acomodaticia, al final discurre siguiendo la lógica del que manda, es decir, apoya al más fuerte. Sin duda, aunque la voz repele, se trata de una interpretación ideológica, "partidista", en el sentido amplio del término. Le preocupa el "modelo", pero hace caso omiso de las peculiaridades sociales y culturales que influyen de manera decisiva en su concreción, incluso a contrapelo de sus intereses estratégicos. Pero al presentar la "solución chilena" como la única-alternativa-viable para un continente tan diverso y desigual, dicha concepción incurre en un inaceptable reduccionismo, semejante en su naturaleza a la idea de que los procesos de cambio son "exportables", como si fueran un producto listo para funcionar en cualquier ambiente.

Sin embargo, esa visión ahistórica, desprovista al parecer de todo filo ideológico, es también una arma en la lucha política entre "izquierdas" y "derechas", pues por un lado fomenta el sectarismo de siempre, por otro lleva a confundir la política (y los intereses que representa) con una moralina de las buenas intenciones cívicas y, lo que es peor, conduce a mezclar y difuminar las responsabilidades históricas de los distintos protagonistas. Por ejemplo, son obvios los esfuerzos de la izquierda chilena contra la dictadura y a favor de la democracia, pero no se subraya con suficiente claridad cuál ha sido su papel en el diseño de la estrategia de concertación, como si la clave para ciertos avances se debiera única y exclusivamente a su flexibilidad para comprender los cambios de fondo ocurridos, pero renunciando a cualquier objetivo político o social que no fuera el acuerdo mismo para la democracia. Eso no es verdad. Tampoco se estiman los debates, las críticas y, en definitiva, el trabajo realizado por la izquierda chilena para mantener vigente, entre otros ideales y valores, el de la igualdad, tan vinculado a una visión compleja del desarrollo que no es exclusivamente económica.

Con esa amnesia se dejan en la sombra numerosas lecciones útiles y se abre el camino a una revisión malintencionada del gobierno del presidente Allende y la Unidad Popular, tratando de extrapolar la situación de la izquierda de entonces con la actual, como si, en efecto, pudiera establecerse un vínculo verdadero entre lo ocurrido en Chile en 1973 y lo que pasa, en general, en Latinoamérica hoy. Mucho me temo que se trata de una lectura derechista de la historia, pues en ella se hace recaer toda la responsabilidad por el golpe militar (siempre condenable, claro) en la conducta de las fuerzas populares, en los errores y las fantasías ideológicas de la izquierda, más que en las maniobras apoyadas por la oligarquía, la derecha, la democracia cristiana casi en su totalidad y, desde luego, las agencias estadunidenses involucradas en el caso. Algunos ilusos legisladores mexicanos sacrifican la memoria de Allende al hacer uso del éxito económico chileno como un argumento de calidad en defensa de ciertas reformas estructurales (sin debatir su pertinencia real), aunque no dicen de qué manera el "modelo" que tanto aprecian se impuso tras el golpe de Pinochet, quien, gracias a la oportuna consejería de las instituciones financieras internacionales, convirtió a su país en campo experimental de pruebas, erigido sobre las ruinas de la democracia y la sangre derramada por la represión.

Por supuesto que se puede aprender de Chile y otros países, pero de ninguna forma se puede convertir la experiencia chilena en un modelo exportable, contrapuesto a otras opciones "de izquierda", pues ello equivale a convertir la diversidad de situaciones -y de respuestas posibles-, aun en la globalización, en nuevo catecismo redentor, tan indeseable como los que hubo del lado revolucionario. Más deleznable aún cuando, como hace el PAN, se insisite en pasar bajo la cuerda del pluralismo el ideario neoliberal, pese a su obvia caducidad. En lugar de clasificar en buenas y malas a las izquierdas, convendría saber cuáles son los grandes problemas que éstas se proponen resolver, considerando que en la agenda subsisten algunos problemillas viejos como la desigualdad, la miseria, la corrupción, la intromisión de las religiones en el ámbito moral, la sujeción de la libertad a los impulsos de las corporaciones, la manipulación de las ideas, la idea de que todo es negocio, así se trate de la salud, la felicidad o la imaginación. El asunto, a mi parecer, es si la izquierda tiene o no respuestas para estos y otros temas, y trabaja organizadamente para resolverlos. Ese es el meollo del asunto.

Por lo pronto, la presidenta Bachelet dio una lección al Congreso mexicano cuando advirtió que, en materia de pensiones, ellos tenían que rectificar. Y se escucharon, al fin, las palabras mágicas que alumbrarían nuestro paupérrimo debate: garantizarles un minimo de solidaridad a los que han entregado sus vidas al trabajo. No está mal.

PD. Aunque la derecha no existe (que le pregunten al presidente Rodríguez Zapatero), en México se prepara una carga contra las iniciativas que pretenden despenalizar el aborto, incluyendo excomuniones y cabildeos públicos del Presidente. Magnífica manera de decir ¡presente!

 
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