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Javier Sicilia
Revisitar los murales del Casino de la Selva
La llegada de una querida amiga de Francia me dio el pretexto para romper la promesa que me había hecho de no visitar el Museo Muros que el consorcio Cosco-cm edificó para simular que compensaba la barbarie que cometió al destruir el patrimonio cultural que albergaba el Casino de la Selva. Fui, primero, para agradar a mi amiga; luego, para mitigar mi curiosidad de ver la reconstrucción que los restauradores de Bellas Artes habían hecho de los murales principales –el de José Reyes Meza y el de José Renau– que albergaba lo que fue el comedor de ese espléndido hotel.
Fuera de esa magnífica obra de reconstrucción y de la colección Gelman, la parte dedicada al arte contemporáneo es, con excepción de unas fotografías de Gerardo Suter y una pintura de Magali Lara, el elogio a lo kitch, ese "arte" hecho por gente que cree que la mierda no existe –con toda seguridad, quien está encargado de elegir esas obras es el mismísimo despachador de la salchichonería de la Comercial Mexicana; la mayor parte de ellas parece formar parte de los embutidos descompuestos que salen por la puerta trasera de la tienda comercial.
Recorrí la colección Gelman, pasé casi de largo por la sala kitch y me entretuve en la zona dedicada a los murales. Me asombró volver a contemplar aquellos enormes muros. ¿Qué había allí de nuevo? A no ser que aquel recinto fuera una simulación de un mundo que había sido arrasado por los poderes del Mercado, no había nada que no hubiese ya visto.
Repentinamente, al observar de nuevo la forma en que ese mural doble se había concebido –de un lado, el derecho, el mural de Reyes Meza que muestra el mundo indígena; del otro, el izquierdo, el de Renau, que retrata la Conquista; arriba, en la bóveda y las trabes, pintados por el propio Reyes Meza, como la bisagra que une esos dos mundos, la presencia de la era industrial– descubrí que ese mural anunciaba en esa bisagra, en esa resolución del encuentro, la propia destrucción de la que había sido objeto y que rescatamos a fuerza de protestas, movilizaciones y encarcelamientos.
En un sobrecogedor contraste con la vida de subsistencia del mundo azteca que la parte derecha describe, y con la violencia de las armaduras y de los caballos, que la parte izquierda muestra, Reyes Meza, al igual que lo hicieron Rivera y Orozco, revela una síntesis atroz: el elogio del homo industrialis sobre las diferencias, el sometimiento de la diversidad de las culturas a la uniformidad de la máquina. Tal parece que la figura que es arrojada por el centauro –una de las partes del mural de Renau que durante la destrucción sufrió más daños– y que simboliza a Cuahunahuac, hubiese sido devorada por el prometeico fuego de la máquina industrial, que a inicios del siglo xxi terminó por devorar el patrimonio cultural del Casino de la Selva.
No sé si esa síntesis de los murales haya sido, como por lo general sucedió con los muralistas que, llevados por el entusiasmo de los tiempos, habían decidido hacer ideología pintada, un elogio de la técnica o una reprobación que anunciaba el horror. Sea lo que fuere, esa síntesis, vista desde donde yo la veía, me mostraba el rostro profundo que ocultaba el entusiasmo frente a la industria de la primera mitad del siglo xx y que la exaltación de los obreros en overol de Rivera vela: el reemplazo de los saberes vernáculos y de las actividades orientadas a la subsistencia por el empleo; la reorganización del entorno: el espacio, el tiempo, las culturas, a un único sentido: la producción y el consumo, mientras que la creación de valores de uso, pintadas en el muro derecho, que satisfacen directamente las necesidades, y las de las culturas –expresadas en esos murales reconstruidos– desaparecen tragadas por la megamáquina industrial del Mercado.
Visto desde ahí se comprende por qué, frente a un mundo que ha despreciado todo, excepto la repetición de los procesos idénticos de la industria, la sala que resguarda el acervo del "arte" contemporáneo podría formar parte de cualquiera de los departamentos que se encuentran en el interior de las tiendas comerciales que rodean Muros. Tal vez mañana el museo se vuelva parte de ellas.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-cm del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la appo, y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.
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