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Todo es poesía
Si todo es poesía, no hay nada que no sea poesía. A partir de esta reducción tautológica cualquiera es poeta, pues todo el mundo puede escribir poesía. El disparate gramatical es poesía, y también lo son la pirueta metafórica sin sustento y la melaza del 14 de febrero. El dogma y el prestigio cultural, generalizados, nos impiden cualquier posibilidad de verificación.
El lector quizá recordará lo siguiente: en su "Disertación sobre la consonancia", José Emilio Pacheco plantea, lírica (¿o "antipoéticamente"?) una parte del problema poético moderno: "Aunque a veces parezca por la sonoridad del castellano/ que todavía los versos andan de acuerdo con la métrica;/ aunque parta de ella y la atesore y la saquee,/ lo mejor que se ha escrito en el medio siglo último/ poco tiene en común con La Poesía, llamada así/ por académicos y preceptistas de otro tiempo./ Entonces debe plantearse a la asamblea una redefinición/ que amplíe los límites (si aún existen límites),/ algún vocablo menos frecuentado por el invencible desafío de los clásicos./ Un nombre, cualquier término (se aceptan sugerencias)/ que evite las sorpresas y cóleras de quienes/ –tan razonablemente leen un poema y dicen:/ Esto ya no es poesía."
En efecto, esa es la formulación de una parte del problema. La otra la planteó, también lúcidamente Gabriel Zaid, a propósito de la poesía del propio José Emilio Pacheco, en un texto hoy clásico: "El problema de la poesía que sí se entiende". Zaid reseña la incomprensión crítica de un profesor español de literatura que hace una lectura anacrónica de la obra del autor de Islas a la deriva y que acaba diciendo: "Esto ya no es poesía", sino "prosa discursiva y lugar común que ahoga toda la posibilidad de lo poético."
Señala, entonces, Zaid: "Lamentamos tener que explicarle esto a un profesor de literatura. Hay una incomprensión desconcertante hacia la poesía que sí se entiende. Paradójicamente, resulta que los profesores leían con más cuidado y acababan entendiendo más la que no se entendía. Les daba ocasión para pedir becas, investigar y organizar toda una industria hermenéutica. En cambio, la poesía que sí se entiende los toma desprevenidos."
A partir de lo que se ha dado en llamar la "modernidad" (término tan equívoco como caprichoso, independientemente de lo que dice el diccionario: "que pertenece al presente"), la poesía vive una crisis profunda, entre la autobiografía sin ninguna elaboración estética y lo absolutamente incomprensible: entre los cándidos excesos de lo absolutamente experencial e "irónico" ("es domingo/ estoy viendo en la televisión/ el juego del hombre/ y pienso que ya no soy más/ el joven/ talla 29/ y me rasco el ombligo/ y eructo/ y digo/otra vez/ que ya no soy/ más/ el joven", etcétera) y las candorosas audacias "vanguardistas" de lo logorreico y la logorragia igualmente "irónicas" (habla/ calla/ dice/ lo que no dice/ pero pronuncia/ lo impronunciable/ en la palabra/ que calla/ y dice más/ que el habla/ y sus aliteraciones/ sus obliteraciones/ oblicuas/ sus óbitos/ sus", etcétera). Ambos extremos pueden gozar de un gran prestigio cultural.
Borges decía que es una ingenuidad y una obligación del todo superfluo imponernos el deber de ser "modernos", pues ser moderno es ser contemporáneo, ser actual, y todos, fatalmente, estamos condenados a serlo. Pero con Trilce, César Vallejo nos llevó a un callejón sin salida, y los girondos de la torsión del lenguaje son hoy algo más que vallejianos, algo más que girondianos, algo más que huidobrianos, aunque puedan ser también algo menos.
Hoy todo es poesía, porque es prácticamente imposible (ante los apóstoles de su respectivo mesías y los creyentes de su respectiva parroquia) negar o exaltar los méritos de muchas cosas que suenan rancias y de otras que, de tan incomprensibles y abstrusas, sencillamente no suenan. Y cada poesía engendra su crítica equivalente, a tal grado que, hace poco, un lector lanzaba la siguiente pregunta: "No es por criticar al crítico, o quizá sea porque soy corto de mente, pero ¿algunas frases las ha escrito para que las entendamos o para que no las entendamos?"
No son pocos los poetas y los críticos incomprensibles que, hoy, le echan la culpa al lector por ser corto de mente, por no entender. A decir de Stephen Vizinczey, "es imposible ser una persona pensante y no estar afligido por la soledad y la duda, no preguntarse a sí mismo: ¿soy yo loco o lo son los otros?" Más de una vez, cuando leemos poesía "moderna", tenemos que formularnos, irremediablemente, esta pregunta.
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