El Pana sigue triunfando en todo el país
Cuando en la cima de la gloria, allá por los tempranos años 40, los muchachitos le pedían que los enseñara a torear, el gran Luis Castro El Soldado no se negaba. Al contrario. "Coge el capote y levanta los brazos lo más alto que puedas", le decía, por ejemplo, al que esta anécdota me contó. El niño, obediente, desaparecía detrás del percal y el maestro con toda paciencia le indicaba entonces cómo jugar las muñecas para ir trazando el pase de la verónica.
Una vez que el alumno había entendido el concepto, el matador le ordenaba que repitiera 500 veces el ejercicio lo más rápidamente que pudiera. No era una broma, tampoco una burla porque, después de los primeros capotazos con las manos arriba, los bíceps comenzaban a ceder y a perder velocidad. Así, poco a poco el niño bajaba los brazos y al final, allá como por el pase número 450, la tela iba y venía ya arrastrada por el suelo con esa lentitud que bien puede enloquecer al público cuando se logra plasmarla sin mover las piernas ni perder la elegancia delante de un toro alegre, imponente y bravo.
Al recordar las dos grandes faenas del 7 de enero en la Monumental Plaza México, alguien decía la otra noche que las verónicas de su majestad Rodolfo Rodríguez El Pana aquella tarde le recordaban por muchas razones a las de El Soldado. La afirmación no dejó de causar polémica porque entre los demás contertulios había consenso en el sentido de que al torear de muleta, el fino artista de Apizaco había evocado hondamente nada menos que a Luis Procuna, el añorado berrendito de la calle de San Juan de Letrán, donde creció cuando su madre, en el último escalón de la miseria, vendía fritangas a los transeúntes y criaba al mocoso recién nacido que junto con El Soldado iba a participar en la inauguración de la México, el 6 de febrero de 1946.
Pero, bueno, se preguntarán quienes esto lean, ¿a cuento de qué vienen a la memoria tales recuerdos? La respuesta es obvia, porque en medio de la desertificación del paisaje taurino en este país no se puede hablar sino de los renovados éxitos que El Pana ha seguido cosechando por toda la República, tras el efímero tropiezo de hace dos fines de semana cuando por causa de la humedad se quedó sin torear primero en el estado de México y al otro día en Yucatán.
En plena resurrección, el artista ha seguido cortando orejas en distintos cosos del estado de Jalisco, donde las festividades religiosas de febrero le han traído contratos en plazas como Autlán de la Grana, Tuxcacuezco, San Gabriel y Comala, de donde por cierto, ya enrachado, se fue el sábado a La Petatera de Villa de Alvarez, en Colima, donde alternando con su paisano José Luis Angelino, el hidrotermopolitano (o aguascalentense) Víctor Mora y el rejoneador Fernández Madera (así, sin el nombre de pila que por algo no usó el caballista yucateco de Tixkokob), le cortó las orejas y el rabo a un ejemplar del hierro de Marcos Garfias. Y ahora, si las expectativas se cumplen, hará el paseíllo el domingo venidero en la plaza Avilés, de Motul. ¿Será que sí?