Usted está aquí: lunes 26 de febrero de 2007 Deportes Lo importante es aprender a manejar la garra y la serenidad: Manolo Vargas

En el flamenco, para alcanzar lo sublime hay que unir lo interior con lo exterior

Lo importante es aprender a manejar la garra y la serenidad: Manolo Vargas

Al bailar, como al torear, es muy importante que la persona se desnude interiormente

LEONARDO PAEZ

Ampliar la imagen Manolo Vargas, una vida de amor entrega y dedicación al baile flamenco Foto: Tomada de Internet

Para bailar hay que tomar en cuenta el físico y la edad, aunque yo empecé en el flamenco a los 30 años y debí trabajar mucho para rescatar el tiempo. Muchas veces me quitaba una comida para poder pagar una clase, por lo que cuando me invitaban a comer comía doble. Ahora, si hay duende poco importan la edad y el físico, lo importante es qué se trae dentro y poderlo sacar.

Jalisciense, nació con el nombre de José y el apellido Aranda, luego alguien le sugirió llamarse Pepe Mares, pero fue la bailaora y cantante Encarnación López Júlvez, La Argentinita, quien lo rebautizó como Manolo Vargas, y con ese alias artístico alcanzaría renombre internacional como excepcional bailaor de flamenco, estrella de varias compañías, coreógrafo y maestro de incontables generaciones.

Su vida ha sido una intensa novela inverosímil, un canto y un baile a la vida, a la mente, al cuerpo, al espíritu, al amor, a la pasión, a la fuerza, a la vocación, al compromiso, a la disciplina, a la personalidad, a la apostura, al sentimiento, a la audacia...

Lo anterior casi parecería una exageración, sin embargo, cuando se está a punto de cumplir 94 años de edad y con una afección en la columna vertebral se sigue impartiendo clases de flamenco de lunes a sábado, la cosa empieza a cambiar.

Manolo Vargas es no sólo leyenda viva de su gran arte dancístico -reconocido por los mejores del mundo, e incluido en tratados, enciclopedias y museos de flamenco- sino testimonio magnífico de su otro arte paralelo: la congruencia consigo mismo, a pesar de todo.

Por andar bailando en fiestas y bodas, de niño recibe una golpiza de su padre, quien lo amenaza: "Si vuelves a bailar te mato". Apenas alcanzada la adolescencia se marcha al Distrito Federal, donde lo mismo será despachador en una gasolinera que mesero "con experiencia" en El Patio, o taquimecanógrafo en un banco.

Cuando retomo el baile, recuerda Manolo, tenía 30 años cumplidos, así que ya no era arcilla sino piedra, pero la vocación es implacable, quien la posee no puede vivir sin ejercerla. Empecé con regional, pero una ocasión en que vi bailar a Oscar Tarriba supe que el flamenco era lo mío. Desafortunadamente sólo estuve seis meses con él.

Repito, cuando hay vocación la vida misma te va poniendo en el camino que la refuerce. Conocí luego a La Gitanilla, una bailarina sirio-libanesa que me llevó a Nueva York como comparsa. Allí actuábamos en un sitio llamado La Martinique, donde una noche me vieron José Greco y La Argentinita, quien me propuso unirme a su grupo y a su estudio. Se me ocurrió decirle que ya tenía empleo sin saber que a los pocos días La Gitanilla se desharía de mí diciéndome que mejor regresara a México, pues en Estados Unidos me podían mandar al frente de batalla.

Una noche de fuerte nevada, desesperado y aterido, encontré a La Argentinita bajando de un taxi, le pregunté si todavía me aceptaba y fue entonces cuando supe lo que era canela. Tenía presencia y personalidad, pero me faltaba toda la técnica. Al cabo de un mes de ensayar casi las 24 horas, pude entrar a la compañía de Encarnación López, quien me dijo: "Ya tengo un José, te llamarás Manolo Vargas". Permanecí a su lado hasta su muerte, en 1945.

A los pocos meses su hermana, otra enorme bailarina, formó el Ballet Español de Pilar López; con ella trabajé muchos años con satisfacciones y éxitos en los principales escenarios. En 1948 hice en España la película Amor brujo, con Pastora Imperio, y ya sabrás cómo se pusieron, sobre todo aquellos que consideraban al baile flamenco exclusivo de los gitanos. Como los buenos toreros, tuve que echar pa'lante en las escenas y fuera de ellas. Con decirte que las navajas utilizadas no eran de utilería.

Manolo, de espaldas al enorme espejo de su pequeño estudio, da un trago a su manzanilla y añade: un día a la semana me viene a ayudar una señora, el resto del quehacer tengo que hacerlo yo, por lo que entre eso y las clases no tengo tiempo para enfermarme. La vejez es un concepto reforzado por la inactividad. Hay que moverse constantemente y no darse a las lamentaciones. Los tiempos no son muy propicios para las vocaciones, pero si alguien siente que la tiene, que la ejerza como desesperado, se prepare y se fije metas, con sudor y con amor, no sólo con ambición.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.