Interpreta en vivo casi la totalidad de su reciente Rather Ripped en el Salón 21
Luego de 20 años de exquisito ruido, Sonic Youth aún rompe esquemas
El grupo neoyorquino se gana a la chamaquiza con Bull on The Heather, uno de sus temas característicos
Ampliar la imagen Thurston Moore Foto: Notimex
Las paredes ya no se descarapelaron de más, los cuerpos no volaron por los aires. Y aunque el concierto fue de gran factura, la noche del sábado Sonic Youth tomó la decisión orgullosa y estirada de interpretar en vivo, y casi en su totalidad, su más reciente álbum, Rather Ripped (2006), sin dejar casi espacio a sus temas más conocidos, acuñados durante poco más de 20 años de romper esquemas e imponer estilo dentro del rock ruidoso y exquisito.
Los más fans avalaron, a la salida de un aséptico Salón 21, la decisión del legendario quinteto neoyorquino de no ser complacientes y de tocar lo que se les viniera en gana; los más, no pararon de comentar que les había faltado más, sobre todo en comparación con su actuación en el Circo Volador, en 2004, en que banda y público crearon una explosión tal que aquello fue una chifladura catártica, sudorosa, disonante, cardiaca.
El público ansioso
A las 21 horas en punto, dos chicos subieron al tinglado a ejercer el sano ejercicio del ruido, del feedback exagerado, de las estructuras melódicas inexistentes. Ruidismo, que le llaman. No llevaban ni cinco minutos cuando el público ya los estaba abucheando. No es que fueran malos, sino que al personal ya se le quemaban las habas por ver a Sonic Youth. Fue notorio que el dueto bajó antes de acabar su presentación. Ni su nombre dijeron.
Fue hasta las 22 horas que Thurston Moore (voz y guitarra), Kim Gordon (voz y bajo), Lee Ranaldo (guitarra y voz segunda) y Steve Shelley (batería), aparecieron en escena, con un bajista invitado. Las reforzadas vallas al frente, bajo el escenario, se doblaban de tanto entusiasmo corporal. Habría unas 4 mil personas. Las sonrisas eran zaguanes amplios incrustados en las caras juveniles: si bien había uno que otro pasando la treintena, los veinteañeros dominaban la noche, dato que avala la vigencia del grupo.
Entre melodías atmosféricas, el grupo fue hilvanando los primeros trazos, comenzando con la animada Incinérate, Moore al frente. Los saltos fueron gozosos, los brazos en alto, celulares en mano, no paraban de tomar fotos: ver el toquín a través de la pantallita, recurso compulsivo. Desfilarían Do You Believe in Rapture, What a Waist, Reena, Turquoise Boy, Jams Run Free; salvo la primera, todas interpretadas por la señora de Moore, Kim Gordon, al centro con su vocecita adolescente, frágil, sutil, adusta, pero encantadora; aun pasando los 50 años, quizá no sea muy bella, pero al tocar su bajo y cantar, luce radiante, deliciosa, y más cuando se pone a girar con los brazos extendidos, como niña en el centro de un patio mojado.
Rather Ripped: de preferencia roto, de preferencia violado. Pero al contrario, sus canciones recientes no suenan rotas, sino habitadas por intervalos cálidos, estridencias mesuradas, distorsiones escasas, cual si estuvieran hartos de su propio cliché. Ahí también estuvo Ranaldo cantando su tema Rats, de melodía cadenciosa.
Sería como a los 20 minutos, que al grito de "Confusion is sex!", por parte de Moore, la banda se echaría a la bolsa a la chamaquiza con Bull on The Heather, del Experimental Jet Set, Trash & No Star (1994), uno de sus temas más característicos, juguetones, y quizá el que hizo brincar de más a la concurrencia. También se aventarían una del Washing Machine (1995), así como Silver Rocket, del Daydream Nation (1988), y cómo no, 100%, del disco Dirty (1992).
Con la confianza que da ser un grupo que vuelve por sus fueros, al ser hoy revalorado por los más jóvenes, puesto que es notorio, al oírlos, que sustentan mucho de lo que hoy se hace, Sonic Youth mantuvo la tensión de inicio a fin, con su conocida fineza hipnótica, con todo y sus tres encores de rigor. Hasta entonces, sólo en una ocasión Moore se había puesto a jugar con el vicio que generan las guitarras frente a los amplificadores, y había tocado su instrumento, no con los dedos, sino con una baqueta, pero nada de su espectacularidad acostumbrada. Era entonces de esperarse que destrozaran el vaho respiratorio rumbo al final.
Todo era un solo acorde
Así, para cerrar, al terminar el mega-clásico Teenage Riot, de uno de sus discos más emblemáticos, el citado Daydream..., Moore bajó del escenario a hacer como que aventaba la guitarra al público, mientras todos extendían las manos; por su parte, Ranaldo extendía su arma musical de seis cuerdas rumbo a las luces que pendían del techo, para hacerla sonar con las estructuras metálicas; el griterío, los chiflidos, el ruido de sus instrumentos: todo era un solo acorde. Luego, Moore aun abajo, Ranaldo arriba, entrecruzaron los brazos de sus guitarras para hacerlas sonar entre sí unos segundos. Poquísimo tiempo después, se retiraron todos para no volver. Eso fue todo. Nada de baterías tántricas, nada de subirse a las torres de amplificadores, nada de hacerle el amor al instrumento, nada de extender las paredes de ruido y de feedback rumbo al infinito y más allá... Quizá como diciendo: "ya muchos que no lo fundaron hoy lo hacen; hay que dejar de hacerlo".
"¿Cómo no tocaron Kool Thing (del Goo, de 1990)?", preguntan por ahí sobre uno de sus grandes hits. "Me faltó, me faltó", comentan otros. "Estuvo mejor la otra vez", afirman por allá. Así, tras un Sonic Youth distinguido, brillante, pero mesurado, contenido, las sonrisas ya no eran zaguanes, sino puertas llanas, entrepiernas ganosas que se quedaron anhelando más.