El Pana en Motul movilizó a la fiel afición yucateca
Con gran expectación, la afición taurina de Yucatán esperaba ayer la corrida de la Plaza Avilés, a 40 kilómetros de Mérida, en la ciudad de Motul, donde tenía que actuar su majestad Rodolfo Rodríguez El Pana. Sin embargo, una tormenta que se abatió desde la madrugada en la península dio al traste, si no con el festejo, al menos con los mecanismos que este espacio había preparado para recabar la información, pero que dada la furia del meteoro se vinieron abajo repentinamente.
Gracias a su inolvidable triunfo del pasado 7 de enero en la Monumental Plaza México, El Pana ha logrado una buena cosecha de contratos y éxitos en plazas de todo el país, que lo han llevado tanto a cosos del Bajío, como La Luz, en León, Guanajuato, y San Juan del Río, en Querétaro, hasta la muy turística placita de Cancún y luego a la ya mencionada Avilés de Motul, en lo que parece ser el principio de una intensa gira por aquellas planas y verdes tierras del sureste mexicano.
Bien por la distancia geográfica, bien por la aún mayor lejanía cultural que existe entre Yucatán y el resto de México, los aficionados a la fiesta brava en el centro y en el norte del país ignoran la asiduidad y el apego que los herederos de los antiguos mayas profesan por la posmoderna tauromaquia. No en vano, en casi todas las ciudades de la península con exclusión, por supuesto, del estado de Campeche, pero no de Quintana Roo, donde están los embudos de Carrillo Puerto y Chetumal, hay plazas fijas o portátiles, y actividades taurinas invariablemente los fines de semana y los días festivos en que los llamados "puentes" sirven como pretexto para organizar ferias.
Una de las más arraigadas de éstas es la de los Reyes Magos en Tizimín, donde la plaza cuenta con más de 150 años de antigüedad pero goza de una característica especial: cada una de las familias del pueblo posee una porción de ella que guarda en su casa todo el año y que solamente la saca después de las festividades de año nuevo para utilizarla del 4 al 6 de enero, cuando habitantes de todas las rancherías de la región acuden a las corridas en honor de la llegada de Melchor, Gaspar y Baltazar a Belén para adorar al niño Jesús.
Esa placita, hecha con tablas y troncos, de dos pisos de altura, techada con ramas de palmera, forma parte del patrimonio colectivo y, huelga decirlo, de la cultura ancestral de Tizimín, y cada familia, en efecto, cuida, conserva y da mantenimiento a un segmento de las tablas del redondel y de las instalaciones para los espectadores. Hace algunos años, el videosta Carlos Mendoza ganó un premio en cierto festival de documentales al exhibir uno que rescataba un hecho similar en un pueblo de Nayarit.
El relato contaba más o menos lo mismo: desde la segunda mitad del siglo XIX, en rechazo a la prohibición impuesta por el gobierno de Benito Juárez contra las corridas de toros, diversas comunidades en todo el territorio nacional respondieron construyendo su propia plaza para usarla en honor de sus santos patronos al menos una vez por año.