Gente que habla sola
La multitud hoy conoce una nueva forma de soledad. Toda esa gente hablándole al breve e insaciable aparato telefónico de pila tóxica, o pulsando sus teclas en agitada charla con alguien que no está ahí. ¿Espejismo de comunidad? Quién sabe. Para sus críticos, sí. En cambio, para millones de usuarios expande las posibilidades de cercanía y comunicación, y no deja de pefeccionarse. Ya podemos ver al interlocutor distante. Pronto ¿qué? ¿Se le olerá? No hará falta; el olfato es un sentido atrofiado en los humanos.
Los celulares se publicitan con la prestigiosa palabra "libertad", pero también pueden significar sujeción, control, obligación de omnipresencia, disponibilidad permanente. ¿Por qué dejaste apagado tu celular? ¿Por qué no tomaste la llamada? Te dejé recado y ni así. Es que lo dejé en el carro/se acabó el crédito/se descargó la pila. Los lugares públicos se llenan de originales u hostigosos bip-bip, pues quién no carga uno. Podemos hablar con quien se nos pegue la gana.
Todo se ha vuelto tan inmediato, sencillo y presuntamente económico. Bueno, antes no existía la opción-necesidad de dedicar parte del salario a la renta, las tarjetas y la renovación interminable de software. Y en México la telefonía móvil es la más cara del mundo, gracias a la impunidad que gozan las grandes empresas de telecomunicaciones, así como las de granos, banca o comercialización del agua. En día no lejano habrá que pagarles por el aire que respiramos. Por lo tanto, sólo las clases medias y altas incorporan a su arsenal estos aparatititos. "Imposible" no tener uno, o varios. Antes, conversar por teléfono (el hoy "fijo") era ya una ceremonia. Había que tomarlo, como quien empuña un magnavoz, o conseguirlo en la vía pública.
La inmediatez actual es formidable. Cruel o maravillosa. Según. Ya ven, el viejo correo generaba un periodo de latencia (el viaje postal) consustancial al género epistolar. Ahora la correspondencia, así se trate de enciclopedias enteras, llegan al otro lado del mundo a una "alta velocidad", sinónima de lo simultáneo. Es etérea, pero poco romántica por decir lo menos. Hablamos de "tiempo real", una novedad epistemológica que confirma que hasta hace un par de décadas habitábamos, como los cavernícolas, una suerte de "tiempo irreal". ¿O será que antes se tenía una noción más realista del tiempo?
Toda esa gente hablando a solas está hiperconectada con alguien más. No con nosotros presentes, sino con alguien fuera de cuadro. Unos hablan así en taxis, tiendas, en la mesa con comensales desdeñados, aulas, salas de belleza. Vamos caminando y parloteando, sin límite de tiempo. Los jóvenes se reúnen para hablar, chatear o mensajearse con los que no están con ellos en ese momento.
Eso de los mensajitos. Estudios recientes prueban que en Japón las nuevas generaciones desarrollan una agilidad inusitada en el pulgar. Ya se confirmará dicha mutación motriz en el resto del planeta tecnificado, mientras los otros dedos ya deben ser dactilógrafos pues todo pasa por el teclado de las computadores y los controles remotos de cuanta madre, empezando por la Diosa Televisión y el aire acondicionado. Ya se inventaron perros que ladran y menean la cola a control remoto.
¿Qué es lo real en la novedosa soledad del celular o de los chats por "mensajero" (conversación colateral que se practica mientras uno hace otra cosa, y que amenaza con atrofiar la lengua escrita como la conocemos hasta ahora)?
Tenemos tanto poder que "bajamos" de la estratósfera cualquier clase de archivos, planos, música, imágenes, películas enteras. Podemos "ordenar" una revista, un automóvil o una isla bajacaliforniana, mover dinero a través del océano como quien suspira, con nada más llenar un formulario en la pantalla y apretar determinado botón. Un clic puede desencadenar guerras. Además, la técnica es tan eficaz que permite inventar, "editar", deformar, sobreponer realidades. Y nos están educando a no ver allí ninguna mentira. "Si es posible, está bien", nos dan a entender.
Cuatro personas en un auto compacto (familiares, amigos, colegas) pueden a su vez sostener conversaciones individuales con otras cuatro, y de un tirón tenemos ocho personas solas que no saben que lo están.
Este y otros recursos prácticos de la modernidad implican nuevas maneras de convivencia, hiperconexión y organización. De Seattle a Oaxaca, los celulares han servido como instrumento de movilización inmediata y coordinada que reta al poder y sus fuerzas de control.
Es probable que el mismo cerebro humano esté cambiando, y no sólo sus percepciones físicas, éticas e incluso metafísicas. Pronto, la gente pensará ("procesará") de otras formas.
Y ahora, con permiso de ustedes, me paso a retirar sin conclusiones positivas o negativas acerca del fenómeno comentado. Resulta que aquí hay señal (¿dónde no?) y tengo una llamada que atender. Chau.