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Apocalipsis de Kyoto
El Reloj del Fin del Mundo
Bombas, invierno, calentamiento
Ampliar la imagen Los jinetes, según Durero
Qué pena, querido Juan: no será con sonidos de trompeta ni con tronos bajados del Cielo ni con siete sellos ni con ángeles llorosos ni con una mujer encinta, vestida de Sol y coronada por 12 estrellas, como habrá de anunciársenos el Juicio Final. Lamento que tu descripción alucinada y entrañable no resista el ácido de la realidad porque, a fin de cuentas, es mucho más poética y también más entretenida que ese aséptico reloj con el que los sabios de buena voluntad nos indican la cercanía del Fin del Mundo, o que el termómetro global que marca las consecuencias de nuestra estupidez inabarcable.
Dicho sea sin asomo de ironía, este desastre del clima es más bien anticlimático. Hace dos décadas, en el imaginario colectivo había un frigorífico con las fauces abiertas esperando a la humanidad al término de su existencia: el invierno nuclear. Las detonaciones masivas harían ascender a las capas superiores de la atmósfera grandes cantidades de polvo que bloquearían la luz solar, se daría paso a una nueva glaciación y al menos en el hemisferio norte los humanos, junto con el resto de los seres vivos, perecerían congelados. Los 60 y 70 del siglo pasado fueron excepcionalmente fríos y algunos científicos postularon que ello se debía al entusiasmo puesto por las dos superpotencias en el ensayo de sus juguetes nucleares. Entre 1961 y 1963, años en que Moscú y Washington se pusieron de acuerdo para prohibir las pruebas atmosféricas, espaciales y submarinas, se detonaron unos 340 megatones que debieron expulsar a la troposfera un millón y medio de toneladas de óxidos de nitrógeno. Pero también hay que tomar en cuenta que en 1965 tuvo lugar la explosión del volcán Agung, en Bali, suceso que ha sido señalado al menos como corresponsable de la baja temperatura en el periodo que va del surgimiento de los Beatles al ascenso de Ronald Reagan.
Las dos guerras del Golfo (1991 y de 2003 a la fecha) resucitaron brevemente la especulación sobre el invierno nuclear, en su modalidad "humo de Saddam". Los vapores producidos por el incendio de pozos petroleros, se dijo en esos momentos, era capaz de actuar como una inmensa cortina atmosférica y provocar, así fuera a escala regional, una suerte de invierno artificial.
http://www.biblegateway.com/passage/?book_id=73&;chapter=4&version=42
http://www.thebulletin.org/weekly-highlight/weekly-highlight.html
http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/science/newsid_6272000/6272395.stm#map
http://www.arrakis.es/~lallave/nuclear/global.htm
http://es.wikipedia.org/wiki/Influencia_antropog%C3%A9nica_sobre_el_clima
http://www.elmundo.es/elmundo/2003/03/21/enespecial/1048274883.html
Pero de los años 80 del siglo pasado a la fecha ha cambiado radicalmente la noción sobre el daño que podemos infligir al clima y ahora se habla más bien de nuestra cocción a fuego lento, como mariscos, en un caldo planetario de preparación pausada, condimentada sin precaución ni cariño por los azufres y las dioxinas que genera nuestro bienestar (ese que sólo llegó a una décima parte de nosotros). Es una vergüenza: por la pereza de caminar y la insistencia en mover hasta el abanico con energías ajenas a nuestros cuerpos, oh Juan, no sólo hemos echado a perder el delicado equilibrio ecológico, sino también la primorosa ecuación simbólica que compusiste en tu exilio de Patmos. En su más reciente edición, el Apocalipsis se ha reducido a una gran porción de sopa caliente.
"El impacto colectivo de la humanidad en la biosfera, el clima y los océanos no tiene precedentes" y la "amenaza sin enemigos" del riesgo ambiental es un peligro equivalente "a la división Este-Oeste durante los años de la guerra fría", dijeron los del Boletín de Científicos Atómicos (BAC, por su siglas en inglés), organismo encargado de poner a tiempo el Reloj del Fin del Mundo, y le agregaron a la amenaza el programa nuclear iraní, los ensayos atómicos de Corea del Norte y la persistencia de un arsenal de 26 mil armas nucleares en manos de Washington y Moscú cuyos gobernantes, piensa uno, no necesariamente están menos locos que los de Pyongyang y los de Teherán. En consecuencia, los sabios ajustaron al alza su medidor de la inminencia del cataplum: las manecillas del cronómetro marcan ahora cinco minutos antes de la medianoche.
En su punto más angustioso, ese indicador simbólico, fundado en 1947, llegó a estar ubicado dos minutos antes del Gran Final. Fue tras los ensayos de bombas de hidrógeno por parte de Estados Unidos y la Unión Soviética. Tan alborotadas estaban las ñáñaras ("sensación en el estómago cuando se tiene miedo o ansiedad o tensión nerviosa", apunta Gómez de Silva, aunque DeChile.net ubica la experiencia al final del tracto digestivo) por aquellos tiempos que la edición de 1953 del venerable Guardián de la salud (traducción al español de la Guide to health, de Hubert O. Swartout, Publicaciones Interamericanas, Zona del Canal, Panamá) incluye 18 espeluznantes páginas sobre qué hacer "en caso de explosión atómica", con explicaciones muy útiles como "llevar siempre un sombrero, pues las alas de él pueden salvarnos de una grave quemadura en la cara", "los vómitos no significan siempre que uno esté enfermo por las radiaciones" y "la radiactividad no estorbará el funcionamiento del carburador ni del encendido" de los vehículos automotores.
http://www.academia.org.mx/dicmex.php
http://etimologias.dechile.net/?n.a.n.ara
http://es.wikipedia.org/wiki/Invierno_nuclear
http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/science/newsid_6114000/6114666.stm
Cuarenta años después, a nadie se le habría ocurrido la necedad de editar un manual de protección personal ante el calentamiento global. En vez de eso, en diciembre de 1997, 34 gobiernos suscribieron en Kyoto, Japón, un acuerdo para reducir la emisión de los gases que causan el llamado efecto invernadero y que son, según la mayor parte de la comunidad científica mundial, responsables de nuestra próxima escatología en un baño sauna.
Algunos indicios de desorden climático severo nos deja el extraño invierno en curso; ya hablaremos de eso el jueves próximo, si es que la versión caldosa del juicio final no acaba antes con nosotros. De la navegación pasada, y a propósito de destrucciones finales, César Jacques Ayala, del Instituto de Geología de la Universidad Nacional Autónoma de México, recomienda el libro The destruction of Sodom, Gomorrah, and Jericho. Geological, climatological, and archaeological background, Oxford University Press, 1995, de David Neev y K.O. Emery, ambos geólogos, en el que se cuestiona que Josué haya vivido en tiempos de la aniquilación de Jericó. Gracias, César. Por mi parte, propongo que echemos un cubito de hielo gorosticiano (el dístico terminal de Muerte sin fin) en la sopa hirviente que acabará por matarnos:
¡Anda, putilla del rigor helado, anda, vámonos al Diablo!
http://unfccc.int/resource/docs/convkp/kpspan.pdf
http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/science/newsid_6114000/6114666.stm
http://www.oup.com/us/catalog/general/subject/EarthSciences/Geology/?view=usa&;ci=9780195090949
http://www.filosoficas.unam.mx/~morado/gorostiza.htm