Usted está aquí: jueves 18 de enero de 2007 Política Los errores y la ideología

Adolfo Sánchez Rebolledo

Los errores y la ideología

Felipe Calderón hizo balance de lo que lleva gobernando y ofreció un panorama optimista, no obstante que la crisis de la tortilla ya estaba en su apogeo y el tema de los derechos humanos saltaba a la palestra desde Oaxaca. Prefirió subrayar los tonos grises de la gobernabilidad, los logros asentados o reconocidos por las encuestas de opinión, sin problematizar una realidad que en estas primeras semanas se ha mostrado rebelde a las simplificaciones del gabinete, a pesar del activismo presidencial y al coro elogioso que saluda todas sus acciones. Siguiendo la tradición presidencialista se busca salvar al Presidente de la "mala" imagen que puedan emitir sus colaboradores o correligionarios, consolidar la superioridad del jefe sobre cualquier error cometido por los panistas dentro o fuera del gobierno. En otras palabras, se pretende hacer del mandatario una figura aséptica, neutral, a-ideológica, bien instalada en el centro del espectro político sin contaminarse con el discurso de la derecha que lo apoya.

Pero los errores cometidos por los panistas durante este lapso no son meros tropiezos personales, que sin duda los hay, sino extremos de una actitud ideológica subyacente bajo la cortina de la neutralidad democrática a la que se acogen los altos representantes del Estado. Cuando, por ejemplo, un diputado del PAN justifica la reducción de los ingresos a la UNAM en nombre de una mentira vulgar asumida como verdad indiscutible, comete una pifia impresentable, casi ridícula, tomando en cuenta el momento y la circunstancia, pero en rigor lo único que hace es manifestar torpemente, en voz alta, la concepción corriente de buena parte de la derecha ­aun aquella que se considera más moderna­ acerca de la educación pública en general y su significado en el desarrollo nacional. En ella predomina la idea de que en México la enseñanza superior de calidad debe ser administrada e impartida por los particulares y orientada por valores provenientes de la moral religiosa. Por ello, la displicencia hacia la investigación científica realizada en los centros universitarios e institutos técnicos nacionales es congruente con la mercantilización creciente de la educación privada, la cual, con excepciones, "importa" junto con los programas de estudio modelos de dependencia tecnológica que nos impiden crecer en la materia.

La batalla presupuestal es uno de los escenarios donde se libra esta confrontación vinculada, quiérase o no, con la pugna por la hegemonía cultural y el futuro del desarrollo nacional en tiempos de globalización. De ahí la importancia de que el rector de la UNAM insista en subrayar la "disonancia entre el discurso y los hechos" del gobierno, pues, en definitiva, "los compromisos políticos que no se reflejan en inversiones resultan no ser compromisos tan formales" y eso es lo que ocurre con los recursos necesarios para la investigación científica y teconológica.

Cuando el secretario Córdoba Villalobos se manifiesta en favor de la abstinencia como fórmula para evitar el contagio del VIH, expresa una discutible opinión personal que se puede interpretar, con buenos argumentos, como el primer anuncio de un cambio en la política seguida hasta ahora. Pero si además se dice que los métodos de propaganda preventiva sólo han funcionado como la "promoción de las prácticas de riesgo", es natural que suenen las señales de alarma en diversos sectores de la sociedad civil. Aquí, como en el caso de la educación, el declarante, en este caso el secretario de Salud, tiene una visión personal en tanto médico y político que, en rigor, no se distingue de la que sostiene la Iglesia católica y, junto con ella, los grupos más recalcitrantes de la derecha social y política. La pregunta, pues, en éste, como en otros asuntos, es si en verdad el gobierno de Felipe Calderón se mantendrá fiel al laicismo, tal como se entiende en la Constitución o si, por la vía de la defensa a ultranza de la "libertad religiosa" (por la que pugna la Iglesia católica) se irán minando sus fundamentos.

En los días posteriores a las declaraciones del secretario, éste ha tratado de deshacer el entuerto ratificando los programas preventivos que tiene a su cargo, pero la pregunta es si conviene al país tener como cabeza del sector salud a un hombre al que le sacan ronchas los temas de la educación sexual, los derechos reproductivos o la prevención contra el sida que asume como líneas de trabajo las tesis religiosas en materia de salud y moral pública. ¿O será que fue nombrado justo por eso, como una manera de darle satisfacción a los grupos de la derecha que de algún modo habían perdido terreno?

Tampoco es un simple "error" la reacción del secretario Sojo ante la escalada de precios derivada del aumento brutal en el maíz. Sin la menor sensibilidad social, el secretario de Economía trató el asunto como un problema normal de mercado sin advertir la gravedad del asunto, no obstante que en su caso particular él no puede alegar ignorancia, puesto que formó parte del gobierno anterior, cuya responsabilidad en la gestación del problema es indudable. Tampoco puede asimilarse ahora a la crítica de los monopolios tan de moda, cuando ha sido el gobierno el principal aliado y protector de los grandes capitales. Pero lo increíble es que ni siquiera admite la importancia del acaparamiento denunciado por el gobernador del Banco de México. Por lo mismo, lejos de reflexionar sobre las soluciones de fondo, se limita a buscar soluciones de emergencia que en definitiva no atacan las causas del desabasto.

Como sea, sin entrar en los detalles del alza de precios y sus repercusiones, Sojo nos ofrece la oportunidad de observar, casi plásticamente, los reflejos del gobierno, la verdad detrás de la ideología económica, la engañosa racionalidad de la macroeconomía que reproduce ad infinitum la desigualdad. ¿Podría alguien suponer que el liberalismo a ultranza del funcionario es sólo un "error"? ¿Podría decirse que la Presidencia carece de responsabilidad en estos y otros casos? ¿Es suficiente la rectificación puntual de los excesos o hace falta que, al fin, el gobierno diga con claridad cuál es su estrategia de reformas? No es mucho pedir.

 
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