Usted está aquí: martes 16 de enero de 2007 Opinión El chisme cultural

Teresa del Conde

El chisme cultural

Un chisme en términos generales actúa simplemente como rumor aún no comprobable en algunos casos; en otros, trae siempre consigo quejas que se emiten en perjuicio de alguien o de algo que está ausente. El chisme cultural avanza posibles situaciones que pueden o no ser adversas, dependiendo de los enfoques e intereses de las instancias emisoras. Así, la nominación de Sergio Vela como presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA) actuó, hasta el momento de escribir estas líneas, principalmente como muro de rebote, pues reúne en su persona probados méritos que establecen frontera con la anterior presidencia de ese organismo, que desde su fundación ha presentado conflictos por no ofrecer equivalencia a una secretaría de cultura, tal y como acontece en otros países, aunque tampoco se trata exactamente de una dependencia del Ministerio de Educación. Todos sabemos que durante la etapa previa a tal nominación se manejaron nombres de varios candidatos, entre ellos estuvo Gerardo Estrada hasta el momento en que él mismo aludió a la cuestión, aclarando que no había sostenido diálogo alguno respecto de una posible postulación. La nominación de Sergio Vela fue muy bien recibida, pese a inquietudes surgidas en el campo de las artes plásticas, porque de sobra se sabe que Vela es un eminente musicólogo.

En cambio, cuando Sari Bermúdez asumió la presidencia de ese organismo sucediendo a Rafael Tovar y de Teresa, la sorpresa en el ámbito cultural fue mayúscula, debido a que Bermúdez no se encontró nominada en ninguna de las encuestas previas que entonces se produjeron, a diferencia de Lourdes Arizpe, quien en ese momento era la persona que mayor consenso reunía.

La antropóloga Lourdes Arizpe, consultora de la UNESCO y ardiente defensora de la universidad pública, se pronunció con argumentos contundentes en noviembre de 2005 con motivo de la ventilación de la ley de cultura, enviada desde el Ejecutivo al Congreso, arguyendo como punto principal que el gobierno, al no tener clara una política cultural, carecía de fundamentos para emitir tal moción legislativa, cosa muy cierta. A partir de los nombramientos en dos de las principales dependencias del CNCA ­el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y el Institito Nacional de Bellas Artes (INBA)­, el chisme cultural se acrecentó. Pude enterarme de los respectivos nombramientos antes de que se hicieran públicos y de primer embite creí que la fuente que me interpelaba había trastocado los nombres, es decir, María Teresa Franco iba para su antigua dependencia, el INAH, y Alfonso de Maria y Campos al INBA. Tal vez eso me ocurrió debido a mi percepción de ambos funcionarios como autoridades culturales, pues De Maria (profesor de carrera en la UNAM) conoce el campo que abarca el INBA y María Teresa, cuya alma mater fue la Ibero, lo tiene del INAH. Al tratarse de puestos altamente representativos habrá que esperar la energía y el acierto con los que estos altos funcionarios culturales se desempeñen.

Con el recorte presupuestal anunciado, lógicamente empezaron a ventilarse otros puntos y a cada quien le dio por hablar desde su ronco pecho, de modo que el chisme cultural se incrementó.

Hay un notable especialista británico, versado en sicología, que afirma lo siguiente: el chisme no es trivial, puede prevenir la conducta inadecuada y hacer circular información importante. Además, todos sabemos por experiencia propia que más o menos la cuarta parte de las conversaciones que sostenemos se basan en el chisme, ya sea que se toque el ámbito público o el privado. Lo que siempre hay que tener en cuenta es que jamás debe "chismearse" para lograr metas propias ni difundir información que carece de índices verosímiles. Ambos puntos son graves e indefectiblemente cuando ocurren se vuelven contra el chismoso. No obstante, "chismear" es propio de la naturaleza humana, y eso hasta los teólogos no sólo lo saben, sino lo practican.

Comento estas cuestiones porque es de lamentar el deterioro presupuestal de los museos públicos, que en varios casos hacen milagros para funcionar. Sus respectivos estudios y vocaciones debieran analizarse a conciencia antes de efectuar más cambios de los que hasta este momento han ocurrido, pues la prisa es pésima consejera. Un punto a reflexionar al respecto pudiera ser el siguiente: existe la impresión de que nos hemos dejado apantallar, seducir, engañar, por la ilusión de lo nuevo, o más bien, por el efecto de lo inmediato, tanto en lo que concierne propiamente a la materia artística, como respecto a los equipos encargados de salvaguardarla y promoverla: curadores, investigadores, museógrafos, educadores, personal de relaciones públicas, etcétera. Sería encomiable que cualquier director de museo o centro cultural tuviera como premisa analizar cada caso de colaboración en lo particular antes de determinar su posible permanencia, remoción o desplazamiento.

 
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