Usted está aquí: jueves 11 de enero de 2007 Opinión Pesimismo

Octavio Rodríguez Araujo

Pesimismo

Se acabó el 2006 y con él lo que quedaba de mi optimismo, pues lo que veo como perspectiva para el 2007 me indica que todo será peor. De hecho ya empezamos mal con los salarios y los precios, para no hablar de los palos de ciego a la piñata del narcotráfico que, si se rompe totalmente, nos podrá dar más sorpresas de las que conocemos a la fecha.

Uno de los mitos en el imaginario social es que el año nuevo es vida nueva. La verdad es que lo que ocurre de un año a otro es lo mismo y, a la vez, consecuencia del pasado. Las fechas son mero convencionalismo sólo útil para los astrólogos y para elaborar la agenda personal.

Felipe Calderón, al perder la elección del pasado 2 de julio, está haciendo todo lo que se le ocurre para legitimar su impuesta presidencia, con una salvedad: que ha tenido que recurrir a las armas, institucionales y no, para gobernar. Esto es muy grave, no para él, sino para el país y el futuro deseable de la incipiente democracia que vivimos. La lógica es muy sencilla de seguir en su paso por los últimos meses de la vida mexicana: si una de las características definitorias de la democracia liberal es la elección de los gobernantes, en julio del año pasado el poder fáctico e institucional le puso una zancadilla y, débil que era, se cayó y quedó seriamente lastimada. Por eso la utilización del Ejército y la Marina como carta de presentación de Felipe y su coartada de que la ley está por encima de la política.

El problema de Oaxaca sigue sin solución y presenta ya algunas fisuras internas que nos podrían hacer pensar que se irá desinflando en lugar de haberse extendido como seguramente pensaron algunos de sus líderes. El EZLN buscó interlocución con entusiastas extranjeros más que con los mexicanos, lo que hace pensar que el largo recorrido de Marcos por el país sólo sirvió para alimentar el contenido de algunas páginas en Internet y para que su delegado cero (así con minúsculas y con c de cero) ratificara el deslinde de quienes ya habían sido marginados desde antes, más otros nuevos.

López Obrador ha emprendido una gira también por todo el país, reúne gente en diferentes plazas, pero el partido, su partido, se mueve con independencia del líder la mayoría de las veces. El Frente Amplio Progresista (FAP) fue un acierto en el planteamiento, pero en la realidad parece ser un tanto gelatinoso; y en su interior no sólo se han desdibujado los partidos que lo componen, sino que todo indica que cada uno hace lo que, en su estrategia interna, tiene o cree que tiene que hacer. Los diputados y senadores del FAP siguen haciendo, ahora en sentido figurado, lo que hicieron el primero de diciembre: cerraron todas las puertas de San Lázaro, menos una: aquélla por la que entraron Fox y Calderón. Lo que hicieron con el Presupuesto de Egresos aprobado es un ejemplo diáfano: le cambiaron comas (en letras y números), pero el resultado no fue el mejor posible para sus destinatarios.

Han subido y subirán los precios de las tortillas, de los energéticos, de los peajes carreteros, y al mismo tiempo disminuyeron los ingresos reales con la revisión de los salarios mínimos y sus efectos en la calidad de vida de la mayoría de los mexicanos. Los únicos beneficiados con las políticas económicas del nuevo gobierno son los que lo fueron con los anteriores gobiernos. Cambiaron los nombres en la esfera política, pero no el papel del Estado en esta conspiración contra México y sus habitantes.

El otro día pude ver una película rara, ni buena ni mala, sólo rara, protagonizada por Donald Sutherland y Ralph Fiennes (Land of the Blind). Se trata del golpe de Estado, supuestamente revolucionario, a un dictador de un país imaginario, por el líder de la oposición. Este (Sutherland) dijo algo que me llamó la atención: "Si las elecciones cambiasen algo, serían ilegales". Esta frase tiene varias interpretaciones, obviamente, pero la más importante, a mi juicio, es que sirve de justificación para desdeñar las elecciones e imponerse en el gobierno por la vía de los hechos. Pienso que las elecciones no son la panacea para resolver la gran cantidad de problemas que tiene el país, pero tan son importantes que Fox, el Poder Judicial, el IFE, el PAN y otros partidos, los principales medios de comunicación y no pocos empresarios, se opusieran de común acuerdo a que fueran transparentes y sin fraudes y, desde luego, a que se contaran todos los votos cuando hacerlo tenía sentido legal.

Aun aceptando que las elecciones no cambien nada, el hecho es que vivimos bajo un gobierno que no respetó la voluntad popular expresada en sufragios, y que todo sigue igual que antes, pero peor ­valga la aparente contradicción en los términos­. Y las cosas están más mal que antes porque, además de que se insiste en la continuidad de las fórmulas neoliberales inauguradas a plenitud por Salinas de Gortari y llevadas a la caricatura por Fox, se siente en el país el peso de las fuerzas armadas y del "orden" en una lógica de aplicación de la ley inspirada en manuales impresos que deberán seguirse, salvo con aquellos que son necesarios para el poder y su sostenimiento.

¿Podré ser optimista?

 
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