Usted está aquí: domingo 17 de diciembre de 2006 Opinión Augusto Pinochet dividió a los chilenos

Gonzalo Martínez Corbalá

Augusto Pinochet dividió a los chilenos

La acción concertada del general Augusto Pinochet Ugarte con los partidarios del golpe de Estado como solución para quienes resultaban afectados en sus intereses por el Programa de las 40 Medidas que el presidente Salvador Allende planteó en su campaña ­que una vez en el poder luchaba por todos los medios a su alcance por realizarlo­, que también se organizaron para desafiar poniendo en juego todos los recursos que estaban a su alcance dentro del país, también contó con el apoyo de gente que provenía del extranjero, pues es bien sabido que Henry Kissinger organizó un equipo para ese fin que se denominaba Grupo de los 40, en el que participaban representantes del Departamento de Estado, el Pentágono y la Casa Blanca, el cual encabezaba personalmente el propio Kissinger y, desde luego, en acuerdo directo con Richard Nixon, quien le daba sustento al grupo y a sus acciones ­lo que relata con todo detalle el secretario de Estado en unas 15 hojas en su libro de memorias­, que se inició intentando impedir la toma de posesión del mandatario chileno mediante un plan que se llamó Gambito Rube-Goldberg (término tomado del ajedrez).

Uno de los primeros pasos para desquiciar la economía fue el paro del sindicato patronal de transportistas, Siducam, el primero de los cuales se llevó a cabo el 10 de octubre de 1972, como protesta por el acuerdo del gobierno para crear un compañía estatal de camiones, y desde entonces se sumó a la acción paralizante la Sociedad de Fomento Fabril (Sofofa) e inmediatamente se adhirieron también al movimiento antigobiernista la Confederación del Comercio Detallista, la Asociación de Dueños de Taxis y Microbuses, la Sociedad Nacional de Agricultura, la Confederación Nacional de Agricultura y otras más, que si bien representaban intereses patronales no dejaron de ser una seria amenaza ya desde ese momento y más adelante para el gobierno de Allende, pues lo que sí era un hecho incontrovertible era que todos juntos tenían la fuerza suficiente para paralizar la economía nacional.

Era muy evidente que el ejército no iba a actuar para imponer el orden roto por la acción conjunta de esas organizaciones, pues para eso se habría requerido alguna falta flagrante a la ley, lo que habría de quedar sujeto, en todo caso, a un enjuiciamiento de orden político que, en ese momento y bajo esas circunstancias, era muy claro que no se iba a dar. Lo cierto era que ya estaban sentadas las bases para las acciones políticas que se habrían de dar posteriormente y que todas crearían las condiciones para que en septiembre de 1973 fuera posible el golpe de Estado con el agravamiento de esos incidentes, con la concurrencia de otros que trataremos de referir.

Las intervenciones de un número importante de empresas privadas, primero a nivel de consejo de administración y luego generalmente, tenían que tener sustento jurídico constitucional, del cual carecían, puesto que en la Constitución chilena no existía ni existe la propiedad social; por ejemplo, como sí tiene la nuestra, la de México, consignada en el artículo 27. Ese fue el origen del proyecto para la definición de las Tres Areas de la Economía, que estuvo preparando Allende durante demasiado tiempo, pues en el Senado de Chile, mientras tanto, se formuló y se votó el proyecto Hamilton-Fuente Alba, que también fue enviado a la presidencia para su promulgación.

Allende se negó a hacerlo, argumentando que varios artículos entraban en conflicto con el Ejecutivo. Además, que se le quitaría el carácter presidencialista que tenía, desde su origen, la Constitución, por lo cual únicamente habría de promulgar aquellos artículos que no representaban contradicción al respecto. La contraloría de la nación le regresó la ley y pidió a Allende que le enviara el proyecto que se había aprobado en el Congreso. Ya cuando al mandatario no le quedaban muchas alternativas y estaba preparándose para someterlo a plebiscito, las cosas empezaron a hacer crisis por otras partes.

La huelga en la mina de cobre El Teniente, el primer intento de golpe de Estado ­fallido, por cierto­; la expedición de la ley sobre el control de armas y explosivos, y el segundo paro de transportistas, en julio de 1973, tuvieron graves consecuencias. El gobierno intentó aliviar la situación mediante un diálogo con Democracia Cristiana, que no llevó realmente a ninguna parte. Los allanamientos ­inclusive en cementerios­ en busca de armas, justificados con la nueva ley de armas, y la composición de un gabinete con militares como ministros, que los llevó a integrar dos gabinetes sucesivamente, con la participación de miembros del ejército y de la armada, el último de ellos ya en agosto de 1973, no sirvieron para detener lo que se transformó demasiado pronto en una atmósfera política sumamente tensa, inmersos dentro de la que ya no se preguntaba uno si iba a darse el golpe de Estado, sino cuándo.

Desde fuera del país se daba todo el apoyo necesario a los movimientos cacerolistas, a los paros camioneros, al encarecimiento y la existencia de los artículos de primera necesidad, del mercado negro del dólar, y en fin todo aquello que contribuyera a debilitar al gobierno de Salvador Allende. Finalmente lo lograron, al punto de que en la última conversación que sostuve con Allende, en el aeropuerto de Pudahuel, el 9 de septiembre de 1973, el presidente estaba ya muy tenso. El día anterior se había armado una balacera, durante la cual se dispararon miles de tiros en una fábrica en la que se había llevado a cabo un allanamiento por el ejército, y ese mismo día, el domingo en la mañana, se había realizado un acto en el teatro Caupolicán, en el que Carlos Altamirano ­me dijo el presidente­ había hecho un llamado a la marina a la subversión. Carlos dijo que él no lo había hecho, sino que había denunciado que la revuelta estaba en marcha.

Sea como fuere, lo cierto fue que en poco más de 24 horas, el 11 de septiembre en la madrugada, el golpe se inició precisamente por la marina, en Valparaíso, después de haber realizado unas maniobras conjuntas con la marina estadunidense. Unas horas después, los Hawker hunter iniciaban el bombardeo con roquets a La Moneda ­a eso de las 12 del día­, y ya cuando el palacio estaba en llamas y hasta la guardia de palacio había abandonado a Allende, cuando los pocos amigos, compañeros y colaboradores del mandatario habían sido tomado presos por los soldados que realizaban el ataque a pie, Allende, en la soledad más absoluta y aterradora, se dio un tiro en la cabeza con un AK-43, antes de incurrir en lo que hubiera sido su mayor error histórico: entregarse a los golpistas, como ya lo estaban exigiendo Augusto Pinochet Ugarte y sus cómplices en el golpe, el almirante Toribio Merino, el general Ruiz Danyau y muy poco tiempo después el general de carabineros Manuel Contreras, quien unos meses después asesinó al ex canciller de Chile en el gobierno de Allende, Orlando Letelier, en Washington. El general Carlos Prats también fue ultimado, en Buenos Aires, junto con su esposa, con una bomba en su automóvil. El siempre fue leal al presidente Allende.

 
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