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Por fin se va y Foxilandia con él
Aprovechan hasta el último momento para seguir beneficiando a los empresarios preferidos
Ampliar la imagen El presidente Vicente Fox, ayer durante la inauguración de las cabañas en el Gran Cañón, en Ixmiquilpan, Hidalgo Foto: Notimex
Aunque el daño está hecho, tras 2 mil 190 días que parecieron eternos, por fin llegó el mejor momento del gobierno del "cambio": en unas cuantas horas más, Vicente Fox se va, y Foxilandia con él.
Tres meses atrás, él mismo "bajó la cortina", "cerró la tienda", pero ni por un segundo dejó de patinar ni hacer escándalos. Ahora la Constitución lo obliga a que su retiro sea efectivo, y un adelanto concreto es que ya no vive en las cabañitas de Los Pinos (tan amoro$$$amente decoradas por Martita), sino en un hotel (Camino Real) propiedad de uno de los empresarios que mayor raja le sacó al "cambio" (Olegario Vázquez Raña), donde dice despachar.
Seis años atrás, con su bono democrático en el bolsillo, Vicente Fox entró al Palacio de San Lázaro en medio del orden, la civilidad y la esperanza de un nuevo ambiente político, tras 71 años de priato. Ahora que se va e insiste en apersonarse en ese mismo recinto para presenciar el relevo de mando al único que la Constitución explícitamente obliga a estar presente es al mandatario entrante, no al saliente, el ahora inquilino del Camino Real cosecha lo que a lo largo de su sexenio sembró: desorden, incivilidad, enrarecimiento del ambiente político y social, y el rechazo mayoritario de las fracciones parlamentarias en el Congreso, trabadas en una batalla campal. Y todo en sólo un sexenio.
Si tuviera un gramo de conciencia, toda vez que la Constitución no lo obliga a estar presente en la toma de protesta del nuevo mini presidente, Vicente Fox tomaría a Martita de la mano, le solicitaría un helicóptero a Olegario Vázquez Raña o a cualquier otro barón a los que fielmente sirvió, y en la mañana del primer día de diciembre de 2006 volaría rápida y directamente a San Cristóbal para evitar mayores daños, que para ello tuvo 2 mil 190 días, y vaya que fue fecundo.
También seis años atrás, Vicente Fox comió tamales con los llamados niños de la calle y fue a la Basílica de Guadalupe, donde rezó varios minutos y en la intimidad ofreció la jefatura del gabinete del "cambio" a la madre Tonatzin, quien por lo visto no aceptó. Ahora sus comensales de aquellos días son jóvenes de la calle (lo único que les cambió fue la edad) y repetirá el numerito. "Voy a darle gracias a la virgen", ha dicho, cuando tendría que ir a pedir perdón.
Justo seis años atrás, el 30 de noviembre de 2000, el presidente entrante convocó a "democratizar la democracia", y a que ésta "se expanda del terreno político hacia la estructura económica y educativa, y permita desmontar la sociedad corporativizada que prevalece en el país".
En su gobierno la democracia sólo se hizo más selecta. El mismo la definió así: la mexicana, "es una democracia de, para y por los empresarios", y actuó en consecuencia, pero con una práctica así lejos, muy lejos estuvo de "desmontar la sociedad corporativizada que prevalece en el país". Por el contrario, la consagró.
También se comprometió a "hacer un gigantesco esfuerzo de integración con todos los países de Latinoamérica... pero no nos vamos a encerrar en la autarquía continental; ese sería un error. Eso reduciría dramáticamente nuestras opciones de desarrollo y se vería seriamente mermada la capacidad de nuestra comunidad para convertirse en un factor de contrapeso y equilibrio internacionales". En los hechos, acabó con el liderazgo mexicano en América Latina, destrozó las relaciones con las naciones de la región e hizo a México aún más dependiente del vecino del norte.
Sería interminable detallar las promesas incumplidas en campaña y en el gobierno, pero más allá del onírico 7 por ciento anual de crecimiento económico, el millón 350 mil empleos por año de mandato, los 15 minutos chiapanecos, la "paz social" en Oaxaca, la "victoria" del Estado en su batalla contra el narcotráfico, la "superación" de la pobreza, la "enchilada completa" en materia migratoria, la "recuperación" del poder adquisitivo de los mexicanos, las "oportunidades iguales para todos sin distingo de sexo, edad, raza, religión o preferencia política" (lo mismo dice el Felipillo), "mis acciones y palabras serán honestas y dignas de credibilidad, fomentando una cultura de confianza y de verdad", "actuaré siempre en forma imparcial, sin conceder preferencias o privilegios indebidos a persona alguna", "actuaré con eficacia y calidad en la administración pública", y tantas otras quimeras y tomaduras de pelo, Vicente Fox deja al país enfrentado, dividido, muy cerca de la ruptura, y en el balance habrá que sumar su administración al inventario de sexenios perdidos en materia económica y social.
En resumidas cuentas, Vicente Fox fue un atroz accidente en la historia política mexicana, que lamentablemente se reeditará, con otro nombre, a partir de mañana (léase Calderolandia).
Las rebanadas del pastel
Felizmente se acabó el sexenio del "cambio", pero Vicente Fox y Francisco Gil Díaz aprovecharon hasta el último día del mandato constitucional para "desmontar la sociedad corporativizada que prevalece en el país", y antes de cerrar la tienda decidieron otorgar, a partir de hoy, mayores beneficios fiscales (ISR e IVA) a los empresarios mexicanos que "utilicen aviones que tengan concesión o permiso del gobierno federal para ser explotados comercialmente", es decir, Emilio Azcárraga Jean, Carlos Slim Helú y Pedro Aspe Armella (Volaris), Miguel Alemán Magnani (Interjet), Gastón Azcárraga (Mexicana), Alejandro Burillo y Fernando Chico Pardo (Gol), y Jorge Nehme (A Volar), entre otros.