Un habitante de la zona calcula el atraso de la región en 40 años
En la Huasteca potosina el alcohol es un veneno para embrutecer a indígenas
Denuncian ante el delegado Zero que poco a poco han desmantelado las cooperativas
Ampliar la imagen Con un festival artístico se inauguró una escuela en homenaje a la comandanta Ramona en Chimalaco, San Luis Potosí Foto: Víctor Camacho
Xilitla, SLP. 29 de noviembre. Pese a su excéntrica fama mágica como rincón del aristócrata surrealista Edward James, Xilitla es, junto con Aquismón, uno de los municipios más marginados de la Huasteca y de la República. Sus caciques son tan ineptos que ni palacio municipal tiene la localidad. En la plaza central, el gobierno adquiere la forma de un buzón para que "la ciudadanía se exprese". La cabecera es una pequeña ciudad comercial controlada por las familias mestizas que también administran (y vaya que lo hacen) "ese veneno, esa epidemia" que las mujeres nahuas deploran aquí, al igual que en toda la Huasteca: el alcohol.
"No tenemos gobierno. No tenemos autoridad", dice un indígena al delegado Zero. Aquí, es evidente, manda la corrupción galopante del PAN y del PRI. La simulación. Ninguna comunidad tiene caminos pavimentados. Un médico que acude a la reunión atribuye a la educación "un atraso de 40 años". Un ejidatario de El Sabino expresa: "El gobierno es una mentira. Las leyes no existen". La realidad es demoledora: criminales que evaden tranquilamente la justicia, programas de "ayuda" gubernamental que existen en los anuncios de la televisión o son limosnas condicionadas, tasas de migración juvenil cercanas a 80 por ciento. Un lugar donde el alcohol es utilizado literalmente como un arma para limitar y embrutecer a los hombres, los servicios de salud son poco menos que basura y la violencia contra mujeres y niños constituye un "sistema" de los poderosos. Humillación, inhumanidad, virtual esclavitud: bienvenidos al México del siglo XXI, al San Luis Potosí de Acción Nacional.
Con un encuentro indígena pleno de intensos testimonios y declaraciones de hartazgo ante los abusos del gobierno y los caciques, el subcomandante Marcos concluyó en Xilitla la primera etapa del proceso de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona; lo hizo en un territorio indígena aún más abandonado que las montañas chiapanecas donde arrancó el recorrido por todo el país hace 11 meses. Esta mañana emprendió su retorno a la ciudad de México.
"Los indios queremos un gobierno que piense en los mexicanos, que no se adueñe ni se aproveche de lo que hay y que es de todos. Los indios tenemos que esperar que pronto tengamos un nuevo Zapata, un nuevo Villa, y que nos levantemos de estar caídos. Con los impuestos el gobierno se ha apropiado de las tierras para la renta a los extranjeros, y maneja millones de dólares", dice don Javier, quien demanda un nuevo tipo de gobierno federal, estatal y municipal. "La pobreza viene toda de ellos".
Otro campesino dice: "Nosotros aquí en la sierra, los indios. Y los grandes ganaderos allá en lo bueno". Don José, de Rincón de Zacatapa, expresa su desencanto: "Nos hemos estancado todos estos años. Nos sentimos marginados porque no tenemos atención más que cuando nos necesitan para escalar sus puestos los dirigentes". Un anciano lo pone así: "Somos la escalera que ellos usan".
Un hombre del ejido Tierra Blanca declara: "No hay justicia, ni libertad, ni transparencia. Queremos unirnos a ustedes de la otra campaña para ganar la libertad". Aarón, comisariado ejidal de Petatillo, dice que al gobierno "le falta credibilidad, sólo nos toma el pelo", y de la Secretaría de Agricultura dice: "No se llama Sagarpa, es 'Sagarpía'".
Una mujer de Poxtla confiesa: "Tengo mucho que decir, pero tengo miedo". Como las de El Sabino, corre el riesgo de no recibir sus ¡300 pesotes! del programa Oportunidades por venir a la reunión de la otra campaña. "Nos amenazaron mucho. Por eso no vinieron más mujeres que iban a venir". (Lo poquísimo que les llega a los más pequeños, los olvidados de la Huasteca, todavía se los regatean los torturadores institucionales).
Las condiciones de vida, y de lucha, se han deteriorado. En los años 80 había más de 20 cooperativas; las políticas oficiales las desmantelaron. Y si bien actualmente hay unas 40 organizaciones en la Huasteca, todas están controladas por los partidos políticos y sirven para "el miedo, la opresión y la utilización", expresa otro indígena. En Xilitla menos de 20 por ciento de la población no es indígena, pero lo domina todo.
El alcohol, que una mujer tras otra denuncian como una plaga que "destruye las familias, atrapa a nuestros papás, hermanos, esposos, hijos", es cosa de los mestizos. (El gobierno además apoya y protege a los que venden las bebidas, como si fueran parte del sistema político. En cierto modo lo son). Y una muchacha señala: "ni siquiera ya cerveza, puro aguardiente del más malo". Una mujer de Plan de Flores relata cómo el juez del pueblo es quien vende el alcohol y organiza en su casa "reuniones" de juego para quedarse con el dinero de los indígenas. Otra más denuncia que si las mujeres del municipio se intentan organizar para cualquier cosa, las vigilan, amenazan y agreden.
Debajo de tanto sufrimiento e inconformidad perviven certidumbres. "Los indígenas somos los dueños del país", dice un hombre que se describe "de la tercera edad". Otro, que se considera de izquierda, apunta: "El sub nos ha escuchado las quejas de nuestra dolencia, pero también tenemos aciertos, y sobre todo, tenemos una fuerza que pareciera que no conocemos".