Cambio de gobierno
Serenata en la Cámara luego de horas de golpizas y mentadas
En madrugada de delirio, cada legislador buscó su lugarcito
Ampliar la imagen El legislador perredista Juan Guerra, en la toma de la tribuna de la Cámara de Diputados Foto: José Carlo González
Ya relajados, pero sin ceder un ápice el terreno ganado a golpes e insultos en la tribuna del Congreso federal, los diputados del PAN y del PRD pasaron juntos las primeras horas del miércoles. Cada uno apartó su lugarcito, tendió su cobija o se arrellanó en su curul y comenzaron a dormir... hasta que a las tres y media, entre los panistas, una voz a capela se soltó con Mujeres divinas.
En una madrugada de delirio, como si se tratara de una cantina, los diputados gritaron al son de Ojalá que te vaya bonito:
"¡Ajajajay!" Si a lo largo del martes se revelaron como pugilistas, en el desvelo, como cantantes los panistas resultaron buenos diputados. Al primer palomazo se sucedió otro y otro...
El Palacio Legislativo de San Lázaro se convirtió en una especie de palenque y por allá se escuchó El rey: "¡Yo sé bien que estoy afuera, pero el día en que yo me muera...!" Un diputado se sintió Martín Urieta y se echó Acá entre nos, y las diputadas le hicieron coro: "... que estoy odiando sin odiar, porque respiro por la herida".
La vasta cultura panista se desveló en el conocimiento pleno y puntual de Veinticinco rosas, una de las canciones de El Buki mayor. Y, como en la canción, al intentar un falsete otro legislador se soltó un gallo al entonar Cielo rojo. Nicolás Morales, el próspero aguamielero amigo de Vicente Fox, era el más dedicado.
Tras horas de rencor, cinco zafarranchos, golpizas y mentadas que se lanzaron diputados de PAN y PRD, el cancionero mexicano surgió gracias a un primer acuerdo de distensión en la larga jornada camaral: un pacto de no agresión y el reparto de la presidencia.
Así, los líderes de esas bancadas convencieron a sus compañeros para repartirse, sin roces, las áreas de la presidencia y la secretaría en el pleno. En el extremo izquierdo de la secretaría se ubicaron los perredistas, y en la zona alta los legisladores del blanquiazul, que dominaron el ala derecha. Aun así, algunos diputados del sol azteca que se colaron acompañados por Layda Sansores, de Convergencia, dejaron de ser hostigados.
El acuerdo permitió un tránsito terso el resto de la noche entre los diputados que escenificaron las trifulcas. Su fuero les permitió mantenerse dentro del salón y entrar y salir sin esfuerzos para ir al baño, buscar comida, agua, botanas, mantas y hasta bolsas de dormir. Javier González Garza de plano aprovechó para enfundarse un pijama blanco y babuchas. "¡Te falta tu peluchito!", le gritaron cuando lo vieron entrar con una almohada naranja bajo el brazo.
Prensa reprimida
No obstante, periodistas, fotógrafos y camarógrafos que estaban en el salón de sesiones desde la una y media del martes padecían las consecuencias de una decisión adoptada por todos los coordinadores parlamentarios: ningún informador que saliera al baño podría reingresar al área de conflicto.
Fue Emilio Gamboa Patrón quien anunció que los periodistas no sólo no tendrían oportunidad de entrar y salir, sino que debían abandonar el salón, porque "obstaculizan la posibilidad del acuerdo" entre panistas y perredistas.
Encaramado en la zona destinada a los fotógrafos, el priísta recibió pullas y trató de modificar su criterio. Se le exigió que intercediera con el presidente de la mesa directiva, Jorge Zermeño, para que se concediera la salida de reporteros, camarógrafos y fotógrafos a los sanitarios. Prometió que lo haría, pero no cumplió.
Al paso de las horas los problemas entre la trouppe periodística se acentuaron, pero durante horas aguantaron las ganas de ir al baño porque si salían del recinto el ingreso era bloqueado por personal de resguardo.
Casi a la una de la mañana, un compañero se sinceró: "¡Uta!, ya no aguanto, hermanito... mi pobre vejiguita no da para más... esto es un atropello, vamos a presentar una queja ante la CNDH. ¡No puede ser, es indignante!" Ante la adversidad, se despertó el ingenio.
Como no había remedio y abundaban las botellas de plástico que habían dejado los diputados tras haber bebido el agua, se improvisó un baño con dos sillas en el corral de la ignominia, que se cubrieron con una chamarra para hacer como se dice casita. Ahí detrás, los envases vacíos hicieron de mingitorios. Todo aquel que suplicaba solución a su problema agradeció la idea. Poco a poco se formó una hilera de 23 botellines de orina.
Ese hecho vergonzante propició que todos los periodistas se organizaran y exigieran a Jorge Zermeño, con la mediación del diputado Gerardo Pliego, que descendiera de la presidencia de la mesa directiva para platicar. Este aceptó con un dejo de molestia y, en principio, creyó que se trataba de una conferencia de prensa, cuando la necesidad era otra.
Sin más, se soltó a declarar: "qué más quisiera que hubiera cordura de todos, civilidad, y que entendamos el compromiso que tenemos con México. Espero que encontremos salida como legisladores, más allá de consignas externas, más allá de las agresiones de los partidos políticos, que seamos capaces, como legisladores, de encontrar salidas decorosas y salidas dignas de quienes somos representantes de los mexicanos".
El apremio llevó a detenerlo: "diputado, no queremos una entrevista, sino que nos permitan salir al baño porque no podemos estar en estas condiciones".
Ustedes saben que se tomó un acuerdo en la Conferencia para los Trabajos Legislativos eludió el legislador.
Pero usted es el presidente del Congreso; ustedes sí pueden salir y nosotros no se le insistió.
El acuerdo que se tomó con todos los coordinadores era para buscar también mejores condiciones de diálogo con los diputados, y que no hubiera nadie que no fuera diputado dentro del recinto.
Una reportera se exasperó ante la pasividad e incomprensión del panista: "¿Por eso no nos dejan salir al baño? ¿Por eso nos tratan mal?" Con sorna, el presidente de la Cámara respondió que él no había dado instrucciones de que a los comunicadores se les negara ir a los sanitarios. "Pueden salir. Sí les pido su comprensión, porque se tomó ese acuerdo."
¡Mi vejiga no comprende, diputado! le soltó un fotógrafo, ya desesperado.
Me da mucha pena y quiero...
Nos va a dar más pena que nos estemos orinando en el salón de sesiones se le dijo. Cámaras y grabadoras registraban el diálogo, y el Canal del Congreso transmitió la rebelión periodística. Zermeño torció el gesto: "Es una vergüenza, la verdad".
Desde el fondo de la rueda que se formó en torno suyo, otro fotógrafo alzó la voz: "Podemos levantar una denuncia ante Derechos Humanos de lo que están haciendo con la prensa". Otra vez, Zermeño quien tiene a su cargo el control de las entradas y salidas del recinto eludió: "Yo no estoy haciendo eso. Usted puede salir, ustedes pueden salir, con todo respeto".
El panista estaba literalmente rodeado, y otro reportero le hizo ver que, independientemente del acuerdo de la Junta de Coordinación, él tiene facultades para determinar los ingresos y salidas del recinto: "Lo entendemos, pero necesitamos que no haga vergonzante nuestro trabajo, simplemente queremos un trato digno, que podamos entrar y salir al baño. Y lo invitamos a que pase a observar los botellines con orines".
La mención de los recipientes le hizo arrugar la nariz, y entonces pretendió condicionar la salida a los sanitarios a que los comunicadores se quedaran en el corral de la ignominia, opción que fue rechazada en forma contundente. Entonces aceptó que quienes ya estaban en el salón hicieran una lista para que el personal de resguardo permitiera el libre acceso.
La hora del sleeping
Eran ya las dos de la mañana. Los diputados perredistas comenzaron a acomodarse sobre las curules y la alfombra, y los panistas recibieron almohadas para pasar la noche en las barricadas que formaron con sus sillones.
Todo siguió en paz. González Garza se acomodó junto a Juan Guerra, y dormían tranquilos hasta que 10 minutos antes de las cuatro de la mañana surgió el despropósito: una serenata ranchera en la máxima tribuna del país.
Con cierto estilito los diputados se aplaudían entre sí, festejaban y entonaban falsetes. Algunas diputadas se soltaron con Secreto de amor, quién sabe por qué. Cuando salió el sol, levantaron cobijas, bolsas de dormir y almohadas, se reacomodaron la ropa y comenzó el segundo día de la toma de la tribuna por el PAN, esta vez ya sin golpes.
Más tarde se prepararon para pasar la segunda noche en la tribuna, convertida en la cama común más grande del país.