Usted está aquí: lunes 27 de noviembre de 2006 Deportes La jondura de Morante

José Cueli

La jondura de Morante

El diestro Morante de la Puebla nos dejó atónitos a los pocos cabales que aún asistimos a la Plaza México. Alucinado de sí mismo, trasladó su Sevilla torera al ruedo del coso de Insurgentes. De las leyendas andaluzas fatalistas tomó impulso y alas. Sustancias vivas de las que se enriqueció. Turbulento como su quehacer torero sacudía a los aficionados. El diestro sevillano fue la personificación de la "jondura" en su totalidad.

Morante de la Puebla no intentó seducir a nadie: fue la seducción máxima. Lo mismo con la capa en verónicas chipen cargando la suerte, en mandiles en que detuvo el tiempo o con la muleta en un torero único, más allá de la descripción técnica de los pases. Juego con el débil y menso torillo de La Gloria, al igual que el resto de la corrida y los dos de Javier Garfias.

Con el rostro enmudecido por la emoción, esperaba el instante del encuentro con el burel del que surgió el hechizo torero.

Todo en el toreo de Morante de la Puebla se levantaba sobre esa ciudad artística llamada Sevilla, afantasmada por la herencia de Rafael de Paula ­su nuevo apoderado­ y Curro Romero. Lleno de una hondísima sugestión transmitía a los cabales un auténtico disfrute interno: lo imprevisto de su mágico aletear el capotillo; lo inesperado de sus remates; la planta torera, torería y hondura y la escueta y concentrada elegancia de lo indecible.

Lo demás fue lo de menos, después de ver torear a Morante de la Puebla, el resto de la corrida se desdibujaba pese a las ganas de Manzanares.

 
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