De bandolero robavacas a jefe de la Revolución
Ampliar la imagen Rodolfo Fierro fue uno de los hombres más cercanos del Centauro del Norte, aunque su relación estuvo llena de sobresaltos por la afición del primero al alcohol. Fierro murió ahogado durante la campaña en Sonora
"Amigo, la historia de mi vida se tendrá que contar de distintas maneras."
Pancho Villa
Y así, de distintas maneras, es como Paco Ignacio Taibo II cuenta las idas y venidas, las subidas y bajadas de este bandolero robavacas convertido en uno de los personajes centrales de la Revolución.
El libro es Pancho Villa. Una biografía narrativa, que apareció hace unas semanas en las librerías convirtiéndose en un éxito de ventas (70 mil ejemplares vendidos y con una nueva reimpresión recién salida del horno). Un libro que puede leerse en tres niveles: la narración en sí, las notas a final de cada capítulo y las fotografías.
¿Por qué un libro de historia es hoy un bestseller? Son 72 capítulos (contando el cero) divididos en 884 páginas, 30 de ellas dedicadas a la bibliografía que se desglosa a su vez de esta forma: 39 archivos, museos, bibliotecas y colecciones documentales; mil 63 artículos, libros, manuscritos mecanográficos y páginas web, y 13 películas, discos programas televisivos y videos consultados.
Todo para contar la historia de un hombre que primero se llamó Doroteo Arango, y después fue conocido como Gorra Gacha, Salvador Heredia, Antonio Flores hasta llegar a Francisco Villa. Que tuvo, al menos, 29 mujeres y 26 hijos. Abstemio. Amante de los helados y las malteadas. Que tal vez en su vida fueron contadas las ocasiones en las que durmió sin zapatos. Que, pese a la maldad de la que hablaban sus enemigos, lloraba a sus muertos o sólo de pura emoción.
Güero de rancho con bigote castaño-rojizo y ojos casi amarillos que cambiaban de color; le gustaban los uniformes y sobre todo los sombreros (como a las mujeres, nunca le fue fiel a un solo modelo), amaba el baile y comer carne; que debió oler al sudor de los hombres del campo y peor aún con esas jornadas interminables a caballo a través de sierras y desiertos.
Quien pese a su profunda desconfianza creyó en el proyecto de Francisco I Madero y construyó una relación de lealtad a toda prueba con Abraham González (se mantiene el misterio de lo que González le dijo a Villa para convertirlo en revolucionario) y otra un tanto abollada con Felipe Angeles.
Taibo II habla de Villa, pero no del personaje acartonado y casi maléfico que se describe en muchos libros de historia, que en efecto mandaba fusilar pero que era capaz de arrepentirse, que castigaba el saqueo y las violaciones, con una puntería endemoniada y una lógica e inteligencia salidas de los montes y no de los libros (de acuerdo con la historia de Taibo II leyó Los tres mosqueteros, de Dumas, durante su encarcelamiento en Lecumberri y ya retirado de la vida militar conoció textos de Buda).
Si, como dicen, era un ignorante, ¿por qué tuvo en jaque el norte? ¿De dónde sacaba sus estrategias? Unas muy buenas como las que empleó para obtener dinero y financiar sus incursiones. Muchas buenas, como los ataques nocturnos, el tren convertido en un caballo de troya revolucionario con el que entró en Ciudad Juárez y el uso de claves telegráficas robadas al enemigo. Otras delirantes, como su plan para secuestrar a Carranza, y otras muy malas, como las que empleó en Celaya y que le costaron la derrota.
Estuvo 10 años en la lucha armada revolucionaria sin contar sus años de bandolero, controló el norte del país, comandó a miles de soldados (llegaron a ser 30 mil) en la División del Norte y tuvo su guardia, los míticos Dorados. En esa década ganó muchas batallas, perdió otras tantas, y se rodeó de amigos leales hasta la muerte (los que no lo eran tanto le dieron la espalda y otros navegaron según los vientos políticos).
Una lista parcial de sus hombres (se van en ella algunos traidores): Martín López, Juan N. Medina, Silvestre Terrazas, Toribio Ortega, Trinidad Rodríguez, Benito Artalejo, Urbina, José Isabel Robles, Manuel Ochoa, Baudelio Uribe, Beltrán, Severiano Ceniceros, Candelario Cervantes, Pablo López, Rafael Castro, Manuel Chao, Juan B. Muñoz, Carlos Jáuregui, Pánfilo Natera, Madinabeytia y en especial Rodolfo Fierro, quien murió ahogado en una laguna, por terco.
El autor interviene en la reconstrucción de los hechos como si se tratara de una plática, da cuenta por igual de las leyendas y las contrasta con los hechos. Unas historias son bonitas pero no fueron ciertas, otras son terribles y sí lo fueron.
En Casas Grandes, por ejemplo, después de derrotar a los colorados Villa ordenó fusilar a los prisioneros: "'Los mandé formar de tres en fondo para que con una bala se fusilaran tres'. Más allá de que el método no funcionó, la fama de implacable y bárbaro de Villa comenzó a propagarse. Cuestionado por el salvajismo del acto meses más tarde, Villa se limitó a responder que estaba escaso de municiones y preguntó si era menos bárbaro fusilarlos de uno en uno".
Otra anécdota en la que interviene Fierro y que muestra un Villa corajudo y de gatillo fácil: durante la movilización de la División del Norte hacia Chihuahua se descarriló una locomotora: "Villa y el doctor De la Garza se arrojaron del tren. Pancho se tiró de cabeza, se dio tremendo porrazo y quería fusilar al maquinista; luego, como seguía muy enfadado, amenazó con fusilar a Fierro, que era el superintendente responsable de los ferrocarriles. Varios generales intervinieron para evitarlo".
Este párrafo también es una muestra de cómo Paco Ignacio Taibo II cuenta a Villa: como una novela de aventuras, sin el lenguaje rimbombante y confuso de los académicos que han alejado a los lectores de los libros de historia.
Sin embargo, la duda queda, ¿el Villa contado por Taibo II ayudará a disolver la leyenda negra del revolucionario?
Pancho Villa. Una biografía narrativa, de Paco Ignacio Taibo II, Planeta.