¿Estabilidad o democracia?
Se lo decían sus más cercanos colaboradores, y lo gritaban a voz en cuello los analistas políticos y medios de comunicación que aún no han caído en manos de la derecha fundamentalista, pero el tipo continuaba sordo como tapia. Renunció por eso Andrew Card, jefe de la oficina de la Casa Blanca, cansado de insistir, pero el presidente, "comandante supremo" de las fuerzas armadas, permanecía encerrado, obsesionado, ensimismado: intentando convencerse, a fuerza de repetirlo, de que la invasión de Irak no había sido un error, que estaba ganando la "guerra contra el terrorismo", y que su administración no se convertiría en cenizas al final de su mandato, en enero de 2008. Una semana antes de las legislativas, cuando la guerra civil arreciaba, y aumentaban las víctimas de bombas traicioneras escondidas en animales muertos a la orilla del camino, y de francotiradores escondidos en cajuelas de automóviles, el presidente insistía: stay the course (¡mantener el curso!). "¿Sin modificaciones?", preguntaban los medios armándose de valor, porque a últimas fechas el presidente se mostraba irritable: "¡sin modificaciones!", contestaba el líder más impopular que ha tenido Estados Unidos. "¿Bajo el mando de Donald Rumsfeld?", insistían los reporteros después de que algunos altos mandos habían pedido su renuncia: "¡bajo el mismo mando!", contestaba cortante el presidente. Al final, cansado de presiones, declaró que mantendría el curso y apoyaría a Rumsfeld, aunque contara únicamente con el apoyo de Laura, su esposa, y Barney, su perro.
Esto explica la reacción de los electores, y por qué acudieron a las urnas con tres ideas fijas: poner punto final a la masacre en Irak, regresar las tropas a casa y deshacerse del viejo testarudo que gobernaba la guerra desde el Pentágono, como Zeus tonante, con el apoyo de la Casa Blanca. A paso y medida que se acercaban las elecciones legislativas arreciaban las críticas, pero el presidente continuaba con el mismo estribillo: "debemos terminar la tarea, destruir la amenaza terrorista, mantener el curso". A Bush no le sorprendió que esta vez los candidatos republicanos no se acercaran a buscar el apoyo de la Casa Blanca, ni que el candidato republicano a suceder a su hermano Jeb en el gobierno de Florida lo haya plantado en el aeropuerto de Miami. ¡Nadie quería ser visto con él! Al final, los candidatos republicanos, aun aquellos que habían votado en contra de las iniciativas presidenciales, perdieron las elecciones. Con el apoyo del pueblo los candidatos demócratas tomaron por asalto la Cámara de Representantes y el Senado.
La "revolución demócrata", como se le comienza a llamar, superó la batalla electoral de 1994, cuando Newt Gingrich y sus neoconservadores secuestraron el congreso por espacio de 12 años. Frank Rich, el prestigiado analista de The New York Times, atribuyó la derrota a causas diferentes a la guerra de Irak, pero igualmente válidas: "la de Bush es una administración sin compasión", acusó el periodista. Sostiene que en la mente de los electores debe haber influido mucho la falta de sensibilidad con la que el presidente permitió que Cindy Sheehan, madre de un soldado muerto, permaneciera a las puertas de su rancho todo el verano esperando una entrevista. ¿Y qué decir del olvido inhumano de las víctimas de Katrina refugiadas en ese infierno en la tierra que fue el Superdome? Los cadáveres flotaban en calles aledañas convertidas en ríos, y en el Superdome miles esperaban en vano la ayuda federal sin baños, sin agua, sin energía eléctrica, y a merced de violadores, asesinos y ladrones.
¿Qué cambio podemos esperar tras esta derrota atribuible a George W. Bush? Pocos. Porque al día siguiente de la elección, minutos después de que el presidente ofreció a los demócratas la cabeza de Rumsfeld, designó sucesor a Robert Gates, ex director de la CIA que trabajó para Bush padre y tiene 26 años de experiencia en actividades de espionaje. Como el presidente tiene derecho de veto, la fuerza del nuevo congreso podría limitarse a convocar audiencias para investigar las violaciones a los derechos humanos: las prisiones clandestinas de la CIA, las torturas, las escuchas telefónicas y la intervención de correos electrónicos y transferencias bancarias. En una palabra, ¡las violaciones a la Constitución con excusa de la guerra contra el terrorismo! (Algunos mencionan la palabra "desafuero".)
El periodista John F. Burns reveló recientemente que el grupo de trabajo formado por Bush padre para encontrar soluciones en Irak podría estar trabajando con base en una pregunta realista que destruye la idea infantil de un "Irak democrático": ¿qué es preferible, estabilidad o democracia? Hoy debe revolotear en la mente de muchos iraquíes la añoranza de un Saddam Hussein; un hombre fuerte que reconstruya la nación.
En México, frente a la "democracia" al estilo de Vicente Fox, muchos nos preguntamos también: ¿dónde están los hombres fuertes del priísmo que nos dieron un siglo de crecimiento y estabilidad sin vendernos el "cuento chino" de la democracia?