En México el Día de Muertos, una catarsis: Rojas
"Nos cagamos de la risa de la muerte, pero también de miedo"
Eso de que en México nos burlamos de la muerte son "ideas maniqueas". Desde las raíces indígenas el fenecer ha sido visto de forma ambivalente, en realidad le tenemos profundo respeto: "nos cagamos de la risa, pero también nos cagamos de miedo".
Es Carlos Rojas Bizoneo, un juguetero, quien habla y cuenta cómo, hace unos días, un francés no quiso acercarse a husmear, por miedo, entre los objetos que él vende. Sentía "un gran horror". Le parecía "terrorífico, macrabro y de mal gusto" mirar tantas figuras de la muerte con su risa chimuela, y mucho más terrible que éstas pudieran llegar a ser obsequios para niñas y niños.
Vasta acercarse a un hospital, propone, para darnos cuenta que entre mexicanos, "no hay una visión especial de la muerte". El Día de Muertos es entonces también, en el mundo de Rojas Bizoneo como la Fiesta de Carnestolendo -y ahora para algunos "es un gran puente vacacional"- con la que se busca una catarsis y darle rienda suelta al cuerpo, aunque también tiene su aspecto místico y lúdico. Es todo en su conjunto.
Es en esa parte de la travesura con que se mira a la muerte, en la que las manos, la creatividad y la investigación de Rojas Bizoneo se ponen a trabajar. Desde hace 10 años, junto con su esposa Nelly Barba Monter y su hermano Ricardo, fundador del autodenominado grupo Los Chintetes -"juguete guerrerense que se hace sólo en México"- elaboran piezas de diferentes materiales y en esta época de difuntos, sus propuestas en torno de la parca son variadas y muy ricas en ingenio, basadas en juguetes que llegaron a nuestro país de diferentes partes del mundo como fantasmas sin tiempo.
En su taller, ubicado en Ciudad Nezahualcóyotl, se crean muertes de todo tipo: tumbas con muertos levantándose a voluntad del vivo, difuntas molenderas machacando sin cesar al compás del jalón de un hilo, esqueletos temblorosos, hechos con barro y resorte, de origen africano, que se supone llegaron por las Antillas en el siglo XVI y ahora son elaborados en los estados de México, Guerrero, Oaxaca y Guanajuato-, procesiones movibles, tilicas platicadoras de origen egipcio que abren y cierran la boca a capricho con el simple hecho de jalar una hebra.
En realidad, el juguete que se considera mexicano no lo es tanto, afirma el también investigador y experto en juegos tradicionales tiene influencia de otras regiones, pero aún así, en nuestro país se distingue el colorido y la iconografía de los mismos.
En el El eterno retorno, la fiesta de los muertos entre los pueblos indígenas de México, montada en el Museo Nacional de Culturas Populares, es donde el juguetero ofrece su mercancía mortuoria. El 5 de noviembre se irá con sus chifoscas a otra parte. Sus calaquitas se desvisten la carne para mostrarnos cómo seremos al final: catrinas y catrines a los que les da un sacudón y chillan, diablos caminadores, vampiros, esqueletos de barro o tejidos con popotes de trigo (ideados en Zinzunzan, Michoacán, y Lerma, Toluca), toros, toreros y boxeadores huesudos penduléandose, los Panchos López, marionetas de calcio puro, huesudas y dientonas equilibristas, malabaristas, voladoras, escaladoras. Invaden por todos lados y en todas las formas. Hacen de todo.
Sobre todos ellos y ellas, la sombra del Halloween no ha caído, porque la festividad de Día de Muertos no desaparecerá, asegura Rojas Bizoneo, quien tampoco sataniza la celebración extranjera, porque dice que "no nos podemos resistir a esas manifestaciones", pues si fuera así, él no podría realizar la variedad de juguetes mexicanos que han recibido la influencia extranjera. A lo que debemos temer, señala, no es a eso, sino a "dejar de ser nosotros mismos".
Museo de las Culturas Populares, avenida Hidalgo 289, colonia del Carmen Coyoacán, de martes a domingo, de 10 a 20 horas.