Usted está aquí: domingo 29 de octubre de 2006 Política El cambio de estrategias de la APPO y del gobierno federal rompió la calma

En la mañana, pese a la jornada violenta, en el zócalo oaxaqueño hubo tranquilidad

El cambio de estrategias de la APPO y del gobierno federal rompió la calma

BLANCHE PETRICH Y ENRIQUE MENDEZ ENVIADOS

Ampliar la imagen Las quinceañeras Araceli y Arely, acompañadas por sus chambelanes, se quedaron vestidas y alborotadas. No pudieron recibir los sacramentos, debido a que la catedral fue cerrada luego del arribo de la Policía Federal Preventiva a la entidad Foto: Francisco Olvera

Oaxaca, Oax, 28 de octubre. Las quinceañeras Arely y Araceli, una de vestido dorado y otro de tules rosas, esperaban la misa de las seis de la tarde en la catedral para recibir los sacramentos. Cada una escoltada por tres chambelanes, quienes traían chalecos que hacían juego con los ajuares de las muchachas. A esa hora, exactamente, vencía un hipotético ultimátum del gobierno federal al movimiento magisterial y a la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO): o desalojaban todas las barricadas y abandonaban el zócalo y las calles tomadas hace 150 días, o serían desalojados por la fuerza por las corporaciones federales que esta mañana habían hecho su ruidoso y masivo arribo a la ciudad.

Frente al templo mayor del estado, en el irreconocible kiosco, recubierto hasta el último centímetro con mantas y carteles, los voceros de la APPO habían salido a fijar su posición frente al ultimátum y al inicio de las hostilidades que a esas alturas del día parecía irremediable.

Fueron tres los puntos de acuerdo que hasta ese momento se habían alcanzado por consenso en la encerrona de la APPO: no "entregar" Oaxaca, alcanzar una propuesta de mesa de diálogo sin condiciones que presentarían al gobierno federal y "repudio total" a la intervención de la Policía Federal Preventiva (PFP). El pequeño grupo de profesores y activistas del movimiento saludó la resolución con su consigna: "Ni con bala ni metralla a Oaxaca se le calla".

Y antes de que se dispersara el mitin, el padre Juan Bosco, párroco de San Bartolo Coyotepec, tomó el micrófono para relatar los terribles sucesos de la noche anterior en ese pequeño pueblo, ubicado a 20 minutos de la capital oaxaqueña: dos muertos, decenas de maestros heridos, desaparecidos, secuestrados, presos y éxodo de los primeros desplazados por el conflicto. Uno de esos fallecidos, el maestro loxicha Emiliano Fabián Alonso, fue llevado al zócalo en su ataúd a un último y sentido homenaje, antes de ser trasladado a su natal Candelaria, en esas montañas de la sierra Sur que miran al Pacífico desde lo alto.

Ajenas a la APPO y al paisaje de vidrios rotos y nubes de gas lacrimógeno que muchos ya imaginaban en el corazón oaxaqueño, las primas Areli y Araceli, secundadas por parientes y amigos, seguían aporreando la puerta de la catedral, ciega y sorda a la ilusión de las quinceañeras.

La enfiestada comitiva había a llegado a pie, por aquello de las barricadas, a la puerta de la catedral. Fue enorme la decepción. Y es que, admitían, sí sabían del conflicto y los disturbios, pero la esperanza es lo último que muere, más cuando el mole y el grupo musical están a punto. Total que los 15 años tendrían un final feliz, con un modesto tedeum en el templo del Carmen de Abajo.

Después de una noche de paso constante de ambulancias, balaceras, tres muertos a tiros y heridos en los hospitales, el zócalo tomado por la APPO amaneció con la rutina acostumbrada: mezcolanza de artesanos y estudiantes, campamentos y cocinas populares, colonos que leen el periódico bajo el sol, activistas que planean estrategias bajo plásticos y profesoras que además de luchar bordan para matar las horas de espera.

En las calles cercanas al mercado los preparativos para la gran fiesta de los difuntos han empezado, a pesar de todo. Las mujeres van y vienen con grandes ramos de cempasúchil, bolsas de chiles para los moles y calaveritas de azúcar, que aquí las hacen mejor que en cualquier latitud de México. Hasta El Farol, la cantina del mercado, sirvió cervezas como si nada. Ni la basura que se acumula ni las barricadas que cierran el paso a los vehículos pudieron romper el ritmo ancestral de la vida que circunda el mercado Benito Juárez.

Pero la calma no duró mucho. Al mediodía de este sábado, sin señal aparente, los ambulantes desaparecieron, los comercios de chocolate y barro verde bajaron las cortinas, y los cafés de los portales desalojaron a sus escasos clientes. Algunas barricadas, como la estratégica del puente de Brenamiel, principal acceso a la ciudad desde el Distrito Federal, fueron reforzadas por brigadistas. Otras fueron dejadas a su suerte.

Así se reflejaba de alguna manera el debate que se daba en la APPO. Se hacían llamados a replegarse sin confrontar y a concentrarse en el zócalo en caso de agresión. Pero otros no están de acuerdo y proponen brigadas móviles y "luchar hasta el fin".

Pero además de esos mensajes encontrados en el seno del movimiento, del centro del poder también llegan señales que denotan cambio de estrategia, en la que el diálogo ya no es prioridad. Por encima de los mutilados laureles del zócalo pasaban, uno tras otro, los aviones de la PFP y alguno que otro Hércules. Hubo quien contó 15, con cerca de 3 mil efectivos.

Mientras, Radio Universidad, el hilo transmisor de vida del movimiento popular, llamaba a no perder la calma, a resistir, a no confrontar. Un solidario del DF les llamó para avisar que estaba saliendo una caravana de trabajadores de la cultura hacia Oaxaca, para brindarles apoyo, y dijo que quería saber si se les ofrecía algo. "Pues lo que tengan a la mano, compañeros. Cosas como... ¡Coca-Colas!"

 
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