Usted está aquí: domingo 22 de octubre de 2006 Opinión EJE CENTRAL

EJE CENTRAL

Cristina Pacheco

Antártida

El video Mujer-es-Libertad termina con la imagen de una modelo que, en lo alto de una montaña, deja flotar su cabellera. Se escuchan aplausos, frases de aprobación y la orden del licenciado Dávalos:

-Ortega, descorra la cortina, por favor.

Una luz transparente, vaporosa, inunda la sala de juntas donde están reunidos los jefes de área. Se levantan y se dirigen a las mesas donde está el servicio de café. Luisa Alcántara, la única mujer del grupo, se acerca al ventanal para mirar la ciudad. Bajo los últimos rayos del sol parece de cobre. La visión le recuerda la mañana en que subió al Cerro del Fraile con Eduardo Márquez. El paseo ocurrió hace más de 25 años y, sin embargo, conserva cada detalle de aquel día, sobre todo el momento en que su amigo se despojó de la bufanda para ofrecérsela: "Tienes frío". Luisa se pregunta cómo es posible que algo tan insignificante se haya convertido en un recuerdo de tanto valor.

La voz de Alfonso Ortega la devuelve a la realidad:

-¿Le sirvo un cafecito?

-Ya tomé mucho, gracias -responde Luisa, que apenas oculta el disgusto por la interrupción. Sigue mirando la ciudad, piensa en la modelo en la cumbre de la montaña y decide que se dejará crecer el cabello por lo menos hasta los hombros. Trata de imaginar cómo se verá, cuando escucha al licenciado Dávalos:

-Señores, me gustaría conocer sus conclusiones -se acerca a la mesa y retira un sillón-. Luisa, por favor.

Complacida por la deferencia, Luisa abandona su observatorio. Camina con pasos lentos, segura de que su falda de jersey negro se adapta maravillosamente a la línea de sus caderas y ocupa su lugar. El licenciado Dávalos la señala:

-Primero las damas.

-Tengo muchas cosas que decir, empezando por el título; pero si me permite, licenciado, creo que antes deberíamos escuchar la opinión de Martín Lagarda -Luisa mira a la concurrencia, segura de que obtendrá su aprobación-. El domina el comportamiento de mercados. Sobre las bases que nos sugiera todos podremos trabajar mejor.

Lagarda bebe un trago de agua y empieza su exposición:

-Desde luego, la calidad de nuestros productos es ya reconocida, pero tenemos que conquistar otros nichos con un plus...

Con su block amarillo y su pluma, Luisa se dispone a tomar notas. Un relámpago que ilumina el horizonte la devuelve a la mañana en el Cerro del Fraile, donde Eduardo le declaró su amor. Néstor Zamora se levanta por otra taza de café, y al pasar junto a Luisa se inclina para hablarle al oído:

-¿En qué sueñas, mujer?

Al escuchar las risas de sus compañeros, Néstor comprende que no fue tan discreto como pretendía y se apresura a explicarse:

-¿No se fijaron? Tenía una expresión muy dulce, como si flotara, igual que la modelo del video -se dirige a Luisa-. Lástima que no traje mi cámara, porque te habría tomado una foto de concurso.

II

Otra vez halagada, Luisa disfruta la satisfacción de saberse reina en un ambiente masculino que ya no le es hostil. Como si, en efecto, estuviera posando para un fotógrafo, ladea la cabeza y sonríe. Su gesto se congela en cuanto siente que en alguna parte de su cuerpo empieza a gestarse ese remolino de fuego que a deshoras la abarca, la agita, la aturde y acaba por fundirla.

Renueva su sonrisa, se esponja el cabello, cambia de posición pero no logra escapar de la oleada ardiente que la persigue, la acosa como un enjambre de mosquitos, infesta su cuerpo, le sube por el cuello y al fin envuelve su cara. Allí el calor se concentra en cada milímetro de su piel y exprime la humedad de cada poro. Luisa ha padecido ya experiencias semejantes y sabe que sus facciones están alterándose, hinchándose como la madera cuando se humedece; que su maquillaje, perlado por el sudor, acabará por derretirse y desprenderse como una máscara de vinilo. Le zumban los oídos, se siente indefensa, cada vez más húmeda.

Angustiada, Luisa se aferra a los brazos del sillón y frota los remaches metálicos. Su frescura no basta para contrarrestar la ola ardiente que sigue empapándole la cara y entrecorta su respiración. Con disimulo recorre su mejilla con el dorso de la mano. La siente mojada y la oculta bajo la mesa para secarla en su falda.

Involuntariamente roza la pierna de Joel Vázquez, su vecino de asiento. Se disculpa, pero él sigue mirándola, acechándola con el rabillo del ojo, como si esperara algo más.

III

Luisa se concentra en la voz de Lagarda. No comprende lo que dice, pero le pide al cielo que él siga hablando, porque cuando deje de hacerlo el licenciado Dávila le cederá la palabra y todos se volverán a mirarla. Si eso ocurre en este momento, ella sugerirá que vuelvan a correr el video. Así, mientras la modelo asciende envuelta en su cabellera flotante, ella tendrá unos segundos para recuperarse.

La asalta el temor de que sus compañeros consideren innecesaria la proyección que vieron hace apenas unos minutos y le pidan que tome la palabra. Entonces la mirarán y descubrirán que el sudor empapa su rostro. Antes de que eso ocurra es preferible abandonar la sala de juntas. No tendrá que justificarse. Todos comprenderán que fue al baño. Se alista para levantarse, pero renuncia a moverse cuando advierte que Néstor Zambrano está observándola desde el otro extremo de la mesa.

El miedo a los comentarios que él pueda hacer cuando ella se aleja la mantiene anclada en la sala de juntas. La habitación, que hasta hace unos minutos era su territorio conquistado, su reino, ahora le parece una mazmorra asfixiante donde sufre los martirios de sentirse húmeda y en peligro de ser descubierta, clasificada y, al final, desechada bajo cargo de ser una menopáusica. La palabra contribuye a alimentar el fuego que la abrasa. Tiene que apagarlo, pero sólo puede hacerlo con el poder de su pensamiento y la fuerza de su imaginación.

Son recursos infalibles que la han salvado de situaciones incómodas. Aspira profundo, levanta la cabeza y mira hacia la ventana. Piensa en el Cerro del Fraile, en paisajes nevados, en aguas congeladas. Sin pretenderlo, cae en el recuerdo de la fotografía que ilustraba el artículo que leyó en una revista: "El calentamiento de la Tierra pone en peligro la Antártida".

Luisa no puede evitar una sonrisa al darse cuenta de que está en el mismo riesgo desde que en su cuerpo empezó a formarse ese volcán que a todas horas, en cualquier momento, erupta llamaradas que la cercan, la envuelven, la derriten.

 
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