Usted está aquí: domingo 17 de septiembre de 2006 Capital Por una noche, participantes en el plantón durmieron bajo techo

Unas 700 personas gozaron de servicios en los albergues del gobierno capitalino

Por una noche, participantes en el plantón durmieron bajo techo

Tras las fiestas patrias, acudieron a la convención nacional democrática

ERIKA DUARTE

Ampliar la imagen Delegados estatales a la convención nacional democrática, luego de pernoctar en el albergue de La Coruña, en la ciudad de México Foto: María Meléndrez Parada

Un techo seguro, habitaciones para familias, un baño de agua caliente y desayuno en un comedor son algunos de los servicios que ayer brindaron diferentes albergues en la ciudad a cientos de hombres, mujeres, niños y familias enteras, provenientes de diversos estados del país.

La mayoría de ellos pasaron más de 40 días con sus noches en la explanada del Zócalo. Ahí aguantaron frío, lluvia, granizo y calor; sufrieron enfermedades respiratorias y otros efectos de las inclemencias del tiempo. Otros tuvieron que viajar más de 24 horas por carretera, a fin de estar presentes en la convención nacional democrática.

Para todos ellos, que llegaron a la ciudad motivados por el anhelo de salir del desempleo, la pobreza y el abandono que padecen en sus comunidades, tener dónde dormir es lo de menos.

Fueron cerca de 700 personas las que la madrugada de ayer se resguardaron en el albergue de Coruña, en la delegación Iztacalco, y sólo por unas horas disfrutaron la hospitalidad del lugar, después de dar el Grito en el Zócalo.

A decidir el futuro del país

Prácticamente no durmieron, como muchas noches en los campamentos; conversaron, tocaron la guitarra, cantaron, reflexionaron y se levantaron antes de las seis de la mañana para cumplir su cometido: "decidir el futuro de este país", como lo señala Roberto Valdés Martínez, quien lleva más de mes y medio fuera de su hogar, alejado de su familia, de su tierra y de su vida habitual.

Originario del municipio de Maravatío, en el estado de Michoacán, se levantó temprano para bañarse, ponerse ropa limpia, su sombrero de palma y colgarse su gafete que lo acredita como delegado a la convención. También se equipó de toda la voluntad y la esperanza de una vida mejor. Dice ser campesino de toda la vida, y a sus 75 años aún siembra maíz, sorgo, chiles y calabacitas.

Señala que ante el abandono "y desprecio" que vive el campo, se vio en la necesidad de dejar sola a su mujer y su casa, porque "la situación ya es inaguantable". Cuenta que nunca tuvieron hijos y no tienen quién los apoye, por lo que se ve en la necesidad de seguir trabajando. En estos días de resistencia, señala, "fui a darle dos vueltas a mi esposa y a mis tierras".

"Llego allá y me pongo a trabajar duro; mire" -muestra sus manos ásperas, ampolladas y agrietadas.

"Mi mujer trabaja en la casa. Le gusta criar gallinas, cuidar sus plantas y flores, aunque nuestra casita es humilde, de teja y adobe; sólo tiene un cuartito y el suelo es de tierra. Ella también trabaja duro para mantenerla bien limpiecita", relata con orgullo.

"Cuando voy a verla, la pobrecita me ruega: -Ya no vayas para la ciudad, te estás perdiendo de trabajar. ¿Qué va a ser de nosotros? Le contesto que quizá ella y yo podamos seguir sobreviviendo, pero mi esperanza es otra. Es el deseo de defendernos, de no seguir todo el tiempo agachados para que hagan de nosotros lo que quieran.

"Da tristeza, pero nunca antes ningún gobierno tuvo tanto desprecio por el campo. Nuestro producto no vale. Les tenemos que andar rogando a los intermediarios, la mayoría de las veces les damos fiado, porque dicen que no tienen dinero para pagarnos. Hay ocasiones que les he entregado mi cosecha y cuando regreso a cobrar, resulta que se fueron y se llevaron todo. ¿A quién le reclamamos, quién nos responde?

"Es tan desoladora nuestra situación que a veces creemos que realmente nos vamos a morir de hambre", expresa don Roberto, y dice que incluso ha tenido que emigrar a Estados Unidos en busca de trabajo. "Por eso hoy estoy aquí, decidido para aspirar a una vida digna, y si me dicen que pasado mañana me voy a morir, mañana todavía voy a luchar", expresa, mientras se prepara para regresar al Zócalo.

En el albergue de Coruña, como en otros que el Gobierno del Distrito Federal habilitó, como el del deportivo Guelatao, el de la Magdalena Mixihuca, o en la delegación Iztapalapa, se escuchan otros testimonios, como el de Silvia Mendelson, de 19 años, quien acompañada de su esposo y su hijo de un año, desde el 30 de julio llegó del estado de Oaxaca para participar en la asamblea informativa de aquel domingo. Desde entonces ya no regresó a su tierra, pues su esposo lleva tres meses sin trabajo y no tienen para el pasaje. Su preocupación aumenta, por otro bebé que viene en camino y está a días de nacer.

Sin embargo, "cuando las penas, las necesidades y las demandas de cada uno de los que hoy luchamos por un país menos desigual se comparten y encuentran eco en otras personas, la desilusión toma bríos, esperanza, fortaleza y decisión", expresa .

 
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