Un movimiento llamado gobierno
Chocante como es, la idea de un "gobierno itinerante", que no cobra impuestos ni dispone de fuerza pública, puede volverse un factor político de renovación por la vía de los hechos que dé cauce a la enorme movilización social que articuló la campaña de Andrés Manuel López Obrador. Si algo como esto es lo que dispone la convención nacional democrática, el país entrará en una nueva etapa de su difícil evolución política en busca de un orden democrático que satisfaga a los más y no sólo a las elites previamente satisfechas.
Los trabajos y los días de la convención serán arduos y largos, pero de convertirse en una fuerza política nacional capaz de incidir en la gestión del Estado, se pondrá en posición de ser una auténtica concertación gobernante, que es lo que reclama y reclamará el país en estos años que volverán a ser duros, pero tal vez también promisorios. La necesidad de crecer como sociedad y como economía se ha puesto en el orden del día y se vuelve posibilidad en la medida en que los actores sociales toman conciencia de que no sólo es una necesidad sino una condición de existencia. De los reclamos de justicia política y social que inspiran a la coalición, y seguramente ordenarán las deliberaciones de los convencionistas, podrá emanar un cuerpo programático e ideológico que contribuya a sanear el torcido ambiente cultural y de comunicación que nos ha heredado este lamentable primer gobierno de la democracia.
Dos desafíos están ya sobre la mesa de la convención. En primer término, salir sin prisa pero sin pausa de la instancia asambleísta y masiva que ha acompañado la protesta política poselectoral y definir una agenda que no pueda ser secuestrada por sus operadores sino propiedad del conjunto. Es decir, socializar su discurso y expropiarlo de los intérpretes del grupo dirigente y del dirigente mismo. Sin esto, la convención como movimiento tendrá vida corta, y su pretensión de ser gobierno, credibilidad menguante.
Por otro lado, empezar a concretar cuanto antes esta vocación de gobierno de la sociedad y del Estado que su líder le atribuye y le propone. Si se trata, en efecto, de una hipótesis de trabajo para una política de poder y de transformación institucional, como se ha dicho y redicho, la convención tiene que expresarse en las cámaras del Congreso de la Unión y en los congresos de los estados y en los ayuntamientos con voz legislativa y de Estado, no sólo para darle materialidad a su discurso justiciero sino para empezar a construir un orden democrático estatal del que a todas luces la nación carece.
Erigir sobre la recientemente creada coalición parlamentaria de la izquierda un eficaz gabinete en la sombra sería, sin duda, un primer y significativo paso para probar las bondades de un régimen diferente al presidencial, parlamentario, que nos permita desplazarnos con alguna tranquilidad a la reforma constitucional de fondo que le urge al Estado. Pero a la vez, una fuerza que se ve a sí misma como fuerza gobernante no puede dejar para después la urgente tarea de una reforma social del Estado como la que enarboló, no siempre con claridad y precisión, Andrés Manuel López Obrador en su histórica campaña presidencial.
En las cámaras tiene que postularse como iniciativa de reforma y ley esta transformación fundamental, pero es en los gobiernos estatales y en los municipios donde el frente progresista tiene presencia dominante, donde tiene que empezar a concretarse esta voluntad de transformación en pos de la justicia y de la libertad, fórmula que inspira la magna movilización de los iguales que nos ha traído hasta aquí.
Atrás debe quedar el plañidero reclamo de rendición dizque institucional que la derecha ha convertido en salmo. Pero para eso, es preciso discurso y organización, programa y juventud que opere como gozne entre una generación aguerrida que salió del pasmo al que la tenía sometida la hipocresía de la alternancia foxista y el futuro al que México tiene derecho. Probarlo con las armas de la razón y la política, demostrar que esta última puede y debe estar al mando sin distorsionar, sino para fortalecer los tejidos de la cohesión social y de la economía, es la gran promesa, así como el gran reto, de este movimiento que decidió bautizarse como gobierno.
Este artículo está dedicado a Alejandro Encinas, quien dijo y mostró que la política es y debe ser fuerza productiva.