De congreso en congreso
Escribo a mano en el cuarto del hotel Liabeny, en Madrid, para que en el despacho, previa transmisión por fax, pongan en letras legibles estas palabras, que hoy no se refieren a nuestra política, hay pocas noticias en la prensa, sino a otras políticas que fueron plasmadas después en algunas de las pinturas más notables.
En el Museo Reina Sofía se presentan cuatro pinturas trascendentales. Protagoniza el tema el Guernica de Picasso. Enfrente de él, prestado por el Museo del Prado, Los fusilamientos del 2 de mayo, una de las pinturas más importantes de Goya, y en una sala intermedia otro cuadro de Picasso sobre el fusilamiento de madres y niños coreanos por soldados estadunidenses, y en el mismo ambiente, el fusilamiento del emperador Maximiliano, en Querétaro (1867), con los generales Miramón y Mejía, obra del impresionista (que aquí no lo es) Manet.
Llama la atención en el Guernica el protagonismo de tres mujeres: una desesperada por la muerte de su hijo; otra envuelta en llamas, y una tercera que se asoma aterrada a una ventana. Las cabezas de un caballo y un toro representarían el espectáculo fundamental de España, al que Picasso era tan aficionado. Y en la base del cuadro, el cadáver de un hombre con una flor en la mano.
He visto muchas veces el Guernica en Nueva York, antes en el Museo del Prado, y en el mismo Reina Sofía, pero nunca me había impresionado como ahora.
Los otros tres cuadros tienen en común la desesperación de las víctimas: el hombre con camisa blanca y los brazos en alto de Goya; las mujeres y los niños coreanos, y no sé si la crispación de Miramón o Mejía. Pero impone también el anonimato de los asesinos. Los franceses que fusilan a los rebeldes del 2 de mayo son anónimos, no tienen cara. Como tampoco los soldados con uniforme francés que fusilan a Maximiliano y a los dos generales, o los misteriosos personajes, de rostro lineal, ocultos tras máscaras, que matan a las coreanas y a sus hijos.
En la excelente descripción que se puede oír en los aparatos de sonido que explican el sentido de cada obra y su íntima relación descubres lo que seguramente no habrías apreciado con la simple contemplación de las obras. Ya me ha pasado antes, de manera muy especial, con La última cena de Leonardo da Vinci. Mi primera impresión fue favorable, pero al oír la explicación de un guía italiano entendí el verdadero significado de la obra. Y, por cierto, le pedí disculpas al guía por haberme quedado a oírlo y a cambio me hizo una recomendación: "Si va usted a París y ve a la Mona Lisa, piense que es una mujer satisfecha". Lo es.
En París, en el Congreso Mundial de la Sociedad Internacional de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, no me pareció que los presentes hayan dicho algo que nosotros no sepamos. Cuando en la reunión de la mesa directiva se nos dio a conocer el programa para el siguiente congreso, en Sydney, Australia, me opuse a que se incluyera como tema el análisis de la economía informal. Sostuve, y creo que me hicieron caso, que no es un tema de derecho del trabajo, sino económico.
La semana que viene, en Lisboa, haré la relatoría de un tema interesante: la huelga en los servicios esenciales a la comunidad. Es uno de esos temas pendientes de nuestro mundo laboral que algún día habrá que resolver.
Entre tanto, noticias difusas de México. En alguna medida, devuelven la tranquilidad.