Las tareas de la convención mantienen alto el espíritu
El movimiento de AMLO ''ya ha elaborado el duelo''
Aplausos para La Jornada, Monitor, Aristegui y Rocha
Al cumplir seis semanas de diálogo continuo, cotidiano, ininterrumpido, la relación entre Andrés Manuel López Obrador y los miles de rostros, de cuerpos, de manos que abarrotan la plancha del Zócalo día tras día, a la hora que él sale a hablar desde el templete, parece un intercambio entre dos personas: cada hombre, cada mujer, se comunica directamente con él como si el resto del mundo no existiera.
Si pide que Felipe Calderón acepte el recuento de todos los votos, aunque eso ya no cambie el veredicto oficial, y añade que ''el que nada debe nada teme'', vuelven a surgir por todas partes las manitas que hacen la señal de cus-cus; si reitera que no permitirá la "imposición de un pelele", miles de brazos le responden como agujas de metrónomo oscilando de aquí para allá que no, que no. Y cuando al final de cada asamblea se despide agitando la mano derecha, miles de manos de nuevo le contestan, como si se alejaran del Zócalo a bordo de un tren.
''¿Vamos a permitir que el Ejército realice el desfile militar que tiene programado la Secretaría de la Defensa Nacional el 16 de septiembre? Los que estén de acuerdo levanten la mano'', dijo ayer, y al instante el Zócalo se nubló con la irrupción de miles y miles de dedos y uñas y anillos y pulseras y palmas y codos y ojos desmesurados y bocas abiertas que gritaban ''¡Siiiiiií!
Elena Poniatowska fue la primera en advertirlo, y contarlo, desde el mitin del sábado 8 de julio, cuando estalló la protesta contra el IFE, el PREP y el conteo distrital, esas siglas, esas palabras, que entonces las crónicas explicaban letra por letra, sílaba por sílaba, porque de ellas todo en la vida dependía, y que hoy, sólo dos meses más tarde, ya nada significan: "López Obrador habla en el Zócalo como si estuviera en la sala de su casa: ¿qué les parece si hacemos esto, vamos bien o hacemos lo otro?"
Diez semanas después de las elecciones la nueva consigna del coro, nacida apenas el jueves, proclama: "¡Es un honor estar con Obrador! ¡Es un honor estar con Obrador!". Y la muchedumbre la repite porque ya no tiene mucho caso gritar "¡voto por voto, casilla por casilla!" o, como el martes, tras el fallo del tribunal electoral, "¡jus-ti-cia, jus-ti-cia!", y ni siquiera en tono más colectivamente íntimo, "¡queeé poca madre, queeé poca madre!".
De alguna manera, como dicen los sicoanalistas, el movimiento ha "elaborado el duelo" que le produjo la decepción de la victoria no anunciada en el momento del clímax que esperó más de dos años. Las sospechas iniciales de fraude, que se tradujeron en certezas de burla, de estafa, de impotencia, y después en deseos de venganza y destrucción, han cedido su lugar a una renovada confianza en los planes de corto y largo plazos cifrados en el proyecto del "gobierno en rebeldía", que está a punto de formar la convención nacional democrática para "transformar las instituciones desde afuera y desde abajo", porque "el poder está en la gente, no en los edificios de gobierno".
Estas ideas, que López Obrador ha ido desarrollando, explicando y repitiendo, una y otras vez, durante 42 días de plantón, como un maestro sencillo y perseverante en el gran salón de clases del Zócalo, la gente las maneja ya como propias porque las ha hecho suyas, son su nueva brújula para navegar a través del futuro inmediato. Son el fruto de un larguísimo, agotador, intensivo trabajo de reflexión para evitar el estallido y preservar el gran movimiento social que nació después del 2 de julio.
Por el buen camino
López Obrador lo dijo la noche del sábado, en corto, hablando con amigos: "Estoy contento porque nosotros ya tenemos una salida política extraordinaria, que es la convención nacional democrática; los que me preocupan son ellos, nuestros adversarios; ellos están acorralados y no saben qué hacer".
Una inquietud que reiteró ayer, en la parte central de su discurso y que, además de conversar con la plaza, era un mensaje a los altos mandos del Ejército: "No es fácil encontrar las salidas, porque nos meten en una situación muy complicada: no sólo hacen el fraude sino (que) luego le dejan a uno la responsabilidad. Si uno lleva el movimiento al desbordamiento, si el movimiento se desborda, ahí está, (uno es) violento; si uno es demasiado pasivo, si no hace nada, ya se vendió, ya traicionó. Entonces fíjense qué difícil es salir de la trampa, teniendo además encima a muchos medios de comunicación que nada más están viendo si nos equivocamos para lanzarse contra nosotros. Pero este domingo, se los digo, yo estoy contento porque ya encontramos la salida. Vamos por buen camino".
Y que era un mensaje a las fuerzas armadas lo probarían las líneas que leyó algunas cuartillas más adelante, cuando trajo a colación que "la institución militar no es un órgano de gobierno, pertenece al Estado y tiene que defender a todos los mexicanos, al pueblo. (Por eso) no queremos, y esto lo planteamos de manera respetuosa desde el Zócalo, que se disfracen militares de Policía Federal Preventiva, (por)que una agresión de la PFP la vamos a tomar como una agresión del Ejército, que quede claro".
Los párrafos siguientes, en consecuencia, serán los del dando y dando: a cambio, el plantón se levantará "a las dos o tres de la mañana" del 16 de septiembre para que el Ejército realice el desfile militar, y la gente volverá al Zócalo a las tres de la tarde para iniciar los trabajos de la convención. Esa es la salida. ¿Hay otra?
La gente lo arropa cuando culmina el planteamiento: "¡Es un honor, estar con Obrador! ¡Es un honor estar con Obrador!" Pero cuando él, como todos los días, vuelve sobre el tema del "cerco informativo" y agradece a los medios que, "con honrosas excepciones saben estar a la altura de las circunstancias", de la multitud, en tímida respuesta, empiezan a salir ejemplares de La Jornada.
Y esto desencadena un reconocimiento, "aunque a lo mejor no ayuda", a este diario, a Radio Monitor, que todos los días transmite íntegro su discurso de las siete de la noche, y a periodistas como Ricardo Rocha, Carmen Aristegui, Jorge Saldaña...
López Obrador pronuncia esos nombres y voltea a ver a los dirigentes que forman una valla detrás de él en el templete, como con ganas de preguntarles quién se le está olvidando. Alguien, detrás de Martí Batres, le "sopla" gritando: "¡Zabludovsky!"
El cuchillo y los coheteros
Antes de la asamblea, alguien a un costado del templete lanza un cohetón. "¿Uno?, ha disparado por lo menos 10 durante cada uno de los 42 días que lleva el plantón, es decir, casi 500, ¿cuánta pólvora tendrá en su casa?", se preguntarán al rato muchas personas del templete comentando lo que ahora está a punto de suceder: la vara con lumbre se convierte en obús, cae en una tienda de campaña y explota adentro, ensordeciendo y quemando levemente en una mano al notario público Ismael Yáñez, que estaba de visita en el campamento.
Después de la asamblea, una familia del estado de México sube al escenario acompañando a tres personajes: una botarga inmensa con el rostro de López Obrador y dos niños chiquitos con máscaras de Vicente Fox y Felipe Calderón, que bailan al son de unos mariachis de Garibaldi. Y sobresaltándose de repente con el estallido, siempre por sorpresa, de otro maldito cohetón, una mujer le dice al cronista: ''Los cocineros de los restaurantes de alrededor del Zócalo están hasta el gorro de los cohetones: cada que truenan se cortan el dedito con el cuchillo de picar...''
Es Liliana Felipe, que de observaciones insólitas como ésa ha escrito mil canciones, incluso en las circunstancias más difíciles, como ésta, por ejemplo, cuando faltan ya sólo cinco días para la convención nacional democrática...