Usted está aquí: viernes 1 de septiembre de 2006 Política Vicente Fox, agravio sobre agravio

Un viaje que arrancó con la esperanza llega a su fin con el desengaño y la ira

Vicente Fox, agravio sobre agravio

Intentó sustituir política por mercado, administración pública por gerencia, y fracasó

LUIS HERNANDEZ NAVARRO

La bitácora del viaje presidencial de Vicente Fox comenzó con la esperanza, continuó en el desengañó y termina en la ira nacida del agravio. Las grandes promesas de democracia y crecimiento económico se convirtieron, en los primeros meses de su gobierno, en restauración autoritaria y continuidad absoluta de las medidas económicas de sus antecesores.

La desilusión con el nuevo mandatario va más allá de sus políticas. Muy pronto, su estilo desenfadado y aparentemente fresco de comunicarse, acabó ridiculizando la investidura presidencial y a sí mismo. Lejos de acercarlo a sus gobernados, los chistoretes y puntadas presidenciales, llenos de sexismo y racismo, lo convirtieron en presa fácil de los caricaturistas. A lo largo de estos seis años se ha ganado la animadversión de muchos. Al referirse a las mujeres como "lavadoras de dos patas", ofendió no sólo a las feministas sino a muchas damas más. Al confundir al célebre escritor Jorge Luis Borges con "José Luis Borgues" mostró no sólo ignorancia sino desprecio por los intelectuales. Al anunciar apoyos fiscales a zonas afectadas por el paso del ciclón Stan, diciendo a los afectados que "San Stan les hará el milagrito de dejar mejor el estado", evidenció un enorme desprecio por los damnificados.

Mentir con la verdad

Pero Vicente Fox mintió con la verdad. Nadie puede objetarle que en su estilo personal de gobernar se traicionó a sí mismo. Desde un primer momento convirtió la política en espectáculo y al espectáculo en política. Durante su toma de posesión hizo que lo que debió ser una ceremonia republicana de transmisión de poderes se convirtiera en un maratónico show televisivo difundido en cadena nacional, protagonizado por él mismo. La fiesta de la democracia se transformó en la celebración del jefe del Ejecutivo. El ritual para asumir la Presidencia de la República dio paso a un faraónico reventón mediático. La presentación en sociedad del nuevo mandatario se metamorfoseó en una impresionante fiesta de culto a la personalidad. Nada faltó en la recién estrenada liturgia del marketing político: actos de fe, baños de pueblo, cenas de gala, tomas de protesta, la presencia de Bill Gates, promesas idílicas, encuentro con dignatarios y poderosos, discursos.

La foxifiesta anticipó el estilo personal de gobernar del nuevo jefe del Ejecutivo: plebiscitario, individualista, brincándose las instituciones, de culto a la personalidad, de reforzamiento del presidencialismo empresarial. Allí mismo, más allá del espectáculo, de la reiterada reafirmación de su figura, el Presidente mostró las cartas marcadas con las que jugó a lo largo de su administración: Dios, familia y patria. Al hacer ostentación religiosa en una ceremonia republicana de tradición laica, meter a su familia a la celebración forzando el protocolo, anunció los futuros escándalos del sexenio.

Intentó, sin mucho éxito y con evidente rechazo, la confesionalización de la política, en lo que fue visto por muchos como la revancha de los cristeros. Pero, más allá de ello, la reafirmación reiterada de una conducta antisecular, lo mismo durante la visita del Papa que en los discursos políticos, le sirvió como estrategia de imagen. La confesionalización de la política, los valores familiares y el nacionalismo retórico son creencias que provienen del estrato más profundo del México tradicionalista que identificó al gobierno con una parte del ciudadano común y corriente que busca seguridad y orden. Al lado de los conceptos de calidad total, productividad, competencia, eficiencia y administración por objetivos, se convirtieron en el instrumento para conducir la voluntad de cambio de la sociedad mexicana por el camino del conservadurismo.

Durante su campaña, Vicente Fox ofreció solucionar el conflicto de Chiapas en 15 minutos. Seis años después, su promesa sigue a la espera de ser cumplida. En lugar de enfrentar el conflicto, lo evadió, haciéndolo crecer. Se sumó a una caricatura de reforma constitucional sobre derechos y cultura indígenas que es una burla para los pueblos indios de país.

Sin embargo, este incumplimiento de su promesa fue la norma y no la excepción durante su gobierno en el trato con el México de abajo. Por supuesto, nunca fueron castigados los responsables de la guerra sucia. Lejos de permitir la depuración del mundo sindical, apoyó y se apoyó en los líderes obreros espurios de siempre, hasta hacer de Elba Esther Gordillo una de sus principales aliadas. Y cuando intervino en el mundo laboral, como en el caso del sindicato minero, fue para promover un charrazo clásico en la mejor tradición de los gobiernos priístas.

Las expectativas de que la transición política que representó su administración abrieran paso a una profunda reforma del Estado se cancelaron muy pronto. El optimismo democrático que siguió a la derrota del Partido Revolucionario Institucional (PRI) se agotó en los primeros meses de gestión del nuevo inquilino de Los Pinos. Colocado frente a la disyuntiva de acabar con el régimen político heredado del priísmo en el que no cabe la sociedad mexicana o pactar con el tricolor para alcanzar la gobernabilidad, sacrificando las reformas, apostó por utilizar en su favor los instrumentos del presidencialismo autoritario.
Y, en el colmo del ilusionismo, quiso hacer creer al país que las cosas habían cambiado porque el PRI había dejado de manejar el gobierno federal.

Efectivamente, casi ninguna de las facultades legales o metaconstitucionales sobre las que funcionó el presidencialismo mexicano fue modificada por el jefe del Ejecutivo. En la elección del gabinete prevalecieron los intereses de quienes financiaron su campaña a la Presidencia: los grandes empresarios. Los secretarios fueron, en muchos casos, gerentes al servicio de los más poderosos grupos financieros y económicos del país, o funcionarios avalados por ellos. El interés privado se colocó en el puesto de mando del servicio público. A la herencia del presidencialismo se sumó la lógica de funcionamiento empresarial. En el sexenio de Vicente Fox sonó fuerte la hora del presidencialismo empresarial.

Sexenio de amiguetes y parientes

El mandatario no tuvo empacho alguno en reconocer el sesgo de su política. Su administración, dijo, era un "gobierno de empresarios, para empresarios, por empresarios". Y, orgulloso, añadió: "¡Qué bueno que va a haber disciplina, planeación financiera, mercadotecnia y comunicación! ¡Que va a ser un gobierno de calidad total y administración por objetivos!"

Vicente Fox intentó sustituir la política por el mercado, la administración pública por el manejo gerencial, la justicia social por el buen gobierno, la negociación por el orden y la disciplina, la ciudadanía por la clientela. Su llamado a "reinventar" el gobierno trasladó mecánicamente la ideología de la empresa privada a las políticas públicas. Pretendió presentar lo empresarial, al margen de cualquier evidencia, como sinónimo de un gobierno eficiente, moderno, no burocrático, no corrupto y responsable.

Sin embargo, más allá de la grandilocuencia discursiva, a la hora de la verdad su administración resultó ser poco menos que un sexenio de amiguetes y parientes. Muchos empresarios se lo reclaman. A su gran amigo Roberto Hernández le dio el negocio del sexenio al permitir la venta de Banamex sin pago de impuestos. A sus aliados en los medios electrónicos de comunicación les confeccionó una legislación desnacionalizadora acorde con su voracidad financiera y su desmedido apetito político. De acuerdo con las denuncias de la Cámara de Diputados, los hijos de Marta Sahagún se hicieron millonarios de la noche a la mañana.

Más que como mariscal de campo de un equipo de futbol americano, Vicente Fox se comportó cual liniero ofensivo. En lugar de conducir el partido se dedicó a chocar con la escuadra rival. Se enfrentó con el Congreso una y otra vez, y auspició que muchas de las grandes definiciones ideológicas y de las batallas políticas claves del sexenio en la opinión pública fueran libradas por la Coparmex, el Consejo Coordinador Empresarial y el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios, en lugar de por su partido.

Al airear en la opinión pública su vida íntima terminó convirtiéndola en una copia de una novela rosa. La labor de Marta Sahagún al frente de Vamos México rebasó sus actividades asistenciales o sus funciones como esposa del mandatario. Su activismo la lanzó de lleno a tratar de asaltar el cielo de una posible candidatura presidencial en una maniobra que fue denunciada por el secretario particular del jefe del Ejecutivo y que polarizó al país.

El sexenio panista convirtió a la nación en el terreno de la política social en un país con ciudadanos de paquetes básicos, en territorio libre para las aseguradoras estadunidenses. Su pretensión de privatizar las pensiones provocó un gravísimo conflicto sindical.

Simultáneamente, su administración le abrió la puerta a la derecha para presionar con éxito en la fijación de los contenidos de los medios. No pudo impedir la transmisión de Big Brother, pero logró su autocensura en temas como el sexo o las malas palabras. Hizo sentir su presencia en el nuevo reglamento de cine, en el cual se regula el acceso del público a las películas. Movilizó a una parte de la sociedad contra la izquierda utilizando como pretexto la lucha contra la inseguridad pública. La jerarquía de la Iglesia católica opinó cada vez más y enérgicamente sobre asuntos de la vida política nacional. La secularización retrocedió, a pesar de la resistencia ciudadana.

Pero, cerca ya del final de su sexenio, el jefe del Ejecutivo apretó el paso. Fiel a la filosofía de que uno es ninguno, necesitado, para irse tranquilo al rancho, de poner al frente del país un sucesor que le garantice que asuntos como los negocios de los hijos incómodos de su mujer no serán investigados, y para que se consolide la revolución conservadora de quienes lo llevaron al poder, decidió que necesitaba de tiempo, que un sexenio no era suficiente, que requería, al menos, otro más.

Y para garantizar la continuidad del proyecto, para salvaguardar la integridad de la pareja presidencial, en Los Pinos se designó como sucesor de Vicente Fox primero a Santiago Creel y después a Felipe Calderón, al tiempo que se echaba a andar una gran conspiración para evitar que Andrés Manuel López Obrador fuera candidato a la Presidencia de la República, y que si lo era no ganara de ninguna manera.

Pero el proyecto transexenal no estaba fácil. El desencanto hacia el gobierno del PAN es tan grande, y la figura del responsable tan pequeña, que el triunfo de Felipe Calderón sólo fue posible orquestando una gran maniobra de Estado. Una operación diseñada y efectuada desde las cañerías de la política nacional.

El segundo paso -después de la movilización contra la delincuencia-, denunciado por Carlos Ahumada, piedra angular de la intriga palaciega, consistió en la divulgación de imágenes grabadas de funcionarios y antiguos colaboradores del Gobierno del Distrito Federal apostando en Las Vegas o recibiendo dinero de Carlos Ahumada. La confesión del empresario en La Habana evidencia una trama sediciosa en la que participaron, al menos, el entonces secretario de Gobernación Santiago Creel, el antiguo procurador general de la República Rafael Macedo de la Concha, el senador Diego Fernández de Cevallos y el ex presidente Carlos Salinas de Gortari. No hace falta mucha suspicacia para ver la mano de Los Pinos detrás del complot.

El tercer paso fue el desafuero e inhabilitación de Andrés Manuel López Obrador, el precandidato puntero en todos los sondeos de opinión. El jefe de Gobierno de la ciudad de México se mantuvo fuera y combatió las redes de cabildeo que vinculan al mundo de la política con el de los negocios ilegítimos asociados a ella. Además de sus posibles políticas "populistas" o su desacato a la ley, la preocupación principal de quienes lo combatieron desde el poder tuvo que ver con el temor de que su llegada a la Presidencia cancelaría esa fuente de enriquecimiento, una verdadera mina de oro.

Finalmente, ante el fracaso de todas las estrategias previas, Vicente Fox recurrió a la realización de un escandaloso fraude electoral en favor de Calderón.

Vicente Fox recibió un país en relativa calma. Lo entrega con una de las más graves crisis históricas. Agravios sobre agravios perpetrados desde la cúspide del poder, han convertido el país en un polvorín a punto de estallar. Lo que el día de hoy sucederá en las calles de la ciudad de México y en el Palacio Legislativo de San Lázaro es un termómetro del descontento y la polarización social auspiciada desde Los Pinos. Ese es el costo -parafraseando a Marshall McLuhan- de conducir hacia el futuro mirando por el espejo retrovisor.

 
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