Usted está aquí: miércoles 30 de agosto de 2006 Opinión Fox: bombardero imparable

Luis Linares Zapata

Fox: bombardero imparable

Los enconos que Vicente Fox fue sembrando con su alocada predicación a lo largo del sexenio terminan en un berenjenal político, económico y social. Calles alumbradas con hogueras por vigilantes furtivos en Oaxaca, plantones de opositores en el mero Paseo de la Reforma de la capital, rasposa división clasista de los mexicanos con ribetes de enfrentamiento inevitable y una fábrica nacional exhausta y desmembrada son derivadas directas de sus provocaciones compulsivas. El crecimiento económico más ralo de toda la era neoliberal, la mayor deuda interna de la época posrevolucionaria, la menor tasa de empleo efectivo atada con una cauda, calculada en millones de hombres, mujeres, niños y hasta ancianos expulsados al exterior, todo ello como subproducto colateral de su desgobierno. Sin caer en la exageración: la peor administración del país desde el finiquito de la bola allá por los años veinte del siglo pasado.

Un saldo poco halagador para aquel que se erigió vencedor de los priístas y que inició su periodo dando alegres vueltas por el ancho mundo arropado por el famoso bono democrático. Mismo pergamino que derrochó en menos de un semestre de dislates diplomáticos y promesas de entregar el sector energético a cualquier fenicio interesado. Fox fue y sigue siendo, un real, efectivo, contundente bombardero de sí mismo. Un destructor de la esperanza de muchos millones de mexicanos que lo vieron como emisario de la eficiencia, como un hombre bueno y sin rencores que aliviaría la corrupción y el intenso, grotesco tráfico de influencias del viejo régimen. Un ensayo que, con datos duros a disposición de cualquiera, resultó por demás frustráneo, pero que, al parecer, el electorado no le cargó tan burdos pasivos -tampoco al raquítico balance de los panistas- en las pasadas elecciones del 2 de julio.

Este viernes Fox intentará presentarse ante el Congreso para entregar su último informe. Lo preceden sus alardes que chicotean, casi a diario, a una ciudadanía ya bastante enardecida por la derrota que le infligieron los magistrados del tribunal. Valentía que suena más bien a capricho aderezada con toletes de la fuerza pública. Las bravuconadas de Fox se apoyan en miles de policías y soldados apostados en el vecindario que miran atónitos a los abucheadores como sospechosos enemigos. Están decididos a contener las protestas de una población iracunda, alebrestada por los infatigables cuan ilegales intervenciones sin recato de Fox a favor del candidato de su partido. Sus cotidianas peroratas, revestidas con mustios argumentos legaloides, no pueden ocultar la identidad del odiado personaje esencial en que trasmutó a López Obrador, el anverso de su medalla, el político al que nuca quiso ni entendió, el catalogado como peligro mexicano.

El Palacio Legislativo será, sin duda, el lugar apropiado para que Fox reciba, frente a la mirada de la nación, el reclamo por sus bocanadas sin riendas, el rechazo a sus devaneos por erigirse en flamígero dedo supremo. Dedo que se posó, según los tiempos y las circunstancias, intereses y sentires, primero en su esposa, después en el preferido ex secretario -todo Palacio- hasta asentarlo, a regañadientes, en un correligionario al que había despedido de manera irreverente. La condena por su entreguismo ante los poderosos, sobre todo a los dueños del capital globalizado, se ha ido generalizando en la medida en que se incrementa la desigualdad. El aberrante reparto de la riqueza que se multiplica sin control y donde los poderosos del país encuentran su correlato obligado de pobreza apabullante.

Fox no puede irse canturreando al rancho a disfrutar de un retiro indecoroso, salir indemne con su legado de bravatas, de insultos y provocaciones al por mayor, a pesar de su confianza en la protección del próximo presidente. Los disfraces conceptuales, las maromas legales con las que intenta recubrir sus fobias hacia López Obrador no podrán abandonarlo. Un país agraviado se lo habrá de impedir. En el norte, los vecinos han erigido una muralla para contener el flujo de inmigrantes, fruto de su irresponsabilidad laboral. La zona de desastre en que convirtió a la política exterior de México tardará varios años en ser reparada. Un movimiento social y político, inédito en la reciente memoria de México, toma cuerpo y está a punto de arrancar su peregrinaje por todo el territorio nacional como derivada de su manoseo antidemocrático, su maridaje con los poderes fácticos y el ninguneo clasista para con los de abajo. La pequeña historia de su mandato no escatimará condenas para este desfalleciente sexenio y su personaje estelar.

 
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