Decepciona el encierro de El Grullo, desigual en presencia y comportamiento
Dos cornadas y oreja para Castellón; dos apéndices baratos para Mora
Pepe López desaprovecha oportunidad
Otro petardo del juez Ramos
Pobre entrada
Ampliar la imagen El espada Ernesto Castellón fue cogido dos veces por su primer novillo, y a pesar de que se llevó dos cornadas obtuvo una oreja, que sus subalternos le llevaron a la enfermería Foto: Jesús Villaseca
"Nos vemos, porque voy a ver la corrida de Bilbao que transmiten por televisión", me dijo en apurada despedida un prestigiado artista mexicano. Y sí, son muchos años los que nuestro país lleva mirando hacia el extranjero con un concepto estúpido de globalización -exportar a costa de lo que sea e importar aunque sea en nuestro perjuicio-, por lo que en materia taurina muy pocos productos nacionales tenemos, no se diga para exportar, sino para medio consumir; en tanto que los otros, los de fuera, nos siguen mandando marcas de dulce, chile y manteca, habida cuenta de nuestra probada "nobleza" como consumidores.
Frente a la entrada principal de la Plaza México, que preside el impresionante conjunto escultórico de Alfredo Just, donde el tercer toro de la manada camina incorrectamente, no cruzado, sino al amblar, con la mano y la pata izquierdas hacia delante, saludé a esa hada madrina de los novilleros modestos que es Carmen Abascal, quien con entusiasmo obsequiaba unas hojas.
"¿Qué haces?", le pregunté. "Aquí, repartiendo volantes", respondió. "¿De López Obrador?" "No, de El Palentino", y me extendió una hoja con una impactante foto a color donde Juan José Vián, que así se llama el novillero de Palencia, España, y que tan fuerte impresión causara la temporada pasada, ejecuta muy vertical una limpia gaonera no en un quite, sino ¡a porta gayola! "Torero hecho en México", lleva como pie la imagen, y enseguida un sitio web: www.elpalentino.com
Ya en el tendido, durante la novillada, unos aficionados desplegarían una manta que decía: "Palentino, la afición de México tiene ansias de verte". Y sí, ante el nutrido desfile de chuflas, recomendados, precavidos y maestritos, dan ganas de ver a esos novilleros intemporales, vengan de donde vengan, que salen al ruedo con la firme decisión de jugarse el pellejo.
"¡Pero cómo va a venir si le regresaron un novillo vivo en Madrid!", exclamó escandalizado uno que dice que conoce. "Pero eso fue en Las Ventas, y el muchacho triunfó en la Plaza México, donde el público que aún no pierde la memoria quisiera volver a verlo", le contestó su acompañante. Y de la séptima novillada, ¿qué?
Ah, bueno. De la séptima novillada puede decirse poco, aunque para efectos mediáticos haya parecido de apoteosis, ya que se cortaron tres orejas y en las postrimerías del hoy-hoy-hoy ya se sabe que estadística computarizada mata verdad, y cantidad es preferible a calidad.
Se jugó un encierro de El Grullo, hierro tlaxcalteca de los señores González Dorantes y González Esnaurrízar, muy disparejo de presencia y juego. Tres decorosamente presentados y tres que en España difícilmente hubieran sido aprobados en una novillada sin picadores.
Hicieron el paseíllo Ernesto Castellón, de Guadalajara, hijo del talentoso fotógrafo Ernesto Castellón Aguilera; Pepe López, de Morelia, que cortara una oreja en el sexto festejo, y la revelación mexicana de la temporada, Víctor Mora, de Aguascalientes, que acabó con el cuadro hace ocho días bajo una lluvia torrencial.
Empeñoso, pero sin lucir su rodaje, se vio Castellón con su primero, un novillo muy hecho y cumplidor que le permitió estar por ambos lados y al que sin embargo le dejaba mucha luz -espacio entre la muleta y el cuerpo del torero al momento del cite-, por lo que fue prendido sin consecuencias en un natural, y luego, al entrar a matar, no logró pasarse en el momento de la reunión y fue cogido feamente, llevándose una cornada en el tórax y otra en el muslo izquierdo, no sin antes dejar una estocada entera en buen sitio que hizo doblar al astado.
Una oreja fue concedida y la cuadrilla de Castellón la paseó respetuosa en emotiva vuelta al ruedo. Al final, una torera escena de tres diestros desmonterados saludando en el tercio rubricó el desempeño del esforzado novillero.
Víctor Mora deberá andarse "con mucho tiento", ya que el público lo ha hecho su consentido y le festeja lo que sea. Seguro, solvente, entregado y sereno, realizó con su primero, muy chico, una faenita aseada que culminó con una estocada caída, para que la gente, enloquecida, exigiera las dos orejas y el juez Ramos, siempre en defensa de los intereses del público, saliera con su batea y soltara dos pueblerinas orejas.
¿Y Pepe López? Vino, pero no supo estar.