Tribu
Cuéntame de allá.
Sumemos la luz
¿Quién echó ya sus primeros dientecitos?
¿Qué quinceañera floreció?
Háblame de los abuelos de Bety;
dichosa ella que los tiene aún.
Y Rafael. ¿Sigue en sus clases?
Dime si Tomasa ha logrado ese ser feliz
que tanta falta nos hace.
¿Ha dado frutos el ciruelo del jardín de Luis, o ya no?
¿Qué leen los niños que aprendieron a leer?
¿Sigue levantando polvo los domingos al atardecer
la plaza del centro luego de que la pasearon a contento todo el mundo y los demás?
Qué raro ha de ser a veces el silencio
ahora que no pasa el tren.
A veces me pregunto
si Ricardo anda por ahí.
Pienso tanto en Carlos, en Mariana, en Judith.
Y Lídice, como siempre, me vive bajo la piel.
¿Sabes algo de ella? ¿Qué?
No pierdas el tiempo con la política.
No se les da,
y bien para ellos. Usan mejor los días,
los viven allí, donde el agua
sabe bien
y en el aire
el olor verde del maizal
llega por oleadas
en horas diurnas.
Lo mío no es nostalgia
sino algo peor.
La soledad me duele a gritos.
Extraño la inocencia del sol
y la forma en que la vida se suspende
durante la canícula
y si sólo corre un hilo de sangre
es porque tus hermanos sacan las guitarras
y cantan bajito para no lastimarle al pueblo
la emoción.
La distancia hace al tonto.
La memoria lo redime
Pero loca, incompleta,
todo lo revuelve.
¿Cómo le va a Beti de mamá?
Y Javier, entre el taller y la banqueta,
¿ya decidió?
Espero que no.
¿Y sigue Lupe, nuestra Emily Dickinson,
confeccionando sonetos perfectos
y viviendo del aire?
Dime si por el contrario ha
necesitado desperdiciarse en trabajar.
¿Sigue Licha vendiendo refrescos
o ya se murió?
Cuando vengas, quiero que me cuentes todo.
Tienes que venir.