Usted está aquí: lunes 28 de agosto de 2006 Cultura Tribu

Hermann Bellinghausen

Tribu

Cuéntame de allá.
Sumemos la luz

¿Quién echó ya sus primeros dientecitos?

¿Qué quinceañera floreció?

Háblame de los abuelos de Bety;

dichosa ella que los tiene aún.

Y Rafael. ¿Sigue en sus clases?
Dime si Tomasa ha logrado ese ser feliz

que tanta falta nos hace.

¿Ha dado frutos el ciruelo del jardín de Luis, o ya no?

¿Qué leen los niños que aprendieron a leer?
¿Sigue levantando polvo los domingos al atardecer

la plaza del centro luego de que la pasearon a contento todo el mundo y los demás?

Qué raro ha de ser a veces el silencio
ahora que no pasa el tren.

A veces me pregunto
si Ricardo anda por ahí.

Pienso tanto en Carlos, en Mariana, en Judith.
Y Lídice, como siempre, me vive bajo la piel.

¿Sabes algo de ella? ¿Qué?

No pierdas el tiempo con la política.
No se les da,

y bien para ellos. Usan mejor los días,

los viven allí, donde el agua

sabe bien

y en el aire

el olor verde del maizal

llega por oleadas

en horas diurnas.

Lo mío no es nostalgia
sino algo peor.

La soledad me duele a gritos.

Extraño la inocencia del sol

y la forma en que la vida se suspende

durante la canícula

y si sólo corre un hilo de sangre

es porque tus hermanos sacan las guitarras

y cantan bajito para no lastimarle al pueblo

la emoción.

La distancia hace al tonto.
La memoria lo redime

Pero loca, incompleta,

todo lo revuelve.

¿Cómo le va a Beti de mamá?
Y Javier, entre el taller y la banqueta,

¿ya decidió?

Espero que no.

¿Y sigue Lupe, nuestra Emily Dickinson,
confeccionando sonetos perfectos

y viviendo del aire?

Dime si por el contrario ha

necesitado desperdiciarse en trabajar.

¿Sigue Licha vendiendo refrescos
o ya se murió?

Cuando vengas, quiero que me cuentes todo.

Tienes que venir.

 
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