Comienza el Festival de Música y Escena en el Centro Cultural Universitario
Deslumbra Maya Beiser con su violonchelo
La intérprete mostró matices desconocidos de la voz del milenario instrumento
Ampliar la imagen Maya Beiser se prepara para hacer cantar a su violonchelo Foto: José Antonio López
A partir de seis partituras impactantes, la violonchelista Maya Beiser desentrañó el misterio profundo de la voz del violonchelo y mostró los alcances más allá de lo conocido de este instrumento milenario, en el arranque del octavo Festival Internacional de Música y Escena en el Centro Cultural Universitario.
Después de los tres conciertos de Maya Beiser el fin de semana, las actividades de este festival continuarán el próximo sábado, el miércoles 6 y el jueves 7 y así todos los días hasta el domingo 10 de septiembre en la Sala Miguel Covarrubias, en el teatro Helénico y en la sala Nezahualcóyotl.
Se trata de un festival que nadie debe perderse por su cantidad de sorpresas, descubrimientos y hallazgos en una suma de maravillas, puesta al día y celebración de los rumbos nuevos del arte de la música y sus aliados, la poesía, la imagen, el teatro musical y los recursos multimedia.
Mientras, las noches pasadas de viernes, sábado y domingo el viaje se consumó de la mística elevada que despliega Arvo Part desde las enseñanzas de los autores antiguos hasta el anhelo de futuro del compositor David Lang, y Maya Beiser puso así en órbita a una apiñada multitud en la sala Covarrubias, donde horadó el silencio para mostrar la luz del sonido grave y lento, suave y recio, hondo y tenue de su violonchelo. Su técnica: un prodigioso manejo del arco, digitaciones absolutas en su mano izquierda, ataques recios y precisos, fraseo impoluto, pero sobre todo, una capacidad extraordinaria de hacer volar, soñar. Un milagro, una obra de arte capaz de conmover a todos los seres vivos y al universo mismo.
El concierto inició con la obra más glosada de Arvo Part, el autor estoniano que mayor altura ha alcanzado en su descenso a los misterios del espíritu. A la decena de versiones que ha escrito de su partitura Fratres (Hermanos) y que van de la docena de instrumentos de alientos y arco hasta el octeto de violonchelos, Maya Beiser presentó una versión realizada por ella misma en equipo con Part. El resultado: un coro de ángeles ensimismados cantando una poesía sin palabras. Sonó asimismo el silencio en su poesía.
De manera que el recital inició en una penumbra iluminada por la triada inconfundible de Arvo Part. Una sucesión interminable de tres notas que en instantes infinitesimales se convierten en una sola nota y cuya repetición ad infinitum produce el efecto tintinabuli, característica primordial del estilo partiano. Lo novedoso de esta versión de Fratres fue la síntesis increíble de antigüedad y ultramodernismo con la amplificación del violonchelo, que no hizo sino iluminar, ahondar aún más la hoguera.
Enseguida sonó Mariel, la obra que el argentino Osvaldo Golijov escribió como un retrato de una mujer que murió en flor. La reminiscencia del tango postpiazzolliano, la resonancia de la música de costa brasileña y los ecos del dúo de chelo y marimba de una primera versión, la original, se agigantaron en un poema límpido y atronador merced al recurso multitrack del violonchelo pregrabado en cuatro canales y en contrapunto del violonchelo en vivo. Una luz en vilo.
Después, Khse buon, del camboyano Chinary Ung, remitió de nuevo a la luz del entendimiento acumulado, esta vez en las voces misteriosas del Asia profunda. Los mitos y leyendas persas, la música de Irán, la cultura musical rebautizada, renovada, inmersa en la historia, volcada en presente.
La siguiente pieza en el programa mostró también de cuerpo entero el estilo del autor, en este caso Steve Reich, uno de los maestros mayores del minimalismo. Escrita especialmente para Maya Beiser, su estructura remite de inmediato y todo el tiempo a Different Trains, la obra que escribió para el Kronos Quartet. Primera de las obras de Reich para violonchelo solo, se colgó enseguida de un lucero y navegó entre luces proyectadas a espaldas de la violonchelista en un ciclorama alucinógeno.
Al volver del intermedio, los circunstantes se encontraron con que la poesía ya había tomado voz corpórea. Maya Beiser pronunció desde su violonchelo en idioma universal y desde su garganta en italiano las palabras que escribió Cesare Pavese en su poema La voce: "Cada día el silencio en la habitación desierta/ se acerca con su gentil crujido de gestos/ como el aire. Cada día se abre así la mínima ventana/ sin moverse, hacia el aire que así calla. La voz/ escarchada y dulce/ no podrá romper este pálido silencio".
Sonó entonces nuevamente el silencio en su poesía. Las arcadas en el violonchelo, la prosodia en italiano, el crujido de los gestos en el alma. Una sala absorta en esa escarcha dulce y pálida presenciaba este oficio poético con singular ternura. El recital ya había rebasado para entonces los límites de lo conocido, lo aprendido, lo sonado, para situarse en un nirvana de clepsidras, en un tiempo sin espacio y en un sonar del espacio más allá del tiempo. Un milagro sonaba. Y se repetía, virginal, como un oleaje marino.
La obra que dio título al recital, World to come (El mundo por venir), comisionada por Maya Beiser a David Lang, operó a su vez al final del concierto como una puerta que se cierra para dar paso a otra puerta que se cierra para dar paso a una ventana que se abre y al final, en lo más alto, fulgura una luz: el violonchelo.