La Convención: unidad de todas las izquierdas
Vicente Fox ha dicho -una ocurrencia más, con la que de paso echa abajo la autoridad de una de las instituciones que dice defender, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación- que Felipe Calderón es el "claro ganador" de la elección presidencial, y "no puede comprender" las intenciones de AMLO al mantener bloqueada "una calle" de la ciudad de México, a lo cual reduce "todo el conflicto" poselectoral. Conflicto que, como ya se especula, podría ser desactivado con la "salomónica" anulación de las elecciones, dando lugar a ineludibles negociaciones de todas las partes para preparar lo que en México estaría prefigurando el mecanismo de la "segunda vuelta" electoral. Se habla incluso de perfiles para una presidencia interina en la que un genuino ejercicio de pluralidad parlamentaria permitiría llegar a coincidir, para organizar tan delicada transición, en personalidades como la de Genaro Góngora Pimentel, ex presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Lo que Fox calla, y con mala fe y peores intenciones quisiera ocultar, es que la derecha mexicana e internacional vinculada a nuestro país va con todo para impedir que la izquierda llegue al poder estatal. Esfuerzo tardío y destinado al fracaso, porque el poder social emergente se va radicalizando y profundizando de manera espectacular e impredecible. Parte esencial de la derecha, como nunca antes los medios se han quitado la máscara. Promotores y aliados de Fox y el PAN, contratistas de consultores y encuestadores privados mercantilizados, más allá de los inveterados reclamos por su inequidad y parcialidad, las televisoras, la radio y casi toda la prensa escrita han hecho y continúan haciendo la guerra sucia.
La derecha se ha unificado en la política y en la economía -empresarios, medios, alto clero, sectores de la burocracia y del ejército-, mientras la izquierda vuelve a mostrar signos inquietantes de falta de unidad. A ambos lados del núcleo principal que encabeza AMLO se colocan los radicales, el EZLN y los grupos armados, y los moderados, Cárdenas y una parte del PRD.
En este escenario, con amplios grupos movilizados y plantados en el corazón de la capital, surge la convocatoria a una Convención Democrática Nacional. Oportuna, necesaria, crucial y, por lo mismo, vulnerable y atacable desde diversos flancos. Alguien ha evocado la Convención de Aguascalientes de 1914, en la que distintas corrientes revolucionarias -no todas- se dieron cita para intentar conciliar posiciones en momentos de indefinición y desasosiego particularmente difíciles en aquel proceso.
Ahora, en cambio, se lanza un llamado a toda la ciudadanía en el arranque mismo, en los umbrales de otra etapa de resistencia popular que podría llegar a conformar lo que en términos leninistas se conoce como "situación" pre o pararevolucionaria, pero de ningún modo lo que podría calificarse como una "crisis" revolucionaria. Esa, si llega, está por venir. Por ello, en la compleja y delicada circunstancia por la que atraviesa el país, importa mucho la Convención, no sólo porque es el núcleo principal de la movilización el que la convoca, sino porque la coyuntura nacional e internacional se está acercando a puntos graves de incertidumbre y quiebre. Todo lo anuncia.
Más que un buen documento final, lo que importa desde ahora es desatar iniciativas para contar con la presencia y la participación de todas, todas, las corrientes y fuerzas que se reconocen de izquierda. La dialéctica de la lucha de clases, en momentos decisivos, así lo reclama. Frente a la unidad de los de arriba únicamente la unidad de los de abajo puede hacer la diferencia. No sólo para discrepar y debatir entre ellas, aun para confrontarse, las izquierdas todas tienen que hacer un gran frente nacional para el cambio democrático y social.
Tres al menos son los grandes ejes en los que, hipotéticamente y bajo las banderas de una patria para todos, minimalistas y maximalistas tendríamos que coincidir si queremos que la extraordinaria oportunidad de la Convención Nacional Democrática salga adelante: 1. Cambio de modelo económico; 2. Defensa de la soberanía, interna y externa; y 3. Política social para el bienestar de las mayorías. Las estrategias deberán seguir siendo flexibles e innovadoras: desde paros y huelgas de "brazos caídos" en horas y lugares concertados a escala nacional, hasta la suspensión temporal del pago de impuestos federales y otras formas de "desobediencia civil" que podrían tener un poderoso impacto y serían prácticamente irreprimibles.
Sin una causa común y un liderazgo principal con plena autoridad ética y política, con la participación crítica, el mutuo respeto y la autonomía de todas las izquierdas volveremos a ser reprimidos, barridos y postergados por una derecha implacable, que, sin embargo, da signos de fatiga y escasa vitalidad como ocurre con todo cuerpo que al concluir su ciclo -como dice García Márquez- se va "pudriendo en vida" al acercarse el momento final.
Si ha de prevalecer, la resistencia civil deberá seguir siendo pacífica, diversa y unitaria en lo fundamental: fortalecer e impulsar, frente al enemigo común, el movimiento social y el poder popular. Civilidad en el diálogo, pluralidad en las decisiones y unidad solidaria en la acción.