Isabel Turrent y los gérmenes del fascismo
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Isabel Turrent y los gérmenes del fascismo
Mauricio Schoijet
Chutzpah (pronúnciese jutspa) es una palabra hebrea que por vía del yiddish penetró en el inglés que se habla en Estados Unidos. Significa descaro, desvergüenza, audacia o atrevimiento, que generalmente se usa con una connotación negativa. La de la profesora del Colegio de México para la descalificación extravagante está lejos de compararse a su capacidad de argumentación.
A diferencia de algunos más localistas ideólogos del conservadurismo mexicano, adorna sus disparates con la muestra de distinción de citar a George Orwell y hasta algún libro de algún politólogo británico (Reforma, 6/VIII/2006). Pero sí tiene un mérito: tiene menos inhibiciones en expresar claramente lo que piensa.
En su artículo se refiere a "análisis ponderados y racionales", lo que es ridículo cuando se expresa el más ensañado encono, puesto que el "peligro para México" que representa López Obrador es descrito en la forma más virulenta, al caracterizarlo como un personaje irracional, con supuestas similitudes con nada menos que Hitler, Mussolini y Stalin, sin que al parecer se le ocurra que podría tener más en común con Lázaro Cárdenas, Perón o Kirchner. Supremo manipulador, aprovecharía los "resentimientos sociales" de las masas, "de los más ignorantes", aunque curiosamente lo apoyan algunos de los más destacados intelectuales y científicos de México, o sea que su capacidad de engaño y manipulación seguramente supera a los de sus supuestos maestros. Tampoco parece ocurrírsele que tales resentimientos pudieran tener ninguna base objetiva, que López Obrador no hubiera podido conseguir el apoyo de millones de no haber muchos resentidos, descontentos y frustrados por buenas razones, como la pobreza, la falta de derechos y la corrupción. Habría "decidido fabricar la crisis que necesita". Cómo es posible que un personaje de estas características tenga tanto poder como para "fabricar" una crisis de este tamaño? Seguramente no nada más es un peligro, es la reencarnación del demonio.
En la línea de los conservadores del siglo XVIII, como el sicofante de la burguesía inglesa Edmund Burke, más visible difamador de la Revolución francesa e inspirador de conservadores contemporáneos como Hayek y Popper, menciona negativamente al sufragio universal, añorando sin duda el siglo XIX, cuando los de la clase de sirvientes no votaban, ni hacían manifestaciones, ni planteaban demandas y eran nada más carne de cañón de los distinguidos. Hay que creerle que no hubo fraude porque así lo difunden los voceros del gobierno y del gran capital transnacional y transnacionalizado. Los que les creen son ciudadanos conscientes y reflexivos, que al parecer se encierran en el castillo de sus convicciones; los que han tomado las calles son ignorantes manipulados. Lo que existe es básicamente bueno, Fox hizo lo que pudo y Calderón lo seguirá haciendo. La explotación, la corrupción y la injusticia no existen, o son apenas pequeñas manchas en las que Calderón, Fox, el PAN y el PRI nada tienen que ver, o sea que México vive un panorama básicamente aceptable. La solución es que "las autoridades (deben) restablecer el imperio de la ley", hipócrita fórmula para expresar la demanda de represión. El "orden" es el valor supremo, la equidad y la justicia prescindibles.
Cuando los conservadores mexicanos insisten obsesivamente en el respeto a las instituciones, parecen no entender algo que sí entendió el político estadunidense Adlai Stevenson (1900-1965), al afirmar que dicho respeto se gana o se pierde de acuerdo a cómo actúen, o dicho en sus palabras, que "la fe en la democracia depende de la creencia de los ciudadanos en la integridad de su gobierno". Cuando Vicente Fox, el PAN, el PRI y el gran capital urdieron la maquinación del desafuero, con ello se deslegitimaron de una manera que no es posible que borren miles, ni siquiera los borrarían millones de spots televisivos. Ahí está la base para el desprestigio de las instituciones y ello explica el potencial de movilización que estamos viendo, y la represión puede resultar impotente para desvanecer este hecho fundamental de la conciencia colectiva, o sea que aunque Calderón logre imponerse por la violencia, o una combinación de ésta con triquiñuelas supuestamente legales, el estigma de la ilegitimidad lo seguirá persiguiendo. No es nada sorprendente que una clase social, o los sectores dominantes de una clase política, sean incapaces de prever las consecuencias de sus acciones: ha ocurrido muchas veces en la historia.
El artículo de Turrent es una muestra de la incapacidad radical de la derecha para elaborar nada que tenga siquiera una mínima apariencia de explicación racional de la crisis y de sus acciones. Se la podría considerar una versión académica de los que afirman que Hugo Chávez les está quitando sus casas a los venezolanos, y que López Obrador tiene intenciones similares. No hay que exagerar calificándola de fascista, nada más es protofascista o potencialmente fascista.
Supongo que habrá quienes se indignen y me acusen de la misma chutzpah que critico, por hacer una acusación irresponsable contra una distinguida estudiosa de las relaciones internacionales, que publica en la revista Letras Libres y en prestigiadas editoriales, novelista además. ¿Acaso no pide nada más que el imperio de la ley y el orden, aspiración de millones de mexicanos? No, lo que pide es la represión para imponer el fraude. Y lo hace dentro de una retórica del terrorismo ideológico. Y lo que sugiero no es descabellado, porque hay antecedentes. La historia muestra casos notorios en que la respetabilidad intelectual encubrió la barbarie.
Después del aplastamiento de la Comuna de Paris, primer gobierno del proletariado que sólo duró unos meses a comienzos de 1871, y que fue aplastado de la manera más sangrienta, con el asesinato de decenas de miles, algunos de los más distinguidos intelectuales franceses, como Renan, Flaubert, y los hermanos Goncourt condenaron al sufragio universal, que según ellos habría estado entre las causas de la Comuna. Taine, y Barbey d'Aureville fueron más lejos: también reprobaron a la instrucción primaria laica, gratuita y obligatoria (Paul Lidsky Los escritores contra la Comuna, Siglo XXI, México, 1971).
El más evidente y conocido intelectual que se adhirió al fascismo fue seguramente Martin Heidegger, uno de los más conocidos filósofos del siglo XX, que influyó sobre Jean-Paul Sartre, Jacques Derrida y Michel Foucault, y que tuvo y sigue teniendo influencia sobre varias corrientes intelectuales, como el existencialismo, deconstrucción, hermenéutica y posmodernismo. Fue rector de la Universidad de Friburgo bajo el régimen nazi. Tres semanas después de asumir el cargo se llevó a cabo una quema de libros en la institución.
Otro caso fue el de Enrico Ferri, distinguido jurista, sociólogo y profesor de criminología, parlamentario del Partido Socialista italiano, de su ala izquierda además, que terminó su vida como senador al servicio de Mussolini.
El fascismo no cayó del cielo, ni fue nada más el producto de maleantes con poderes maléficos. Lo fue también de conservadores suficientemente espantados. No se engañe nadie, los gérmenes activos del fascismo están entre nosotros.
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