Usted está aquí: miércoles 16 de agosto de 2006 Política Fanatismo y terrorismo

Arnoldo Kraus

Fanatismo y terrorismo

En un lúcido repaso, el filósofo francés André Glucksmann (El catecismo apocalíptico, El País, 12 de agosto de 2006) cavila acerca de los muertos musulmanes en otros sitios ajenos a la tragedia actual entre Líbano e Israel. Habla de Darfur -al menos han fallecido 200 mil personas por hambrunas o por el desprecio del gobierno-, de Grozny, la capital de los musulmanes chechenios, donde el ejército ruso, en su mayoría cristianos, asesinó a mansalva a incontables musulmanes y de las cotidianas muertes en Irak. A ese enlistado agregó lo sucedido en la ex Yugoslavia, donde buena parte de la población musulmana fue encerrada y masacrada en campos de concentración. Escribe Glucksmann: "Estamos obligados a concluir que sólo el musulmán muerto por israelíes provoca la indignación universal".

En su texto -ni en las líneas que construyen estas reflexiones- no se compara, ni se da más valor a ninguna vida; simplemente, se cavila acerca de las influencias de los medios de comunicación y de la importancia que se da a unas noticias en relación a otras. Los fieles de la balanza siempre han sido los mismos; el problema es el ángulo desde donde se les mira y la interpretación que se hace del muerto musulmán en Darfur por sus símiles y del muerto en Líbano, tanto por las balas israelíes como por los miembros de Hezbollah que no escatiman en usarlos como escudos humanos para pertrecharse y desde ahí lanzar sus misiles. Espero, aunque sé que en vano, como Godot, que incluso los antisemitas más recalcitrantes y que los antisraelíes más convencidos de que los judíos y el Estado de Israel son los responsables de la mayoría de los males del mundo, acepten que Hezbollah, Irán y Siria no sólo sueñan e invocan a Dios para que el Estado judío desaparezca de la faz de la Tierra, sino que cavilen acerca de la filosofía de los islamistas: purificar al mundo de todos los males engendrados en Occidente.

Se entiende bien que Bush y Blair y sus infames y equivocadas políticas aticen el fuego y sean fuente del odio de los islamistas. Lo que es incomprensible es que el odio no distinga entre un ser humano y otro, entre un enemigo jurado -los judíos, los estadunidenses-, y un enemigo innominado, y sin rostro, como hubiesen sido los pasajeros que podrían haber perecido la semana pasada de no ser porque Scotland Yard desmanteló una red que planeaba hacer estallar aviones en pleno vuelo. Se sabe que la célula estaba constituida por estudiantes, empresarios modestos y trabajadores. Todos ciudadanos británicos entre los 17 y los 35 años, de origen paquistaní en su mayoría, salvo dos británicos conversos al Islam; de los 24 detenidos una es mujer. Al igual que en otras ocasiones, de acuerdo con los vecinos y allegados, los terroristas eran gente corriente y buenos vecinos; "normales", en pocas palabras.

El problema que enfrentan los musulmanes progresistas que no están de acuerdo con ciertas actitudes y formas de pensar de los islamistas -Salman Rushdie, entre otros- y el mundo occidental es inmenso. No soslayo los desatinos de algunos países europeos que no han sabido, no han querido o no han podido incorporar "éticamente" a los inmigrantes de los países árabes, pero ése no es motivo suficiente para que el terrorismo germine. ¿Qué es lo que hace que una persona "normal" decida dejar todo e inmolarse con tal de aniquilar seres humanos por hechos difíciles de definir, pero que se relacionan con los valores occidentales? ¿Qué es lo que permite que personas integradas a la sociedad se transformen y piensen que "todo lo diferente", que "todo lo que tiene que ver con Occidente deba ser aniquilado"?

El problema es inmenso y quizás sin respuesta, sobre todo si se piensa que los últimos actores eran británicos y que usufructuaban muchos de los bienes producidos en las sociedades occidentales. Y es más grave porque a diferencia de lo que sucede con Hezbollah o con Hamas, donde se mata al judío enemigo, los adeptos a estas corrientes islamistas ni siquiera conocen al adversario, ni siquiera han tenido motivos para odiarlo.

Intitulé estas reflexiones "fanatismo y terrorismo" por las indudables ligas que existen entre ambas actitudes. Nadie nace siendo terrorista, aunque, me apuro a aclarar ante posibles enmiendas, que bien entiendo que quienes nacen pobres o en campos de refugiados maman desde temprano lo sinsabores de la humillación. Sin embargo, no siempre es así, como demuestra el caso reciente de los británicos islamistas.

Las fronteras entre fanatismo y terrorismo son muy tenues y en ocasiones imperceptibles. Los argumentos y las razones que se divulgan y venden entre las personas que abandonan su normalidad para transformarse en fanáticos y posteriormente en terroristas son uno de los máximos éxitos de la filosofía que predican los islamistas. En esta ocasión, aunque declaro que como persona es detestable, el líder del Partido Likud tiene razón cuando afirma que "los fundamentalistas no odian a Occidente a causa de Israel. Todo lo contrario. Odian a Israel porque representa los valores de Occidente en la zona".

 
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