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TROKA EL PODEROSO
Nada tan entrañable como las lágrimas metálicas del androide que, conmovido por la transformación prodigiosa del objeto de sus deseos, se descubre insignificante y frágil; su coraza, aparatosa pero ya inútil, se resquebraja torpemente, dejando expuesto el material contrahecho de sus entrañas. Otro poeta que, aún atípico, sucumbe ante la inmensidad del espacio que habita: la ciudad a la que canta lo devora lentamente, cumpliendo la misión de alimentarse con la sangre de sus propios hijos para no claudicar. Allí una escena clásica. Allí una escena que pinta, de cuerpo entero, una obsesión escritural.
Troka el Poderoso fue un personaje trazado al alimón por un par de inquietos que, creyendo ver en el progreso la tierra prometida, procedieron a loarlo y a esperar con regocijo su advenimiento: Germán List Arzubide escribió sus epopeyas industrialistas en un programa de radio, y fue Silvestre Revueltas quien terminó de trazarlo, musicalizando la emisión. Anticipando acaso el auge del cyborg, el androide de List era capaz incluso de acercarse a los niños y, valiéndose de las virtudes que su condición le otorgaba, de transformarse en cuanto aparato fuera necesario para convencer a la infancia nacional de las maravillas de la industria.
Más allá de lo estrictamente musical, Revueltas dejó una apostilla que inquieta, ahora, a otros dos personajes: Troka el Poderoso debía ser una "pantomima dancística para títeres". Abierta la invitación, lanzado el anzuelo en pos de algún entusiasta, han sido finalmente Pablo Cueto y Alejandro Benítez quienes han recogido la estafeta y se han dado a la tarea de dar cuerpo escénico al deseo del compositor. El resultado, entonces, es que Troka lleva ya algunos años recorriendo espacios de todo tipo, con todo y el teatrino de Teatro Tinglado, con la dirección escénica de Cueto y la interpretación de Benítez.
En el sentido noble del término, el Troka de Cueto y Benítez es un homenaje, una celebración gozosa de una época y de los personajes que la protagonizaron. Complementados los textos de List con los del otro referente del estridentismo, Manuel Maples Arce, y haciendo uso del trabajo gráfico de los grabadores de la época (Alva de la Canal, Julio Prieto), el breve juguete escénico de Teatro Tinglado enfatiza el dilema del poeta que, inspirado pero obnubilado por su propia ciudad, toma conciencia de su insignificancia y de su pequeñez. La ciudad, la Ciudad de México de los años treinta en específico, es el personaje principal de la puesta en escena, evocando lo que a Revueltas y a List asombró como una posibilidad de bonanza colectiva y que a nosotros, al paso del tiempo, nos parece más una pesadilla: el crecimiento de la urbe en todas direcciones, el posicionamiento del concreto dentro de la paisajística citadina, la muerte definitiva de lo rural en beneficio directo de lo plenamente urbano. Hay algo, entonces, de nostalgia en la recepción del discurso de Troka; nuestra lectura estará marcada, irremediablemente, por nuestra experiencia urbana en la modernidad, por nuestro pesimismo respecto a todo lo que el progreso, si tal existe realmente, nos ha legado como efectos colaterales.
Veloz e intenso, con una duración máxima de treinta minutos, el espectáculo de Cueto y Benítez recupera el ludismo que caracteriza el trabajo de Teatro Tinglado (heredero de la rica tradición de la familia Cueto, primero Germán, un vanguardista injustamente soslayado, y luego Mireya, sin cuyos empeños sería imposible entender la actualidad de nuestro teatro de títeres) y deviene ágil y eficaz, con la precisión que el trabajo de años ha podido consolidar. Explorando con tino la superposición de planos, usando felizmente los contrastes de la forma y de la proporción, el montaje se constituye, en esencia, como un juego formal sólido y afortunado, gracias en buena medida a la solvencia técnica de Benítez, aunque su brevedad, indiscutible en más de un sentido, denota empero cierta desarticulación narrativa. No se discute, entonces, la duración del evento, sino la estructuración y la ilación, aun dentro de su brevedad natural. Acaso así el gozo, que ya existe, se amplificaría significativamente.
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