Noticias del Rey Lopitos
Vilma Fuentes vive desde hace 30 años en el París de los desterrados pero está presente entre nosotros por sus notas en La Jornada y, de tanto en tanto, por los ecos de su quehacer como cuentista y novelista. No sería apropiado, sin embargo, describirla como una periodista aficionada a la literatura, como una novelista de fin de semana, sino, más bien, como una escritora que se desempeña con desenvoltura en dos vertientes del mismo oficio.
Como el periodismo no es un género sino un medio para transmitir palabras e imágenes, y como la novela inventa sus propias reglas, el ejercicio de esta doble disciplina constituye una ventaja para el narrador si sabe deshacerse de materiales superfluos y preservar la dinámica propia de sus personajes y de sus representaciones. Tal es uno de los méritos mayores de este libro que lleva el nombre de Castillos en el Infierno.
La novela gira en torno del Rey Lopitos, pistolero legendario y temido líder de los reclamantes de tierras en el Acapulco de los años 50. Es decir, un hombre fuera de la ley, una versión tercermundista de los bandoleros románticos de la literatura y del cine.
La frase inicial de la novela, ''cómo no iba a conocerlo si yo fui quien lo mató'', anticipa la identidad de una voz narrativa que hablará en nombre propio y en nombre del asesinado. De este modo, se crea un personaje omnisciente que nos guía en esta visita al cielo y al infierno.
La novela se desarrolla entre dos grandes temas: el asesinato como un apremio, como un hecho ajeno a la voluntad de los iniciados y superior a las ventajas de su ejecución. Asesinato para realizarse, para cumplir con el destino personal, para olvidar y para recordar, para saber que el asesino de hoy es el muerto de mañana. Podría el libro haber tomado el camino de la novela policiaca pero no lo hizo porque aquí se imponen las leyes de la tragedia griega antes que los motivos convencionales para matar, porque no hay asesinos y policías de rutina. Sólo la muerte en las manos artesanales de los asesinos.
El otro tema que sirve de trasfondo a la novela es la explosión simultánea de riqueza y miseria que caracteriza el crecimiento urbano en el modelo capitalista. En los años de la segunda posguerra Acapulco prosperaba. Al tiempo que se levantaban hoteles y mansiones de lujo, el pequeño puerto se transformaba en un importante centro turístico, los antiguos dueños de la tierra y los que buscaban trabajo fueron empujados a remontarse a los cerros pelones que rodean a la bahía.
El país entraba en una etapa de renovación y de optimismo. El tiempo de los generales quedaba atrás y una nueva generación de universitarios tenía la encomienda de instalarnos en el club de las grandes potencias económicas.
En esta feria de ilusiones Acapulco resultaba el escaparate perfecto para confirmar nuestros sueños de grandeza, el Monte Carlo tropical donde nuestros políticos y millonarios podrían recibir a sus iguales, a las celebridades que llegaban de Hollywood y de Europa. Más de 20 millones de mexicanos podríamos estar equivocados pero no el mundo entero que nos aplaudía.
Alguien debía pagar el precio de este sueño colectivo. La fiebre de la industrialización y de la construcción inmobiliaria atrajo a toda clase de políticos y especuladores que se apoderaron, por las buenas y por las malas de las mejores tierras agrícolas y de los mejores predios urbanos. El proyecto de la modernización alemanista terminó de mala manera aunque puso las bases para otros proyectos y entusiasmos semejantes.
En Acapulco, a espaldas del paraíso turístico que ocupaba el primer plano del paisaje creció una ciudad de cartón y lámina, de carencias y enfermedades, de miseria y violencia. Unos arrabales en cuyas veredas y callejuelas se formó una sociedad abandonada y rencorosa, una sociedad fuera de la ley que engendró sus propias leyes, sus propios héroes y villanos. Entre ellos el memorable Rey Lopitos, que combinaba rasgos del pistolero, del cacique y del líder comunitario.
La novela de Vilma Fuentes no es ni una biografía de este personaje ni un recuento de sus hazañas. Es, más bien, una evocación de su espíritu, una ceremonia que rescata los entrecortados testimonios de quienes lo conocieron. Registra el libro sus primeros pasos en Acapulco y el momento en que muere acribillado por sus propios guardaespaldas, pero entre estos dos hechos no hay sino vislumbres de su modo de enfocar la vida y la muerte. Se presenta al actor pero sin privarlo de su misterio.
Más explícita resulta la autora en materia de los ambientes y de los personajes secundarios que configuran el mundo del Rey Lopitos, de ese mundo que todavía se vende como paraíso terrenal aunque esté vigilado desde los cerros por los demonios de la miseria y de la violencia social. No en vano el territorio de Guerrero es cuna de varios movimientos armados y no en vano es, también, escuela de los mejores gatilleros del país.
Se dice que el Rey Lopitos se enredó con un grupo de guerrilleros y que mandó matar al gobernador. Este es el origen de su propia muerte, según la imprecisa versión de su asesino.
Por eso nos encargaron asesinar a Rey Lopitos. Protegido como estaba por su pueblo, nadie, más que nosotros cinco, podía ametrallarlo. O lo matábamos o nos mataban. Fue el miedo el que nos venció. El miedo de todos los días, agigantado con los años que le servimos de sombra.