Democracia en vilo
La historia de la democracia en México es antigua y, como sabe cualquier estudiante de secundaria, esencialmente fallida hasta la última década del siglo XX. Sus orígenes se remontan a las profundidades del siglo XIX, y define a veces como fantasma y a veces como utopía los momentos cruciales de una sociedad que no ha escatimado esfuerzos por encontrarla y que no ha ahorrado insensatez para hundirla.
La Constitución de 1824 fue el resultado no sólo de un cambio de régimen, sino del ocaso de un orden social, político y moral. Afirmar que la Nueva España fue una "colonia" (como fueron los territorios ocupados por los ingleses en Nueva Inglaterra, Nueva Jersey y Connecticut), es suponer un equívoco. Nueva España no fue un traspatio del imperio, fue uno de sus reinos esenciales. Y, sobre todo, fue una nueva sociedad (comparada con las culturas precolombinas). Ningún historiador sostendría, por ejemplo, que Hungría fue una "colonia" del imperio austro-húngaro o que las tropas napoleónicas intentaron "colonizar" a Italia. Nueva España: ¿colonia o reino? No se trata de un debate empírico, sino de algo más radical: la forma en que nos miramos.
El ocaso de ese reino fue provocado por un movimiento social que alcanzó una amplitud como ninguna de las otras luchas de independencia en América Latina. No hay nadie que se asemeje a Morelos o a Guerrero en otras partes del continente. La Constitución de 1824 expresó este hecho de una manera singular: cifró (o intentó cifrar) a la República en un régimen parlamentario que hiciera tabula rasa del poder monárquico unipersonal. Su vida fue tan breve como la impaciencia de los caudillos conservadores por secuestrar el poder básico de la nueva nación en las manos contadas de una elite que acabó revelándose como incapaz de fraguar las instituciones básicas que consolidaran su soberanía.
La Constitución de 1857, esencialmente liberal, marca el segundo intento de homologar la identidad de la nación con un régimen plural. En la letra sobrevivió 60 años, hasta 1917, no así su afán de dotar a la sociedad de un pacto democrático. La República Restaurada fue un ejercicio indudable de democracia temprana, pero también un ejercicio indudablemente inestable. Su drama y su tragedia se llamó Porfirio Díaz. A lo largo de todo el siglo XIX, a cada capítulo en que la sociedad intenta ensayar una ampliación de los espacios de representación, lo que sigue es una solución autoritaria.
1910 define el tercer (y más breve) esfuerzo por erradicar esa forma de legitimidad, que hizo del monopolio del poder un sinónimo de la estabilidad política y económica. Duró sólo poco más de un año. Quienes lo hundieron no fueron los liberales ni los conservadores, sino los revolucionarios mismos. Se puede especular si en los años 20 los espacios para una solución democrática de la revolución todavía estaban abiertos. Pero el callismo, y el Partido Nacional Revolucionario, se encargaron de clausurarlos.
El movimiento de 1988 propició la más reciente (y duradera) ola de democratización. (Hay quienes, con razón, trazan sus orígenes en 1968, y en la reforma impulsada por Reyes Heroles en 1977.) Hoy esta ola, la cuarta, enfrenta su mayor prueba civil y política. La prueba de que la sociedad puede homologar a la democracia con la estabilidad sin caer en las tentaciones de su pasado. Las condiciones para salir airosos son casi evidentes.
Se ha repetido hasta el cansancio. Lo que desata la indignación de quienes votaron por Andrés Manuel López Obrador el 2 de julio es la "forma de presentar los resultados de la elección". Y es lógico. Si el Consejo General del Instituto Federal Electoral (IFE) llegó a la conclusión de que las tendencias de la votación no arrojaban ningún ganador, ¿por qué imprimió los resultados del Programa de Resultados Electorales Preliminares que hacían triunfador a Felipe Calderón? Y si no le era -o no lo es- lo convirtieron de facto en el "ganador". En rigor, es el IFE el que produce la crisis, y la ensancha el 6 de julio, al no exentar de fallas o errores de conteo una elección tan cerrada. Habría sido tan sencillo decir: "Contemos las veces que sea necesario".
A 26 días de esa fecha, la escena se repite. El IFE sigue extendiendo un cheque en blanco a Felipe Calderón. La diferencia es que la demanda de contar voto por voto ya ha pasado a la sociedad, a los medios de comunicación y a los otros partidos políticos (partes sustanciales del PRI y Alternativa, que dirige Patricia Mercado). El TEPJF tendrá que sopesar esa demanda si quiere producir un resultado legítimo y legal.
La frase más contundente de AMLO, a mi parecer, ha sido: "Si se cuentan los votos, reconozco el resultado". ¿Sensato, o no? Esa misma frase, dicha desde las filas de Calderón, nos sacaría de la crisis.
Así de sencilla y de compleja es la historia.
Otra solución (no impositiva), acaso la más improbable, es la anulación de las elecciones y el interinato. Tiene sus ventajas y desventajas.
¼Las ventajas: obligaría a los partidos a crear un territorio de negociación y abriría un espacio para rearmar la legitimidad de las instituciones electorales. Sus desventajas son innumerables.