Editorial
Mercosur: poder emergente
En la cumbre presidencial de los países integrantes del Mercosur, que arrancó anoche en la localidad argentina de Córdoba, se darán los primeros pasos para la incorporación de Cuba a ese acuerdo económico regional, se avanzará en la plena integración de Bolivia que hasta ahora ostenta, al igual que Chile, la categoría de "país asociado" y se buscarán soluciones para problemas bilaterales como los que enfrentan Argentina y Uruguay, por una papelera instalada en la margen oriental del Plata, y Brasil y Bolivia, por la nacionalización en el segundo país de empresas petroleras en alguna de las cuales hay intereses privados brasileños.
El acuerdo comercial con Cuba es, sin duda, el punto más novedoso y trascendente de la reunión. Para la economía de la isla caribeña la asociación con el bloque sudamericano representa una muy necesaria bocanada de oxígeno, en el contexto del persistente e ilegal bloqueo económico que el gobierno de Estados Unidos mantiene contra el gobierno de La Habana y ante el enfriamiento de las relaciones comerciales entre Cuba y las naciones europeas. Para los socios del Mercosur el convenio puede no ser muy relevante en lo económico, pero constituye una reafirmación de independencia fundamental en el ámbito político-diplomático y una confirmación del declive de la influencia regional de Washington. El deslinde de la porción mayoritaria de América Latina con las estrategias económicas y los lineamientos políticos estadunidenses parece ya irreversible, tanto como el fracaso de la Casa Blanca en sus empeños por imponer a la región un Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA).
A primera vista podría pensarse que ese dictado de Washington goza de la adhesión de la mayor parte de los latinoamericanos, toda vez que 28 países del hemisferio lo respaldan. Pero, con la excepción de México, uncido por el salinismo, el zedillismo y el foxismo a los designios de Washington, el resto del grupo está compuesto por economías medias (Colombia y Perú), pequeñas o ínfimas. En contraste, el Mercosur agrupa a los países que generan, en conjunto, las tres cuartas partes del producto interno bruto de América Latina.
Sobre ese fundamento económico el desafío central del Mercosur es evolucionar de un mero acuerdo aduanal a un instrumento de integración y a una instancia política que proyecte la región al resto del mundo y que compita con posibilidades de éxito en el entorno de la globalización. Cabe esperar, en este sentido, que el impulso otorgado al bloque regional por las izquierdas gobernantes en Brasil, Argentina, Uruguay, Venezuela y Bolivia tan diferentes entre sí trascienda cambios de gobierno, y que el mecanismo logre una institucionalización y un peso mundial como los que no han conseguido el Pacto Andino, hoy en vías de disolución, el Caricom o el Mercado Común Centroamericano.
Por cultura, por historia, por identidad y por conveniencia nacional, el lugar de México está entre sus hermanos latinoamericanos y no como socio en desventaja de Estados Unidos y Canadá. Más temprano que tarde, independientemente de la inevitable intensificación de los vínculos económicos con el vecino del norte, y a pesar de las veleidades pro estadunidenses de los tres últimos gobiernos de nuestro país, acabará por comprenderse la absoluta pertinencia de voltear la vista a América Latina y avanzar en la integración económica y política con la región humana y cultural a la que pertenecemos.