Usted está aquí: jueves 20 de julio de 2006 Cultura Congelados

Olga Harmony

Congelados

Este texto de la dramaturga británica Bryony Lavery ha tenido un gran éxito en los países en que se ha presentado y en México se la dio a conocer como lectura dramatizada dirigida por Francisco Franco hará un par de años en el marco del Drama Fest concebido -sin continuidad hasta donde conozco- por Aurora Cano, quien ahora figura como actriz en el rol de la psicóloga forense Agnetha. De la obra se ha repetido que es, además de un estudio acerca de los asesinos en serie, un drama que transita por la venganza, el perdón, el olvido y la redención. Que se me perdone, pero no logré ver nada de eso y no sólo por la repugnancia que el rapto de una niñita por un pederasta criminal produce, sino porque ninguno de los hechos planteados por la autora me parece convincente. De la adaptación que hizo María Reneé Prudencio no podría hablar, dado que no conozco el original.

Entiendo que Nancy, la madre, se mantenga congelada por la espera de que Rhona, su hijita, esté viva y regrese algún día a casa, a pesar de los diez años transcurridos desde su desaparición, pero me cuesta trabajo entender su actitud final al encontrarse frente al violador y asesino de su pequeña y de muchas otras. Esto, y la reacción de Ralph resultan demasiado edificantes y, la verdad, desconciertan a cualquiera, aunque puede haber cierta malicia en la escena final entre las dos mujeres en el cementerio, congeladas ambas en una especie de falta de sentimiento. Creo que la tesis general de la obra es que la criminalidad es producto de hechos que se dieron en la infancia del sujeto y por lo tanto es susceptible de regeneración, con lo que se echa por tierra el minucioso análisis que la autora ha hecho de Ralph en los monólogos de éste. En cuanto a las explicaciones científicas de Agnetha, yo en lo personal necesitaría a un neurofisiólogo que me explicara qué tan ciertas sean.

En las muy aptas manos de Lorena Maza quedó la dirección de esta obra, con escenografía sugerente y escueta de Hania Robledo y Teresa Uribe que incluye proyecciones en una pantalla cuando es necesario y una muy buena iluminación de las mismas y que es utilizada por la directora en su muy limpio trazo complementado por el vestuario de Josefina Echeverría y la musicalización de Alejandra Hernández. El texto de Lavery está concebido como tres monólogos con muy pocos diálogos (recurso que en México ha explorado con éxito Víctor Hugo Rascón Banda). Este ofrecer diferentes etapas de la acción dramática, y del tiempo transcurrido, a base de soliloquios requiere de excelentes actores.

Vemos al criminal en serie Ralph mascullar para sí mientras se jacta de su astucia y se queja de su soledad, envolviendo simbólicamente -un acierto de la dirección- con plásticos la maleta de sus horrendos videos y lo vemos responder con hastío autosuficiente a las preguntas de la psicóloga mientras se queja, paradójicamente, de la actitud de los policías con él, que siempre ha sido muy cortés con ellos, en un buen estudio de su patología que se desdice al final. Alejandro Calva es un excelente Ralph aun en las escenas en que dialoga con Aurora Cano que no está a la altura de los otros dos.

Hay que hacer un gran esfuerzo para entender que esta Agnetha que explica científicamente su tesis ''Asesinos en serie ¿Es posible el perdón?" se interrumpa y sufra grandemente por la pérdida de su amado, hecho que, además de ser inútil para la acción central, lo que es atribuible a la autora, no es proyectado por la actriz, cuyas apariciones bajan el nivel de la representación. Es un caso curioso el de Aurora Cano, productora -probablemente lo sea en este caso con su Teatro de Babel- directora y actriz, capaz de levantar proyectos interesantes, pero cuyo desempeño como creadora escénica no resulta solvente, por lo menos en los casos que le conozco.

Dejo al final a la Nancy encarnada de manera espléndida por Julieta Egurrola porque deseo insistir con su ella, como ya lo he hecho con otras actrices, en la creatividad de actrices y actores que muchos niegan teniéndolos por intérpretes. Hay que insistir en ello y para cualquier reacio a reconocerlo bastaría con que se allegara al teatro y viera a Julieta en acción.

 
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