Usted está aquí: martes 18 de julio de 2006 Opinión Líbano: detener la masacre

Editorial

Líbano: detener la masacre

En menos de una semana de ofensiva, las fuerzas armadas israelíes han asesinado en Líbano a cerca de 200 civiles y causado heridas a otros 500. En los seis días transcurridos desde el inicio de los bombardeos aéreos, terrestres y marítimos sobre ciudades y aldeas libanesas, el régimen de Tel Aviv ha destruido buena parte de la infraestructura y devastado barrios enteros de Beirut, Baalbek, Tiro y otros centros urbanos. Con las andanadas militares de Israel contra Líbano y contra Gaza el conflicto árabe-israelí vuelve a los peores momentos de los años ochenta, pero en un escenario internacional en el que no existen condiciones para moderar, no se diga detener, a los contendientes.

Hoy en día, la mayor potencia militar del planeta ofrece pleno respaldo al gobierno del Estado hebreo y éste se alinea en el bando de la "guerra contra el terrorismo" lanzada a fines de 2001 por la Casa Blanca como un enorme paraguas diplomático, político y militar para remodelar el mundo de acuerdo con los intereses financieros y estratégicos del empresariado cercano al presidente George W. Bush.

Con el proceso de paz de Oslo liquidado por los halcones de Tel Aviv y bajo el pillaje y los ataques permanentes de Israel, las facciones radicales árabes y palestinas no tienen, por su parte, otro camino que reanudar las acciones de resistencia frente al invasor. En este sentido, es importante destacar que los "secuestros" de soldados con los que Israel pretende justificar sus incursiones criminales en Gaza y Líbano fueron, en realidad, capturas legítimas de efectivos extranjeros que no tenían nada que hacer en territorio de otros países.

En tales circunstancias, la destrucción impune de Líbano por las fuerzas israelíes muestra en toda su magnitud la hipocresía de Occidente: no hay legalidad internacional posible ni concebible en la cual resulte legítimo y aceptable bombardear a los civiles de todo un país en represalia por la captura de un efectivo militar. Por mucho menos que eso, y hasta por simples disensos ideológicos, Estados Unidos y la Unión Europea han calificado de terroristas a diversos gobiernos y los han aislado y castigado con sanciones económicas. Pero, ante la evidencia exasperante, fotografiada, filmada y narrada, de que Tel Aviv perpetra crímenes de guerra contra sus vecinos, las potencias occidentales se limitan a pedirle "moderación". Semejante obsecuencia se convierte en complicidad. En tanto Washington y los gobiernos europeos no obliguen a Israel a detener el ataque, serán cómplices en la masacre que tiene lugar en Líbano.

Lo menos que pueden hacer los árabes es defenderse con los medios que tengan a su alcance y apelar a la solidaridad entre ellos. Poco puede importarles, a estas alturas, si por eso acaban clasificados como "terroristas", porque de todos modos han sido colocados de antemano, y sin razón, en ese rubro. Tel Aviv sabe perfectamente que sus ataques contra los civiles de Líbano y de Gaza pueden producir muchos resultados diversos, pero que entre ellos no está una mayor seguridad para la población de Israel. Por el contrario, la delirante violencia lanzada contra los habitantes del vecino del norte garantiza una abundante cosecha de rencores que muy probablemente se expresarán en su momento en formas tan bárbaras como las aplicadas por el gobierno de Ehud Olmert contra el país de los cedros.

Otro resultado paradójico es que en estos seis días el régimen israelí ha hecho más por la unidad de sus vecinos que lo conseguido por la Liga Arabe en años de trabajo. Si no es el caso con los gobiernos, es claro que las sociedades árabes observan como un agravio en carne propia la carnicería provocada por Tel Aviv en Líbano. Tan en carne propia, por cierto, como viven el agravio de la barbarie estadunidense contra los iraquíes.

 
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