Partirse, y no
"El que desea y no actúa cría pestilencia": William Blake en Proverbios del Infierno.
Tener y no tener, siempre la misma canción. Por la calle, con una mano abierta y la otra no. Iba pensando. Que los pasos sobre la acera dejaran fluir la mente al anverso y al reverso en el azar de la concentración, una idea fija y mil ramificaciones, conocidas unas, y otras no. Quiere valor.
Ligia no es la excepción. En este país. En su cabeza individual. En esta hora. En el historial del corazón y la entrepierna, el más caótico y el único que existe para la ella que es.
Actriz y comediante. Ha hecho de su cuerpo escenario de pasiones que no conoce pero las alimenta con las que sí en su experiencia, en su fantasía, en los sueños que conserva. Conserva sueños, los guarda. Si su actitud fuera sistemática, que no lo es, podría decirse que los colecciona.
Avanzaba (¿avanzaba?) por la calle, sin fijarse mucho en los charcos. Sus simplísimas sandalias eran antesala del andar descalza, un poco menos que.
Ligia o la representación. Con una vocación sacrificada pero también sacrificial, se entrega simultáneamente a lo que ocurre en este mundo en este instante, y a lo que transcurre en el circuito interior de su persona. No personaje. No tiene, su personaje son los otros.
Su hermosura a ojos vistas le genera la idea de que puede resultar de utilidad poniéndola en donde sirve para quien la echa en falta. Es verdad, la gente (más que público, mucho más) gusta de lo hermoso. Cuando el transeúnte viene pasando, sólo lo especialmente horrible o lo bonito lo detienen y convierten en espectador.
Ligia ha hecho de todo, hasta televisión, lo peor. Mas ha sabido llevar una vida interior intensa y rica, con marcada identidad. Y se ha ofrecido como vaso vacío a los demás, que según Marcello Mastroiani es lo que un buen actor debe ser: nadie, un recipiente disponible, argamasa en busca de escultor.
Transita del teatro al antro y a las banquetas con idéntica naturalidad en la pasión. Le gusta sentirse instrumento, dispuesta para otros. Ser al director de escena, al dramaturgo, lo que el violín al violinista. Encontrar el hilo de la intimidad que une las cuerdas con el arco. Prestarle al artista su voz.
Nunca ha vivido en la luna ni en Babia, pero ahora su vida entera se ha politizado. Cero frivolidad. Hace representaciones de protesta contra la violencia y el engaño, a favor de la dulzura que todos tienen y creen que no.
En Ligia la actuación es acción. Tiene el privilegio.
Y su pregunta esa tarde bajo los árboles de uno y otro parque. Un aire de lluvia que ha caído. Un aire de lluvia por caer. La respuesta que busca es inusual en ella, y aquel parecía el tiempo menos adecuado para buscarla, o sea necesitarla: "¿Y yo qué?"
No había ensayo, ni acción callejera, ni asamblea de mujeres en la agenda de ese hoy. Con una mano abierta y la otra no. Ligia sintió subirle de los pies a la espina una descarga poderosa, suma de piernas y suelo. Le zumbaron un momento los oídos, sus pupilas se sumieron en un relámpago y el cabello se le erizó.
Comprendía que ella era ese tiempo. Se sintió una varita de incienso que se consume y en hacerlo está el aroma, su razón de ser y de enseguida ser ceniza. No que no lo supiera, sino que agarraba sentido en ese preciso y necesitado ahorita.
De todos sus sueños, acariciaba uno como a un gato, y era bueno. Que los demás fueran felices, o no se sintieran solos, o por unos instantes pudieran pensar que son alguien mejor. Eso es el arte: que los demás se sientan mejores personas, crean en sí, conozcan que vivir es un placer inconsciente que la realidad nos impide conocer y lo arrincona en su carácter de instinto, que está bien para Discovery Channel pero no para sentir que tenemos alma, aunque sepamos que no existe.
Ligia se sintió invencible. Se sintió completa. Se sintió feliz. A disposición. Daría cuerpo a la rabia de la gente, a la inconformidad inmediata, que compartía. Y su "¿yo qué?" quedó suspendido en el aire, como una mota de polen o una espina de diente de león. "Hágase de mí lo que toque", dijo su pequeña Madre Teresa interior, y una carcajada larga, melodiosa y cínica le anunció la presencia de su pequeña Marlene Dietrich, también interior. Con una mano abierta, y la otra no.