Al menos 130 libaneses y 23 israelíes han muerto desde el comienzo de las hostilidades
La ofensiva de Israel convierte a Beirut en ciudad fantasma
De edificios destrozados no huyen hombres armados, sino mujeres con niños que se lamentan
"Si nuestro primer ministro llora, ¿qué se supone que debemos hacer los civiles?", claman
Es innecesario ayudar a la resistencia; vienen más sorpresas, asegura el líder de Hezbollah
Ampliar la imagen Víctimas de la ofensiva israelí contra Líbano: un adulto ultimado en Tiro y, a la derecha, un niño de dos años herido en Nabatiyeh Foto: Reuters y Ap
Ampliar la imagen Víctimas de la ofensiva israelí contra Líbano: un adulto ultimado en Tiro y, a la derecha, un niño de dos años herido en Nabatiyeh Foto: Reuters y Ap
Beirut, 16 de julio. Se podían ver los misiles israelíes saliendo entre nubes de humo, estrellándose como relámpagos en los edificios de departamentos de Ghobeiri, con un estruendo tan fuerte que mis oídos aún zumban horas después, al escribir esta nota.
Sí, supongo que algunos llamarían a esto un blanco "terrorista", porque en estas calles siniestras se encuentra -o más bien se encontraba- el cuartel de Hezbollah. Hasta la estación televisiva de propaganda del movimiento, Al Manar, era una ruina aplastada en la calle, aunque sus programas se transmiten aún desde el búnker ubicado muy debajo de los escombros. Pero, ¿qué hay con las decenas de miles de personas que viven aquí?
Los pocos que no yacían en sus sótanos corrían gritando por las calles: no hombres armados, sino mujeres con niños que aullaban, familias con maletas en las manos, desesperadas por abandonar los edificios destrozados, cuadras enteras de departamentos derruidos, calles tapizadas de balcones destrozados y cables eléctricos arrancados.
"No hay necesidad de que ayuden a la resistencia", dijo el líder de Hezbollah, Sayed Asad Nasrallah, en la televisión libanesa la noche del domingo. "La resistencia está en el frente y los libaneses detrás."
Falso, por supuesto. Los libaneses -y sus 130 muertos, casi todos civiles- están también en el frente. En Israel han muerto 23 personas, 15 de ellas civiles. Así que la tasa de cambio de la muerte en esta guerra sucia es ahora aproximadamente de un israelí por cinco libaneses.
Tantos libaneses han huido ahora de Beirut hacia Trípoli, en el norte del país, o al valle de Beeka, en el este -o hasta Siria-, que la capital, donde viven millón y medio de personas, era este domingo una ciudad fantasma, donde los habitantes que permanecen se sientan en sus casas entre la desesperanza de todos los que creían que este país surgía al fin de las sombras de su guerra civil de 15 años. Fue Nasrallah quien dijo que "vienen más sorpresas", y los libaneses temen que también los israelíes tengan más sorpresas para ellos.
Un faro, ¿blanco terrorista?
Observé una de ellas desde mi balcón, que da al mar, al anochecer de este domingo: un helicóptero Apache de fabricación estadunidense dio tres vueltas sobre el Mediterráneo y luego lanzó un solo misil -perfectamente visible, con humo chorreando de la cola-, el cual fue a estrellarse en el flamante faro de Beirut, en el Corniche, entre una nube de lodo. ¿Y eso para qué? Otro blanco "terrorista", supongo. Como las gasolineras bombardeadas en el valle de Beeka. Como el convoy de 20 civiles en una incursión aérea el sábado, después que los propios israelíes les habían ordenado salir de sus casas en la frontera.
La noche del domingo, los misiles de Hezbollah, después de dar muerte a 10 israelíes en Haifa, caían sobre las ocupadas Alturas del Golán, prendiendo fuego a los bosques, y en la ciudad israelí de Acre. Los sirios advirtieron de una respuesta "ilimitada" si Israel los atacaba -los israelíes han propalado la mentira de que hay tropas sirias e iraníes en Líbano, ayudando a Hezbollah-, y la ridícula respuesta de la cumbre del G-8 fue recibida aquí con desesperación.
Tony Blair, quien al parecer es también el ministro de las Causas Profundas, cree que Siria e Irán están detrás del ataque original de Hezbollah. Tiene razón, pero es a Damasco a quien Occidente debería volverse para poner fin a esta guerra sucia.
Sin duda, el impotente primer ministro libanés, Fouad Siniora, no puede hacerlo. Luego que Tel Aviv acusó a su gobierno de ser responsable de la captura de dos soldados israelíes, el miércoles pasado -afirmación ridícula-, se presentó en televisión con lágrimas en los ojos para instar a Naciones Unidas a arreglar un cese el fuego en esta "nación golpeada por el desastre". Los libaneses agradecieron las lágrimas, pero es improbable que logren estremecer al presidente George W. Bush dentro de sus botas. Siniora, hombre bueno y sincero, incorrupto por la política libanesa, no es un Churchill de 1940. "Si nuestro primer ministro llora", me dijo una mujer con perspicacia, "¿qué se supone que deba hacer la población civil?"
Pero, ¿dónde están los otros supuestos titanes políticos de Líbano? ¿Qué hace en Kuwait Saddad Hariri -hijo del asesinado ex primer ministro Rafiq Hariri, quien reconstruyó el Líbano que hoy Israel destruye-, charlando con los kuwaitíes sobre el predicamento de su patria? Difícilmente vendrá el ejército kuwaití a defender Líbano. ¿Por qué Hariri hijo no se fue en su jet privado a la cumbre del G-8, en San Petersburgo, para exigir al presidente Bush que proteja al gobierno democráticamente electo de la nación a la que elogió por su "revolución del cedro" el año pasado? ¿O acaso la democracia no importa cuando Israel aplasta a Líbano? Respuesta: no, no importa.
La resolución 1559 del Consejo de Seguridad de la ONU demandó la retirada siria de Líbano, la cual se llevó a cabo, pero también exigió el desarme de Hezbollah, que en definitiva no se ha logrado. Muchos aquí sospechaban que la 1559, diseñada por los franceses y los estadunidenses, tuvo la intención de debilitar a Líbano y prepararlo para un tratado de paz con Israel. Bueno, pues ya no.
Fue el presidente libanés, Emile Lahoud -que aún sigue con terquedad la línea siria, pues finalmente es hombre de Damasco-, quien dijo este domingo que Líbano "jamás se rendirá". Lahoud como Churchill. Hay algo obsceno en eso.
Entre tanto, Nasrallah advirtió a los israelíes: "si ustedes no juegan según las reglas, nosotros podemos hacer lo mismo". Fue una sombría amenaza, con la obvia intención de enfrentar la no menos sombría advertencia de Ehud Olmert de que habría "consecuencias de largo alcance" por el ataque de misiles a Haifa.
El argumento de Nasrallah en la televisión -que Hezbollah deseaba en un principio limitar todas las bajas a las fuerzas armadas- no funcionará con Tel Aviv, pero pudiera acicatear a muchos libaneses que originalmente se escandalizaron con el ataque de Hezbollah del miércoles, sólo para ser acallados por la crueldad de la respuesta israelí.
"Es la última batalla de la umma (la patria árabe)", dijo Nasrallah. Lástima, fue lo mismo que dijeron los caudillos árabes cuando se unieron a la batalla de Lawrence de Arabia contra el imperio otomano en la Primera Guerra Mundial. Siempre es la "última".
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya